‟Todo el mundo debería tener la Biblia en la mesita de noche”

En La Biblia para zoquetes, María Vallejo-Nágera inicia un proyecto de varios volúmenes para entender las Escrituras

María Vallejo-Nágera es una valiente. Bien conocida como escritora, conversa hace años en Medjugorje, a los 53 años quedó deslumbrada por la Biblia y se metió a estudiarla a fondo, de forma profesional, nada menos que en Harvard y en Comillas. Con una cierta temeridad, anclada en su fe y ardor evangelizador, se ha embarcado en un proyecto monumental: La Biblia para zoquetes (Palabra), explicar las Escrituras para cualquiera que no las entienda, es decir, la mayoría. En esta entrevista destapa una carencia fundamental entre los católicos: la necesidad de conocer la palabra de Dios.

—¿Por qué el libro? ¿Cuál es el momento en que dice: hay que sacar este proyecto?
—Yo llevaba diez años buscando parroquias en Madrid donde me enseñaran la Biblia. Intentaba leer la Biblia y era como si leyera chino. No me enteraba. De esto hace mucho tiempo. Conseguí convencer a una amiga, que había estudiado teología, para que me enseñara un poco de la Biblia. Y me supo a poco, no por ella, sino porque yo quería más. Cuanto más me explicaba, más me enamoraba yo de la Biblia y más la devoraba. Hasta que llegó un momento que dije: “quiero estudiarla”. Y en universidades muy serias.
Tuve el enorme milagro que, viejita ya -tengo 60-, pero con 53, me aceptan en la Universidad de Harvard. Y me fui un año completo. Estudié Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y Cristianismo Primitivo. Y ya me volví loca. Descubrí que era el libro de mi vida: ni novelas, ni nada, este es el libro de cabecera. Todo el mundo debería tener en la mesita de noche este libro.
—¿Por qué?
—Es sobrenatural, este libro es la garganta de Dios.
—¿Y cuándo se pone a escribir?
—Al volver de Harvard, me fui a la Universidad Pontificia Comillas. Ahora soy especialista en estudios bíblicos, en Espiritualidad Bíblica. Nada más salir, como ya tenía mi edad, pensé que, antes de que se me olvide, tenía que contar a todos mis amigos lo que yo he descubierto.
Era como si tuviera un tesoro en mis manos, que todo el mundo lo tiene en su casa, abandonado, en un armario lleno de telarañas, lleno de polvo, que no lo leen porque no lo entienden, o lo han perdido o lo han regalado en una mudanza. Me decía: “tengo este tesoro de oro puro y de gemas preciosas y la gente no se da cuenta, yo lo tengo que contar”.

En El Prado

—Y pasa de alumna a profesora, a dar clases, ¿no?
—Monté una escuelita muy pequeñita, para mis amigas. Al principio éramos diez. Me las llevé al Museo del Prado para acercarlas a la Biblia delante de los cuadros. Yo soy alumna del Prado, llevo 25 años yendo allí, me encanta el arte. Entiendo los cuadros porque son muchos años con profesores muy buenos del Prado. Entonces combiné arte y Biblia.
Pero esto se me fue de las manos. Mis amigas se volvieron tan locas que llamaron a la vecina, la amiga, la cuñada. Total, después de un tiempo éramos 120 alumnas. Llegó el COVID, cerraron El Prado y ellas quisieron seguir. Empezamos a dar las clases por Zoom y ahí explotó totalmente. Entró gente de Latinoamérica que no estaba conmigo en Madrid, y comprendí el hambre que había.
—¿Hambre por la Biblia?
—He comprobado que hay un hambre en la gente que ama a Dios, que va a Misa todos los días, que va a los sacramentos, pero que no entiende la Biblia. Van a Misa, escuchan un trozo del Antiguo Testamento y no lo colocaban. Yo he estado 53 años sin colocarlo dentro de la Biblia. Lees un trocito del Éxodo y dices: “Esto, ¿dónde cae? ¿Qué es?”. Pensé: esto no puede ser.

María Vallejo-Nágera, y José María Navalpotro


Mis amigos, los agnósticos también, decían: “cuéntamelo. Sé que vas al Prado”. Se empieza a correr. Me llaman, por ejemplo, de la embajada de Noruega. Viene una familia, y les gustaría llevarla al Prado y me preguntan: “¿Usted nos da una clase?”. Así empieza mi trabajo allí. Con todo el mundo, cristianos y no cristianos. Comprendí que la gente se conmueve delante de un cuadro porque empieza a entender cada figura.
Llegó un momento que mis propias alumnas me dijeron que tenía que hacer apuntes. Y comprendí que había llegado el momento de escribir un libro, que puede llegar mucho más lejos que haciéndolo oral en El Prado. La Editorial Palabra enseguida aceptó este proyecto.

