Un sinvivir que da vida

En la residencia universitaria de Pamplona en la que trabajo, CampusHome, estos días en que te escribo están siendo un sinvivir.
No somos los únicos, gracias a Dios. También en el Colegio Mayor Belagua, en Mendaur, o en los colegios mayores de Alumni College, los femeninos adscritos a la Universidad de Navarra, están a tope. De hecho, la propia Universidad de Navarra y sus distintas facultades andan igual. Esto está ocurriendo en muchas otras universidades españolas, en clubs, en colegios, en parroquias, en muchas entidades o asociaciones que vienen a demostrar que tienen alma.
¿A qué me refiero con ese “sinvivir”?
A la solidaridad que nuestros jóvenes —y otros que no lo son tanto— están manifestando, con obras (obras son amores y no buenas razones) con ocasión de la tragedia de la DANA. Y no sólo con obras: Labora et ora.Y al revés: novenas, rosarios…
Es espectacular la movilización —fíjate también en la de muchos católicos, a veces estigmatizados, sacerdotes y monjas incluidos— a la hora de remangarse, de movilizarse, de bajar al barro. Y de mirar al Cielo, que es lo más valioso.
Pamplona, Navarra, tiene muy presentes a las víctimas, a las personas desaparecidas, a todos los damnificados. Como ocurre por toda la geografía española. La gente está dando ejemplo. Y muchas cosas más: trailers, furgones, furgonetas y hasta turismos (cada uno aporta lo que puede). Y, además, consuelo, afecto, presencia, disponibilidad. Lo hacen “de oficio”, no a instancia de parte. Les sale del alma. Si pueden, se anticipan.
Cuando me veo rodeado de tantos jóvenes voluntariosos, me acuerdo de Sócrates. Sócrates no debió de vivir esto. Afirmaba el susodicho, hace unos 2.500 años: “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. No voy a masacrar ahora a Sócrates. Dejémosle descansar en paz. Dicen que todas las generalizaciones son injustas.
Sólo le advierto, allí donde esté: Los jóvenes españoles han reaccionado de forma admirable ¡Chapeau! Nuestra juventud, en efecto, está dando la talla. ¡Y de qué manera! Esos que algunos llamaban “generación blandiblú”… ni blandi, ni blú. Si siempre he pensado que hay razones para la esperanza, ahora estoy firmemente convencido de ello. Se puede —se debe— ahogar el mal con abundancia de bien.
He visto a los jóvenes moverse y conmoverse, movilizarse sin descanso, abrazar personas… Y, con esos mismos brazos, con esas mismas manos, manejar escobones y palas, cargar pesos… Y todo ello, aun con sudores, con la satisfacción de servir “al hermano”, y de saber que lo que estaban haciendo era lo que debían y querían hacer.
Hay quien cree que esto pasará; que en unos meses se olvidará. Ojalá el dolor se atenúe. Ojalá haya cicatrices que dejen de sangrar. Ojalá que la reparación, que la reposición de infraestructuras, de viviendas, de colegios, de empresas, de vehículos, se lleve a cabo. De forma efectiva, eficiente, y justa. Porque la solidaridad ciudadana debería encontrar su reflejo institucional.
Por decirlo claro: ojalá las instituciones estén a la altura de la ciudadanía. Ojalá los representantes actúen como desean los representados. ¡Ojalá lo hagan preocupados no tanto por los votos como por el bien común!
Cuando un político —y te lo digo yo, que lo fui— se mueve pensando en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones, se le nota un montón. Y ya vale. Necesitamos altura de miras: ¡hacia adelante y hacia Arriba! Con mayúscula.

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