Pisos tutelados: cómo integrar a personas con enfermedades mentales

Casi uno de cada diez españoles se beneficiaron directamente de la labor asistencial de la Iglesia católica, aparte de su labor principal: la espiritual

Isabel está diagnosticada de esquizofrenia y depresión. Ha pasado los 60. No podía trabajar. Vivía con sus padres, hasta que a ellos, muy mayores, se les hizo imposible cuidar de ella y le dijeron: “En casa ya no puedes estar”. “Y me animaron a irme a un piso tutelado. Es lo mejor que he hecho. Aquí estamos juntos y tratamos de ayudarnos. Somos una familia”. Lleva catorce años en un piso de la asociación AISS.
En España, 37 % de la población padece algún problema de salud mental, pero a partir de los 75 años, el porcentaje se eleva al 50 %, según los informes del Sistema Nacional de Salud. En algunos casos, las personas con estas enfermedades no pueden vivir con su propia familia, o se quedan solas. ¿Qué se puede hacer?
La Asociación de Iniciativas Sociales (AISS) lleva cerca de treinta años trabajando en este campo. Mantiene en Madrid siete pisos tutelados con unos sesenta residentes, con la idea de que puedan hacer una vida normal. En algunos casos, se acaban independizando. Además de los pisos, ofrece respiro familiar, o acompañamiento a personas en situación de dependencia y discapacidad.
Ana Villota, la directora y fundadora, explica: “Queremos que cualquier persona con una enfermedad mental viva como los demás y no sea limitante”, asegura. “Este trabajo quiere romper estigmas porque a quienes padecen enfermedades mentales se les cierran posibilidades laborales, se hunden en nivel afectivo”.

Impulsada por la fe

¿Cuál es el motor que late detrás de AISS? Ana lo dice con claridad: “La fe es el eje de la asociación; se sustenta en una idea religiosa: amar a los demás como amamos a Dios. Mi formación profesional se habría quedado corta sin la fe. En la fe encuentro apoyo y sustento. Nuestro proyecto tiene un indiscutible carácter religioso”.
Trabajan con profesionalidad en un campo que hoy han emergido como una prioridad sanitaria, como es la salud mental. A ellos le mueve su fe. No forman parte de esas estadísticas de la labor asistencial de la Iglesia, pero representan una de esas incontables iniciativas de ayuda a los más desfavorecidos cuyo origen está en un sentimiento religioso. Como tantos centros de atención a jóvenes, de trabajo con drogodependientes o madres en dificultades, residencias para la tercera edad, comedores sociales… La lista es interminable.
Ana Villota estudió trabajo social en la Universidad Pontificia de Comillas y se graduó como forense. Atiende a Mundo Cristiano en uno de los siete pisos tutelados que mantienen en Madrid, en este caso, en la calle Lagasca. Una casa puesta con buen gusto, donde llama la atención la abundante y cuidada biblioteca. La directora de AISS explica que su asociación es “totalmente privada y no lucrativa. La fundé en 1999 al ver la necesidad de recursos para la salud mental. Lo primero fue un proyecto de ocio y tiempo libre. También vimos que era necesario un respiro para los familiares. Iniciamos también ayuda a domicilio, pero vimos que se quedaba corto y al final acabamos instalando estos pisos compartidos”.

Integrar a los enfermos

Los pisos están situados en Madrid, en su mayor parte zonas céntricas como el barrio de Salamanca, Chamberí, o Retiro, y otro en Alcorcón. Ana Villota manifiesta que “los pisos se localizan ahí para fomentar la integración y la convivencia con el resto de la sociedad. Queremos romper con la estigmatización de los enfermos mentales. Nuestra idea es que las personas que tienen algún tipo de enfermedad mental lleven una vida plenamente integrada y normalizada. Y en estos más de veinte años de ejercicio lo hemos logrado. Hemos demostrado que la persona con enfermedad mental puede vivir de manera autónoma independiente e incorporarse laboralmente”.
En cada piso viven seis o siete personas, y lo atienden tres profesionales durante horas o a tiempo completo: una cuidadora, una limpiadora y un psicólogo. Supervisan cuatro aspectos fundamentales: la atención médica de cada residente; ayudarles a mantener un estilo de vida ordenado, cuidando la higiene y la limpieza; apoyo psicológico; fomento de las actividades básicas de la vida diaria. Ana Villota resume su tarea: “En realidad, son hogares con apoyo”.
Cuando llegan a los pisos tutelados, los residentes lo primero que hacen es organizar sus rutinas. Ana comenta que estas personas “tienden al aislamiento. Vienen con el sueño desorganizado, no tienen hábitos porque se han desestructurado por la propia enfermedad”.
En los pisos tutelados, además, ofrecen un amplio abanico de programas para personas con dependencia: talleres, club social, escuelas urbanas… En este sentido, también se organizan excursiones al campo o a la playa, donde pueden relacionarse con otras personas.