Para adultos

—¿En qué consiste, en concreto?
—Van a ser varios tomos. He terminado solo el primero y he llegado Abraham.
Yo cuento la historia a mi manera. El libro lo he escrito de una forma muy alegre, para adultos, tanto católicos como agnósticos o ateos. Es para adultos, no para niños, pero he metido mi sentido del humor. El estudio de la Biblia es arduo. Ese humor lo he metido con respeto, para mantener al lector entretenido, divertido y que diga: “qué interesante esto que cuenta del Éxodo”, por ejemplo. Y van al capítulo concreto, y lo van leyendo al alimón.
—Pretende es ser un estímulo para leer la Biblia, no un sustitutivo.
—Esa es la clave de la Biblia para zoquetes. Es como un aperitivo o una introducción para luego leerla. Es un aperitivo sencillo, son las aceitunas rellenas con anchoa y la Coca-Cola o la cervecita, para luego tomarte un filete lleno de proteínas.
Es necesario, porque personas como yo, que he hecho una carrera en la universidad, era una zoqueta bíblica, y creía que sabía mucho. Que no, que no, que la garganta de Dios se refleja en la lectura de la Biblia. Pero, ¿quién la explica?
Lo que yo intento con el libro es acercarles a la Biblia, disfrutarla, entenderla y que no sea un tocho intragable.
—¿A los católicos no se les explica la Biblia?
—Descubrí que en las misas y demás, no lo explicaban bien. Poquísimas parroquias explican la Biblia. Es curioso porque, cuando yo empecé con esto, de repente empezaron varios amigos míos sacerdotes a dar clase de Biblia por fin en las parroquias.
—Esta falta de formación bíblica, ¿no es una gran carencia en la formación de los católicos?
—Es un dolor. Hasta 1920, no se aconsejaba leer la Biblia. Mis padres, mis abuelos, tenían una, pero no la leíamos en familia.
La Iglesia era prudente. ¿Por qué? Porque es difícil de leer. Son puzles riquísimos de información, pero que hay que saberlos unir. Si una persona lo lee de golpe, tiene que saber un poquito de la historia hebrea, de cómo es la traducción del hebreo al castellano, por ejemplo, que pasa por la Vulgata, por el latín, griego, latín, español. Todas esas cosas el cristiano de a pie no las conoce.
Este libro es necesario porque todos hemos sido zoquetes. Ahora se empieza a explicar en las parroquias. Pero todos hemos sido zoquetes. Hemos tenido una falta de formación bíblica que he intentado resolver de la mejor manera que he podido. De una zoqueta a mis amigos zoquetes.
—Pero antes, en familia, ¿no se recibía cierta formación sobre las Escrituras?
—Desde luego, con mis 60 años, mi familia, mi gente, nadie hacía eso. Yo soy un caso distinto, porque soy conversa en Medjugorje. También nace ahí ese deseo bíblico, porque los videntes dicen, asombrados, que desde que eran pequeñitos, la Virgen les decía: leed la Biblia en familia. Les pedía que siempre hubiera una Biblia a la entrada de la casa, en un lugar principal.
La Virgen decía: tenéis que leer la Palabra Sagrada. Claro. Yo, estudiando en Harvard y en Comillas, comprendí que es que tenemos la garganta de Dios en las Sagradas Escrituras. Es ridículo que no las leamos los católicos, es un pecado.
—¿Qué diferencia puede haber en acercarse a la Biblia por parte de un creyente de alguien que no es cristiano?
—Yo creo que la Biblia es un libro para el no creyente también. Tengo un gran amigo que es profundamente ateo, súper inteligente, y le hice un reto: deja de criticarme porque yo hablo de la Biblia y léetela, que no vas a poder. Él presume de leer todo, hasta astrofísica. Pues la ha devorado, sabe de Biblia más que yo. Que crea o no es su problema, es un problema de su alma, de su fe, pero ahora discute conmigo.
La Biblia es para todos, independientemente de lo que crean.

