Sergio Rodríguez: «El mayor cambio fue vivir en agradecimiento»

Sergio Rodríguez, superviviente a dos procesos de cáncer, presenta su libro Una Segunda Oportunidad
Sergio Rodríguez, durante la entrevista con Mundo Cristiano

Tras una milagrosa curación, la enfermedad vuelve a aparecer trece años después. Lejos de ser una historia de tristeza, el relato de Sergio, Una Segunda Oportunidad, transmite un mensaje de esperanza donde el sufrimiento y la enfermedad cobran un sentido. El recorrido de un hombre del que Dios se ha servido para compartir su testimonio de fe y vida.

Sergio Rodríguez Cuadrado narra su testimonio de fe desde el agradecimiento y el asombro de una vida llena de las constantes caricias de Dios. Casado y padre de cinco hijos, Sergio da un repaso a su vida, marcada por la aparición -y posterior sanación- de un linfoma que casi acaba con su vida.

—¿Es posible ver la bondad de Dios cuando hay tanto sufrimiento de por medio?
—Pues sí, la verdad es que sí. Cuando he estado enfermo ha sido cuando más he notado el amor de Dios. He notado sus caricias con muchos hechos concretos en momentos muy determinados.
Dios te da unas gracias cuando estás en momentos cruciales, y es ahí cuando notas más su amor, no cuando te va bien. No dejas de sufrir, pero notas que Dios te quiere. Es como la historia de una persona que se muere, se va al cielo, ve las huellas de su vida, y Dios va a su lado. Sin embargo hay un momento en el que solamente ve unas huellas, deja de ver otras y se da cuenta de que en el peor momento de su vida, Dios le llevaba a cuestas.
—Cuando una persona está sana no se plantea a menudo cuándo va a llegar el final de su vida, ¿Cómo se vive sabiendo que con tu segundo linfoma los médicos te han dado un tiempo, que han puesto fecha de caducidad a tu vida?
—Es muy duro. Mis circunstancias eran complicadas, tenía cinco hijos, cuarenta y pocos años, toda la vida por delante todavía. Fue muy complicado porque de repente a mí me dijeron: “Te quedan seis meses”. Piensas hasta los días que te quedan. Dices: “esto es como una condena, me quedan 180 días de vida. ¿Qué hago?”. Tuve la gracia de Dios de poder decir: pues lo voy a vivir alegremente todo lo que dure. Yo creo que lo viví bastante bien y disfrutando cada momento.
—Ha comentado que cuando le diagnostican la enfermedad, sus prioridades cambian. Las cosas que antes estaban en segundo plano, empiezan a cobrar más importancia. ¿Me podría dar algún ejemplo?
—Con 28 años yo estaba empleado en la mejor auditora, me iba bien en el trabajo…Mis prioridades eran ganar dinero trabajando un montón y vivir cómodamente. Dios sí, estaba ahí, pero no era la prioridad. Y la familia era una cosa más dentro de todo el conjunto, de todo mi plan. Un ejemplo concreto es que yo antes era bastante indiferente al sufrimiento de los demás ¿Ahora qué pasa? Desde el primer linfoma veo sufrir a alguien, y sufro. Sufro hasta físicamente. Me he vuelto muy empático.
También dedico tiempo a los demás que antes no dedicaba. Además hubo un cambio en el trabajo. Pasé de vivir para trabajar a cambiarme de sitio, ganar mucho menos y que la prioridad fuese la familia. La familia, el matrimonio y los hijos.
—Le han diagnosticado en dos momentos diferentes de su vida la enfermedad. ¿Cómo se vive cuando te la diagnostiquen con 28 años, y muchos planes de futuro a cuando lo hacen más mayor, con varios niños, etc?
—Se vive totalmente diferente. Con 28 años tiene unas proyecciones muy a largo plazo. Quiero tener esta casa, este coche, estos hijos, este trabajo, este sueldo, estas vacaciones… Luego Dios se parte de risa porque te la cambia totalmente.
Con cuarenta y pocos años, con cinco hijos y con un trabajo en el que ya estás estabilizado, es muy diferente. Me puse mucho más en manos de Dios. El mayor cambio fue vivir en agradecimiento. Yo me levanto todos los días y digo: “A mí ya se me ha pasado el tiempo. Yo ya estoy caducado desde hace cuatro años.
Vivo en agradecimiento por todas las cosas que me pasan. El corazón, en ese sentido, ha cambiado. No vivo en la exigencia, incluso conmigo mismo, aunque soy muy exigente, porque me gusta ser perfeccionista, pero sí que vivo en agradecimiento. “Gracias Dios porque me has dado estos hijos, este trabajo, esta familia con la que vivir, estos amigos, este todo.” Cada cosa que me pasa intento darle gracias por todo.