Papel de la familia

Agustina, una de las residentes en el piso de la calle Gutemberg, tiene 79 años. Lleva ocho viviendo aquí. Explica que el día comienza, como es lógico, con el aseo personal, y con la limpieza de la casa. Luego tendrán la comida, que prepara la cuidadora, que están con ellos hasta por la tarde. Les deja preparada la cena.
Ella vivía con su madre. “Soy incapaz de hacerlo sola”. Ahora convive con otras ocho personas. Tiene diagnosticado trastorno bipolar. Tiene dos hijos, pero no se pueden hacer cargo de ella. Le gusta leer: novela y temas relacionados con la ciencia. Acaba de leer una biografía de Darwin.
Javier también vive en Gutemberg. A sus 56 años, es el más joven de los residentes. Asegura que no hay conflictos en la casa. “Me ofrecieron entrar aquí y me gustó”. Tiene una ex mujer, y tres hijos y un hermano. Come una vez al mes con ellos. Javier padecía depresión psicótica: “yo tenía una vida muy desordenada y fue mi ex mujer quien me gestionó todo para venir aquí”.
Isabel -que lleva catorce años viviendo aquí- afirma que “los pisos están muy bien”. Tiene tres hermanos y cinco sobrinos, quienes la visitan con frecuencia. “Pero lo mejor son los compañeros de aquí. Estoy muy contenta. Procuramos ayudar en la medida de lo posible a hacer una vida más grata”. “No estoy sola, gracias a Dios. Lo mejor es estar acompañada”.
A ella le gusta leer, pasear, realizar actividades en el centro cultural. Con diagnóstico de esquizofrenia, admite que “a veces nos miran con miedo, pero estar aquí es una ayuda”.
Una compañera suya, también de nombre Isabel, explica que colabora en la ONG AIDA, que se dedica a proyectos en el tercer mundo. Reciben donaciones de libros y los venden en librerías solidarias para recabar fondos para financiar proyectos de cooperación. Isabel acude con frecuencia como voluntaria. Ella estudió, hace años, hasta tercero de Derecho pero no pudo continuar por su enfermedad. Le encanta leer novela costumbrista. Además, cada día sale para ir a Misa, con un chico que le acompaña. Da gracias a Dios: “me ha salvado la vida, me ha ayudado muchísimo”.
Dulce es una trabajadora social, técnica socio-sanitaria. De origen dominicano, trabaja en el piso de O’Donnell. Revela que “estar aquí todo el día es agotador… y estupendo. Hay que tener mucha paciencia. Te encariñas mucho con quienes viven aquí. Son inofensivos. A veces ves que les falta afecto”. Recuerda la ocasión en que uno de los residentes cumplió años y ella le hizo una tarta. “Me miraba con un agradecimiento… y me rompió el corazón”.
En AISS trabajan en coordinación con servicios sociales públicos y privados. Para Susana Hernández, responsable de obras sociales de exclusión de Cáritas Madrid, es “muy importante que aquí trabajen la normalidad de las personas con enfermedades mentales”. En Caritas trabajan con gente que no tiene red social ni familiar, algo que los ingresados aquí, afortunadamente, sí tienen. En AISS funcionan en estrecha colaboración con psiquiatras y trabajadores de los centros de salud mental o de rehabilitación, y con las familias.
¿Cómo se mantienen? La financiación proviene de los ingresos procedentes de los residentes, que pagan una cuota mensual.
La asociación ofrece ayuda a personas mayores de edad con cualquier tipo de problema de salud mental, desde los más graves como esquizofrenias, o trastornos maníaco-depresivos, o personas con depresión o con trastorno bipolar. Personas de entre 40 y 65 años que recurren a la ayuda profesional cuando ellos o su familia han tocado fondo.
Viven como el que vive en alquiler. Ahora es su casa. No hay límite de tiempo. Algunos llevan más de 25 años. Otros se van cuando consideran que pueden vivir de forma independiente. Aunque la enfermedad mental que padezcan sea crónica, pueden llegar a normalizar la situación y llevar una vida integrada.
La directora asegura que ahora tienen lista de espera para entrar. “Estudiamos el perfil de cada uno, para ver si se van a poder acoplar, con supervisión de profesionales”.

Sin dar problemas a los vecinos

Resalta Ana Villota que “hemos tenido cero problemas por parte de los enfermos en los pisos. Cualquier familia con hijos es más molesta en una comunidad de vecinos que los nuestros. Rompemos el estigma del enfermo mental”. Subraya que “no se debe vincular agresividad con enfermedad mental. En treinta años de trabajo, no he visto ningún episodio de violencia. La verdad es que, por su enfermedad, lo que tienden es más al aislamiento y al miedo”.
Más aún, “después de convivir con ellos a lo largo de tantos años, puedo decir que acaban siendo las personas más apreciadas y valoradas en el vecindario. Para mí ha sido un campo de lucha porque ha habido que hacer frente a un estigma social. A través del ejemplo de la integración hemos demostrado que no han ocasionado ningún problema”.

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