Todavía

—¿Todavía conduces?
No me hizo gracia la pregunta de Andrés, mi viejo cómplice pajarero. Me la soltó así, sin anestesia, hace tres o cuatro veranos en pleno centro de Madrid, donde nos tropezamos después de muchos años sin vernos. Ese día yo acababa de renovar el permiso de conducir y me sentía joven. De ahí que la pregunta resultase casi ofensiva.
Me dijo que se había comprado un chalet junto al embalse donde nos conocimos y que acababa de nacer su primera nieta.
—¿Una nieta ya?, pero, ¿cuántos años han pasado desde tu boda?
—Treinta y cinco, tío. Y ya ves, ahora tengo dos hijos, una nuera y una rubita de dos meses aún sin cristianar. Mi hijo me amenazó con llamarla Urraca para castigarme por mi obsesión con las aves, pero se llamará Nieves si tú me la bautizas. Tienes que venir a casa… ¿Todavía conduces?
“Todavía”. Un adverbio inquietante. ¿Por qué “todavía”? ¿Tan viejo parezco? Quizá Andrés esperaba que yo respondería con otro adverbio, un “ya”, que, unido a un “no”, se convierte en algo triste y resignado.
Con el paso de los años…, ya no caminaré sin bastón; ya no cantaré en la ducha ni fuera de ella; ya no jugaré al fútbol ni al baloncesto, ya no montaré en bicicleta, ni en moto… Tampoco en el Ferrari que un día me invitó a probar José Antonio. Ya no comeré de todo; ya no dormiré de un tirón…
Todo esto me vino a la cabeza cuando mi amigo soltó aquel “todavía”. Pero el caso es que ahora me acaban de renovar de nuevo el carnet de conducir, y nada más recibirlo, al ver mi fotografía, me he hecho a mí mismo la misma pregunta: ¿todavía conduces, amigo? Esta vez sin embargo el “todavía” no suena mal; es un adverbio distinto, lleno de optimismo.
Universidad de La Rábida, agosto de 1959. Yo acababa de terminar primero de carrera y asistía a un curso de verano con otros 80 universitarios de toda España. Entre las muchas actividades que se incluían en el curso había un torneo de oratoria. Los participantes debían exponer dos temas: uno, elegido por el jurado y otro, voluntario.
Aquel chaval larguirucho y un poco tímido eligió un extraño tema:
—Voy a hablar del adverbio “todavía”.
El jurado estaba compuesto por cinco mujeres de mediana edad, esposas de los catedráticos que impartían el curso.
El muchacho expuso el tema mirando a los ojos de cada una de aquellas mujeres, como si tratara de hipnotizarlas con gestos estudiados y voz susurrante y temblorosa.
—“Todavía” —comenzó— es el adverbio de la esperanza, de la juventud que se renueva en cada una de vosotras; en ti, que sonríes ahora como una chiquilla; en ti, que todavía sueñas como cuando tenías quince años; en ti, que te sabes capaz de amar y de ser amada…
Esta fue la música y algo de la letra de aquel sorprendente discurso. Las señoras del jurado a duras penas contenían los suspiros mientras escuchaban a aquel Romeo de mirada melancólica y verbo tremolante. Naturalmente ganó el concurso por unanimidad.
Vuelvo a mirar mi permiso de conducir, y me digo que un viejo como el de la foto “todavía” tiene algunas batallas que luchar aunque casi nunca las gane todas. Todavía puede levantarse del barro aunque caiga siete veces al día. Todavía puede pedir perdón. Todavía le es posible renovar la lucha y volver al kilómetro cero de su entrega. Todavía recomienza cada jornada. Todavía conserva un arma definitiva; la Misa que celebra todas las mañanas.
—Pero bueno, ¿conduces o no?
—No. Ya no.

Compartir:

Otros artículos de interés

La manzana

Siempre he visto condensado el devenir de los tiempos, la historia del hombre, en el diálogo entre la serpiente y Eva. Parco en palabras, pero

Entre pícaros y la pescadilla

Meses de búsqueda y, por fin, encontró un piso. Porque encontrar un piso al menos en Madrid, no es tarea fácil: “los pisos vuelan”, la