Tras la caída de Al Assad, un futuro de caos

Tras la caída de Al Assad, el nuevo líder de Siria es un yihadista en la lista de terroristas elaborada por la ONU
Una multitud celebra en la localidad de Idlib, en Siria, la caída del régimen de Al Assad, el pasado 13 de diciembre.

En septiembre de 2013, a los pocos meses de comenzar su misión, el Papa Francisco propuso una jornada de ayuno y oración por Siria. La guerra civil estaba en sus primeros compases y el presidente Obama había advertido de que si su homólogo sirio usaba armas químicas contra su población, las tropas estadounidenses intervendrían sobre el terreno. Finalmente, dicha operación militar no se produjo, pero la guerra civil se ha prolongado hasta que Bashar Al Assad ha sido derrocado. ¿Por qué el desenlace ha sido tan rápido? ¿Qué sucederá a partir de ahora?
El 8 de diciembre, la noticia sorprendía a mucha gente: caía el régimen de Bashar Al Assad, establecido por su padre, Hafez, en 1971. Acusado de torturas y otras violaciones de derechos humanos, y tras una guerra civil iniciada en 2011 al calor de las Primaveras Árabes, varios grupos de miles de combatientes plantaron batalla al Ejército sirio –que apenas ofreció resistencia– e hicieron huir a Al Assad.
En menos de dos semanas, un grupo de milicias, apoyados por Turquía, comenzaron a combatir desde el nordeste tomando rápidamente Alepo, Hama y Homs. De ahí a Damasco fue un paseo triunfal. Durante esos días previos a la caída de Al Assad, estas milicias gozaron de un tratamiento exquisito por parte de los medios de comunicación de medio mundo: les llamaban “los rebeldes”, aunque todo el mundo sabía que en realidad se traba de grupos de yihadistas.

Una alianza de facciones


Al parecer, en estos últimos tres meses, distintos grupos opositores a Al Assad se habrían puesto de acuerdo para derrocarle y poner fin a más de cincuenta años de dictadura. Así se unieron los yihadistas, las milicias kurdas y los miembros de la oposición democrática. Entre los yihadistas apoyados por Turquía hay tanto grupos dependientes de Al Qaeda como de ISIS, mientras que las denominadas Fuerzas Democráticas Sirias son milicias kurdas respaldas por EE.UU. y el Ejército Libre Sirio (también apoyado por EE.UU.). ¿Quién financió esta operación? ¿Quién la diseñó? ¿Quién la organizó sobre el terreno?
La rapidez con la que los grupos yihadistas –quienes lideraron esta última embestida– llegaron a la capital, Damasco, y tomaron el poder recuerda mucho a la llegada de los talibanes a Kabul en agosto de 2021. Sin embargo, no acaban ahí las similitudes, pues también en este caso se han generado ciertas esperanzas, grandes expectativas en que el nuevo líder sirio va a construir una Siria libre y democrática.

Se han generado esperanzas de que el cambio traiga una nueva Siria libre y democrática, pero el triunfo de los yihadistas no hace presagiar que vaya a ser así

Nada más lejos de la realidad. Quizás alguien se atreva a aventurar que esas escenas de represalias, ejecuciones públicas, maltrato, vejaciones, etc, protagonizadas por quienes detentan ahora el poder son simples anécdotas o meros hechos aislados que nada tienen que ver con el gobierno central recién instaurado. ¡Ojalá sea así! Alguien bastante escéptico en este sentido es Antonio Pampliega, periodista español secuestrado por el ISIS durante 299 días entre 2015 y 2016. Pampliega concedió una entrevista a la Cadena Cope el 16 de diciembre pasado y dejó bien claro que los nuevos yihadistas son exactamente igual que los anteriores y si entonces secuestraban y degollaban a gente o violaban a mujeres, ahora volverán a hacerlo, aunque en un primer momento quieran dar la imagen de que “ellos no son así”. Por el contrario, parece que el escenario más probable será de caos, de lucha entre distintas facciones, donde Turquía e Israel tomen parte de territorio sirio.

Quién se ha hecho con el poder

Ahmed Huseín al-Charaa, más conocido como Abu Mohammed Al-Golani, es el líder de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la Organización para la Liberación del Levante, desde 2017. No obstante, HTS era parte del Frente al-Nusra y, antes, de Al Qaeda. Según la página web de Naciones Unidas, “el 10 de abril de 2013, Abu Mohammed al-Jawlani declaró directamente que el Frente Al-Nusra tributaba lealtad a Aiman al-Zawahiri (el sucesor de Osama Bin Laden). ¿A qué se ha dedicado desde entonces? ¿A administrar una parte del territorio sirio siguiendo el modelo de la democracia estadounidense? ¿O a someter a aquella población a un régimen yihadista?
De manera muy astuta –y quizás por consejo de sus patrocinadores–, se recortó la barba, se quitó el uniforme militar y las insignias de las banderas negras de la yihad, se llenó la boca de expresiones biensonantes para los oídos de un occidental.
La campaña de blanqueamiento orquestada en varios medios de comunicación llama al sonrojo a cualquiera que tenga una noción mínima de qué es el bien y qué es el mal. El 8 de diciembre, la BBC londinense explicaba “quién es Abu Mohammed al Jawlani, el líder rebelde cuyo grupo (HTS) puso fin al régimen de Bashar al Assad en Siria”, como si fuera un “rebelde con causa”, un “luchador por la libertad” y no un terrorista yihadista; y reclamando que ha puesto fin a un régimen malévolo, obviando lo que ha hecho él en el norte de Siria en estos últimos años.
Así, el The Guardian británico ya abogaba el 10 de diciembre por que “la ONU eliminase de la lista de terroristas al grupo rebelde sirio HTS si las condiciones se daban”. De hecho, el mismo enviado de la ONU a Siria, Geir Pedersen, ha manifestado en reiteradas ocasiones su esperanza en que se abrirá un nuevo camino para Siria, “una nueva Siria que, en consonancia con la resolución 2254 del Consejo de Seguridad, adoptará una nueva constitución que garantizará la existencia de un nuevo contrato social para todos los sirios […] con elecciones libres y justas”.