La fe como herramienta

—¿Es la fe la llave maestra del sufrimiento? ¿Se puede vivir el sufrimiento que usted ha pasado sin fe?
—La fe es la que te da la dimensión de tener una esperanza y de vivirlo con alegría. Sufres muchísimo, pero la fe es la que te da la esperanza, en mi caso, de la vida eterna, de que esto no se acaba aquí. Entonces entras en otra dimensión, en una dimensión en la que el sufrimiento físico tiene un sentido; primero encontrarse con Dios, de ver su amor, ver que estás en la cruz y ahí es donde está Jesucristo con los brazos abiertos esperándote y diciendo que te quiere.
Segundo, ves que las prioridades te van cambiando ¿Qué es lo más importante? Llegar a la meta del cielo. Conozco a gente que ha vivido la enfermedad, una enfermedad de este tipo, sin fe, sí. ¿Que la han vivido tan contentos como yo? Bueno, no es que estuviese dando palmas, contentísimo de estar enfermo, pero sí tenía una felicidad que el sufrimiento no me quitaba. Y la gente que no tiene fe, no lo vive igual.
—¿Cómo respondería al argumento de muchas personas: “Si tienes tanta fe, ¿por qué vas a los médicos y no lo pones todo en manos de Dios”?
—Yo lo veo como una tontería. Dios nos ha puesto médicos para algo, ha hecho cosas muy buenas y nos ha dado un conocimiento para que lo utilicemos para hacer bien. Y hacer el bien es curarnos. Sería irresponsable no colaborar, además, en la creación de Dios.
Él nos ha dado estos bienes, pues vamos a administrarlos correctamente. Ha dado un talento a un médico para hacer el bien, pues déjenos que lo ejerza. Que multiplique ese talento, como la parábola. Dios quiere que estés bien. Tienes una enfermedad para encontrarte con Dios, pero también para que te encuentres con un médico y que des testimonio de fe.

Un camino de evangelización

—¿Cree que su forma de vivir su enfermedad ha sido un modo de evangelizar?
—Dios ha hecho muchísimos milagros. En el libro cuento que escribí unas cartas, y con estas cartas se hicieron milagros. Recibí muchísimos mensajes de gente que ni conocía, diciéndome que les había ayudado muchísimo, que les estaba animando, que les daba esperanza, que les daba alegría, que por favor que escribiese más cosas. También es uno de los motivos que me han empujado a escribir el libro. Y sí es cierto que Dios se ha valido de eso, se ha valido de mí para llevar un poco de esperanza a gente que estaba en sufrimientos y de acercarles a la Iglesia.
Dios se vale de siervos inútiles para llegar a tocar otros corazones. Yo muchas veces me he preguntado, ¿por qué no me he muerto con el primer linfoma? Fue una de las preguntas que me hacía constantemente. Y es que Dios no ha querido que me muera.
Me tendría que haber muerto una noche, y no lo hice, ni al día siguiente. El siguiente era Nochebuena, y de estar tumbado en la cama sin poder moverme, con morfina hasta las orejas, de repente me encontré bien. Empecé a comer después de 25 días. Luego me hicieron un TAC y había desaparecido el linfoma. Es la parte milagrosa de la curación, pero luego lo milagroso es todo lo demás, cómo a mí me ha cambiado, cómo le ha cambiado a otra gente, cómo ha tocado el corazón a otros…. Yo el libro me lo tomo como una labor evangelizadora también. De llevar esperanza a gente que no la tiene, o que no ha conseguido vivirlo, o que no le han hablado del amor de Dios simplemente, y cuando anotas el amor de Dios hay que compartirlo.
—Las personas somos cuerpo y alma, Cuando el cuerpo empieza a fallar, ¿el alma empieza a cobrar más importancia? ¿Se tiene mayor conciencia de la parte espiritual?
—Es una pregunta un poco difícil de responder. Empiezas a trabajar más la parte espiritual. Claro, ves la muerte de frente. Dices: es que me voy a morir en equis días, e inevitablemente te planteas qué pasa.
Sí eres más consciente de esa parte espiritual, sobre todo porque al final, nadie quiere morirse y que se acabe ahí todo. Piensas: tiene que haber algo más. Yo por lo menos, sí que he sido más consciente de la idea de llegar al cielo.
Veo esto como más pasajero. Yo sé que quiero ir al cielo, para eso Jesucristo se entregó, lo tengo como muy arraigado, es mi objetivo. Y ayudar a los que pueda a llegar al cielo.
—Cuando le diagnostican el linfoma, ¿su primera reacción no es de enfado con Dios? De pensar: “me ha abandonado.”
—Sobre todo en el primer linfoma, sí que tuve la reacción sin saber si me iba a morir o no, de decir: “Dios mío, por qué me mandas a mí esto, que tengo 28 años”. Reaccioné con enfado, entre enfado y recriminación. La segunda vez, dije: “Mira, por lo menos he vivido trece años de regalo, que no debería haber vivido, con respecto al primer linfoma”.
A mí lo que me daba miedo era renegar de Dios y morir ateamente. Con el segundo linfoma hubo un cambio. La pregunta no era por qué, sino para qué me lo has dado. Yo creo que para dar testimonio.

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