Fundamentos históricos

—Por lo que comenta en el libro, los fundamentos históricos de la Biblia cada vez son más sólidos. Las investigaciones arqueológicas y demás coinciden con lo que muestra la Biblia.
—Eso lo descubrí en Harvard. Tenía un profesor que era católico y había perdido la fe de tanto, tanto estudiar. Estaba más centrado en los descubrimientos arqueológicos y en la existencia real de Cristo, porque se demuestra por enterramientos, por cartas, por filósofos, historiadores (Flavio Josefo, Filón de Alejandría… de quienes tenemos sus escritos).
Ellos, en Harvard, hablan del Cristo histórico. A mí personalmente no me gustaba mucho esa parte de estudiar la Biblia, pero lo cierto es que me demostró históricamente que Jesús había existido. Harvard es ese tipo de universidad.
—¿Y en Comillas?
—Es distinta. Allí encontré más la fe. Está llevada por jesuitas, pero también me peleaba con ellos. Yo soy todo pasión y la Biblia me la creo entera. Cuando me han dicho determinadas cosas, yo les respondía: qué pasa con la papirología, con el Qumrán, todo eso hay que tenerlo en cuenta.
La Biblia es un libro con pruebas históricas más contundentes a día de hoy gracias a la arqueología. Ayuda muchísimo. La arqueología está ayudando a la Biblia, no la contradice.
—En lo personal, ¿qué le ha supuesto acercarse a la Biblia?
—Me ha dado muchísima formación cristiana. Me he enamorado, si cabe más, de Jesús. Pero de quien me he enamorado —nunca lo hubiera dicho— es de Dios Padre. Es que a Dios Padre lo tenía como un ente raro, inalcanzable, gruñón, castigador, que iba con el látigo y mataba a gente. O sea, que era una ignorante.
Cuando he ido leyendo todo el Antiguo Testamento y comprendiendo cada pieza, cada libro, he visto que es un Dios que quien le fallaba era el hombre. Él perdonaba y perdonaba. Nadie perdona más que Dios Padre. Me he enamorado de Él, y de la palabra sagrada.
Luego yo tengo problemas, como todo el mundo: enfermedades graves, sufrimientos, porque la vida es así. Cuando llego a los Profetas y a los libros sapienciales, digo: a mi pobre padre, que era psiquiatra, ahora yo le habría dicho: “Papá, tú trabaja, que yo respeto la psiquiatría, pero las soluciones están en Sapienciales”. ¡Todo! Los libros de sabiduría de la Biblia son sabiduría de Dios. Nos van a ayudar a enfrentarnos y a resolver problemas del día a día. He descubierto que la Biblia es un libro actual. Es un libro para mí, pero para cualquier persona del siglo XXI.
—¿Cuál es el personaje de la Biblia con el que más se identifica?
—Del Antiguo Testamento, con Judit. Me identifico con ella porque era una valiente que se metía en cada lío… Me gusta pensar que al final gana la batalla. Yo tengo la esperanza de ganar la batalla de mi vida, que es llegar al cielo. Y el libro de Judit me anima mucho.
Y del Nuevo Testamento, yo me creía María Magdalena, hasta que mi primer director espiritual me dijo: “qué más quisieras”. Me dijo que yo hubiera sido una amiga de Claudia Prócula, la mujer de Pilatos. Hubiera sido una romana que estaría tomando mi té, con mis amigas, viendo cómo condenan a Jesús, mientras pensaba: “que le crucifiquen. ¿Qué habrá hecho?”. Pero luego habría cambiado. Ahora voy convirtiéndome un poquito en Claudia y veremos a dónde acabo, pero hoy por hoy estoy en Claudia.
—¿Hay que conseguir que la gente lea más la Biblia?
—Con sus cosas buenas, creo que el Concilio Vaticano II apagó muchas cosas. Apagó la sobrenaturalidad, apagó la existencia de los dogmas, el demonio, el infierno. Falta formación. Me duele decir esto, pero también en los seminarios. Y la Biblia tiene que ser enseñada en todas las iglesias para que luego vaya a la familia y la familia se lo pueda enseñar a sus hijos. Este es mi pequeño granito de arena para que eso se consiga.
—¿Qué “instrucciones de uso” propone a un católico normalito para acercarse a las Escrituras?
—Les recomendaría, para empezar, leer mi libro, de verdad, porque lo estoy escribiendo para gente que tiene un galimatías con la Biblia.
Y segundo, leer quince minutos, no más. Y apoyarse en las bases de la lectura (en la letra pequeña), de dos biblias. Me van a matar mis profesores… pero recomiendo dos, por este orden: la Biblia de Navarra, cuyas explicaciones son magníficas; y la Biblia de Jerusalén, magníficas también.
Quince minutos, y el día que uno tenga un poquito más de tiempo, un poquito más. Si tenemos un día francamente malo, con un disgusto serio, libros sapienciales, el libro de Job. Es que es aprendizaje. Ojo, la Palabra no es mágica. La Biblia no es un libro mágico, eso sería superchería. Es un libro sobrenatural, porque el mensaje de Dios está adentro.
Cuando hay momentos muy duros en la Biblia, como las batallas, hay que entenderlo en la mentalidad de un hombre primitivo, no del XXI. Hay que intentar, con mentalidad del hombre del XXI, entender una persona que escribió hace tres mil años. Por favor, no seamos paletos, no seamos zoquetes. Hay que entender cómo está escrita en cada momento, y es lo que he intentado, para que el lector se meta en las babuchas de esta gente.
—¿Para ser un católico completo hay que leer la Biblia?
—Claro que para ser un católico completo hay que leer la Biblia. No hacerlo es ridículo. Mis alumnas, que no tenían ni idea de la Biblia, ahora me llaman y me dicen que ahora entienden las Misas. Ahora sitúan las Escrituras…
La Biblia está resumida en un sacramento formidable, que es la Eucaristía. No se entiende sin leerse la Biblia. La Misa va unida a la Biblia. Va pegada a la Biblia, completa, Antiguo y Nuevo Testamento. Van unidos por un cordón umbilical.
Recomiendo a todo el mundo que, por favor, no comience con el Nuevo Testamento. Es lo fácil. Pero el Nuevo Testamento está unido al Antiguo con un cordón umbilical desde Eva. Se va engrosando. Está unido, y ya cuando nace Jesús, es un cordón umbilical muy grueso. Y se vuelve a unir con el Apocalipsis al Génesis. Es un círculo perfecto la Biblia. Que no empiecen por el Nuevo Testamento.

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