¿Quién sale perdiendo?

Además de Al Assad, y muy probablemente el propio pueblo sirio, los grandes damnificados por la desaparición del régimen alauí han sido Rusia e Irán. La primera contaba con Siria como gran aliada en el Mediterráneo oriental y, a cambio de la protección ofrecida por Moscú, por sus tropas y por los mercenarios del Grupo Wagner, el Kremlin recibió las dos únicas bases que poseía en este mar cálido: la base naval de Tartus y la aérea de Latakia. Presumiblemente, desde esta última partió Al Assad con su familia con destino a Moscú.
El apoyo diplomático prestado por el entonces presidente sirio tampoco es baladí en un escenario donde se ha querido demostrar que Rusia está sola, aislada, marginada y, sin embargo, recibía este apoyo sirio en diversas organizaciones y foros internacionales.
Irán también ha perdido un aliado en la zona, un apoyo diplomático semejante al ofrecido a Rusia. Sin embargo, el gran golpe contra Irán se ha dado en el campo militar –o paramilitar–, pues los iraníes hacían llegar a través de Siria armamento y todo tipo de pertrechos a los combatientes de Hizbalá, uno de los grupos terroristas que hacen frente a Israel, en nombre del país persa.
Es, además, un durísimo revés para Irán por el hecho de que es continuación de otros dos golpes que ha recibido en su infraestructura de ataque contra Israel: Hamás en Gaza y Hizbalá en Líbano. La única pieza de este dominó que queda en pie –además del propio Ejército iraní y su Guardia Revolucionaria– son los huthíes de Yemen. Por cierto, estos últimos están causando un grave perjuicio a los intereses económicos de Israel, Reino Unido y EE.UU. y han realizado ataques bastante exitosos contra buques de guerra estadounidenses.

Y, ¿quién sale ganando?

Visto quién sale perdiendo, quizás sea más fácil ahora empezar a responder quién sale ganando en este tablero de ajedrez geopolítico regional. Para empezar, según afirmaba The Washington Post el 10 de diciembre “los rebeldes sirios tuvieron ayuda de Ucrania para humillar a Rusia”, de manera que Ucrania está directamente involucrada en la caída de Al Assad. Obviamente, en estos momentos el Estado ucraniano está más que diezmado así que, lógicamente, habrá que mirar a otros actores que les hayan ayudado con hombres, material y/o dinero.
Y ahí es cuando los dedos empiezan a apuntar a los EE.UU., que no ha mostrado ningún reparo en apoyar públicamente al nuevo líder sirio, siendo así que su Departamento de Justicia ofrece una recompensa de diez millones de dólares por su captura. Una persona incluida en la lista de la ONU de terroristas no debería gozar del apoyo de la mejor democracia del mundo, pero… EE.UU. no es una potencia espiritual, sino que es una superpotencia global, que posee intereses y que los defiende, por encima de cualquier otra consideración.
Por último, Israel. Desde que fue brutalmente atacada el 7 de octubre de 2023 no ha hecho más que desatar paulatinamente una fuerza aplastante que fulmine a todos sus enemigos, y garantizarse así que, al menos en las próximas dos décadas, a nadie se le ocurrirá repetir otro 7-O. Así, han arrasado Gaza, entraron con tanques en el territorio de otro estado soberano (Líbano), lanzaron misiles contra territorio de otro estado soberano (Siria), más concretamente contra una sede diplomática (la de Irán), organizaron un ataque indiscriminado con unos tres mil aparatos electrónicos que contenían una carga explosiva, ocuparon los Altos del Golán y extendieron su territorio para dotarse de “un colchón de seguridad”. Reiteradas violaciones del Derecho Internacional, pero “para proteger su propia seguridad”, porque ese fin justifica cualquier medio y “no hace falta acudir a la ONU” para pedir permiso para hacer eso.
Lamentablemente, estas excusas de Israel y su defensa por parte de algunos líderes, ahonda en la brecha ya existente entre países occidentales –el llamado Occidente Colectivo— y el denominado Sur Global, quienes digieren cada vez peor el “doble rasero” occidental. Según esta medida, las cosas no están bien o mal en sí mismas, sino que depende de quién las haga. Si Israel invade Siria, ocupa una franja de su territorio para protegerse mejor de su vecino y bombardea trescientos objetivos en una semana, es aceptable; si Rusia hace algo semejante en Ucrania, está mal. Este discurso del doble rasero resta credibilidad y legitimidad a los países occidentales, les quita autoridad moral cuando quieran imponer sus valores en el mundo.
El caso de Siria, como es evidente, tiene una serie de implicaciones que van más allá de los cambios políticos internos de un país determinado.

Compartir:

Otros artículos de interés

Una familia huye de la guerra con sus pertenencias.

Líbano: urgencia humanitaria

Los cristianos, víctimas en el conflicto entre Hezbolá e Israel en el país de los cedros, se encuentran en una situación crítica