Alejandro Casona, en una de sus obras teatrales más conocidas, relata la historia de Isabel, una mujer joven que regresa a su domicilio hundida física y moralmente. Para colmo la han despedido del trabajo y no encuentra salida para su penosa situación. Mientras camina solo piensa en una cosa: “hoy no podré dormir”.
Entra en una farmacia y compra un potente somnífero. Ya en su habitación, con manos temblorosas, vacía por completo el medicamento en un vaso de agua. ¿Por qué no terminar con todo de una vez, se pregunta, y sumergirse en un sueño del que no despierte jamás?
En ese momento oye un ruido en la ventana. Alguien le ha lanzado una piedra con un ramo de flores y una tarjeta en la que hay escrita una sola palabra: “mañana”. Isabel se levanta, toma entre sus brazos el ramo, y entre lágrimas, repite una y otra vez aquella palabra mágica que parece venida del Cielo para devolverle de esperanza, “mañana”.
Es curioso que haya recordado este episodio mientras veía en la tele a José Mota, que decía aquella bobada que medio país conoce de memoria:
—Hoy no; mañaaaana.
Lo siento, Mota; no te perdono; “mañana” es un vocablo sagrado, no te lo tomes a broma. Es el asidero que nos mantiene en pie cuando nos entra la tentación del desaliento.
Yo ahora mismo me encuentro en casa haciendo rehabilitación, que es el deporte de los viejos y los lesionados. Mi torturador me ha prescrito una serie de ejercicios que deben ser importantes, pero tengo a mi izquierda un magnífico sillón que me tienta con voz de serpiente.
—Mañana estarás mejor —me responde mi ángel de cabecera—.
Y, como Isabel, me agarro a ese “mañana” para seguir pedaleando.
Creo que ya conté alguna vez la respuesta que dio un famoso escritor al periodista que le preguntó cuál había sido el día más feliz de su vida.
—La víspera —contestó—.
Y es que, mientras vivimos en este mundo, la felicidad es siempre esperanza de algo más grande, víspera de un mañana lleno de promesas.
Pensemos en el año que termina. Ha sido —está siendo— un año triste. ¡Quién pudiera arrancar la hojas del calendario para rehacerlas de nuevo, borrando —como escribió San Josemaría en Camino— “la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio”!
Y es que ha habido tanta suciedad, tanto odio, terror, mentira y muerte durante estos últimos meses. Me pregunto cuántas guerras, cuántos crímenes y cuánta estupidez puede soportar todavía el Planeta.
—No te enfades —me responde el Ángel—. Estamos en diciembre y mañana es Navidad.
—¿Mañana?
Sí; el día 8, fiesta de la Inmaculada Concepción nos recuerda que el seno de María fue creado limpio de pecado para que naciera el mismo Dios. El 10 celebramos la Virgen de Loreto, que nos habla de la casita de Nazaret donde el Verbo se hizo Carne. El 12 la Señora de Guadalupe nos dejará su retrato para que la contemplemos y la llenemos de piropos, y el 18 es la Virgen de la Esperanza, el comienzo de la cuenta atrás, cuando los ángeles empiezan a afinar sus instrumentos para el primer villancico de la historia:
que esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Dios pondrá su belén en nuestra alma, si nos dejamos. Y tendremos un feliz año nuevo.