Entrando en la ciudad vieja de Jerusalén por la Puerta de Jaffa, bordeando el elegante Hotel Imperial, se encuentra un pequeño local de techos abovedados. Lo rige una familia de cristianos coptos, originarios de Egipto. Wassim es el padre y nos recibe en la puerta. Tiene 49 años, tres hijos y los brazos cubiertos de tatuajes cristianos, mezclados con un deportivo o los logotipos de Ferrari y Harley Davidson.
La familia Razzouk llegó a Jerusalén procedente de Egipto. Desde hace más de setecientos años, en concreto desde el año 1300, los Razzouk se dedican a una curiosa y ancestral labor: hacer tatuajes. Pero no cualquier tatuaje. Prácticamente desde los orígenes del cristianismo, los coptos tienen la tradición de tatuarse bajo la muñeca derecha una pequeña cruz griega, caracterizada por tener los cuatro brazos del mismo tamaño.
El local de la familia Razzouk está adornado con vitrinas llenas de pequeños sellos de madera. También hay libros, fotos y antiguos utensilios de tatuar. Es el testimonio vivo de toda una tradición milenaria que ha llegado de generación en generación hasta hoy.
—¿Por qué se tatúan los cristianos coptos?
—Casi todos los cristianos coptos en Egipto tienen esta pequeña cruz. Es una forma de marcarnos y reconocernos entre nosotros. En el pasado, se utilizaba como prueba para poder entrar en las iglesias, de modo que quien no tenga una cruz como esta, tendrá que demostrar de otra manera que es cristiano. Era una forma de protección frente a los ataques.
Hoy en día sigue siendo así. Los cristianos se reconocen y se protegen entre ellos. Pero también es una oportunidad de hablar de la fe, porque el tatuaje se ve cuando estrechas la mano, por ejemplo. De hecho, hay quien se tatúa la cruz en la parte superior para que sea más visible aún.
Desde el año 1300
—¿Cuándo empezaron a tatuar en su familia?
—Hace setecientos años, en Egipto, de donde somos originarios. Se puede decir que somos la familia de tatuadores más antigua del mundo y de la historia. Mis antepasados salieron de Egipto hace unos quinientos años, y vinieron en peregrinación a Jerusalén. Aquí se encontraron con que también había tradición de tatuar a los cristianos y, como es un lugar de peregrinación, los que venían de Europa y otros lugares se sentían atraídos por esta tradición y también querían marcar su piel, como muestra de que habían venido hasta aquí.

En muchos casos se tardaba varios meses en llegar. Era el viaje de sus vidas, y quienquiera que hubiera llegado a Tierra Santa, quería llevarse algo consigo que pudiera demostrarlo. Así que los peregrinos comenzaron a tatuarse y mi familia se estableció aquí definitivamente.
—¿Han estado siempre en este local?
—No, este lo abrimos hace menos de un mes. La tienda de mi padre está muy cerca de aquí, doblando la esquina, pero es un local muy pequeño, y por suerte nos estamos expandiendo. Antes, mi abuelo tenía un local muy cerca del Santo Sepulcro.
—También hay otras formas de probar que has peregrinado…
—Así es. Podías llevar una cruz de metal, incluso de oro o plata, pero corrías el peligro de ser asaltado en el camino, perderla o, incluso, que te matasen para quitártela.
El tatuaje siempre está ahí. Es para ti. Es algo que durará para siempre y también te recordará tu viaje. Por eso ahora mucha gente quiere hacerse el tatuaje de la cruz, porque quieren ser parte de esta tradición. Pero también quieren algo para sí mismos que les recuerde esto. Quieren llevar algo de Jerusalén con ellos en su cuerpo, no sólo para tenerlo en casa, o algo que puedas perder.
Personas de todo tipo y edad
—¿Qué tipo de personas vienen a tu tienda?
—Sobre todo, peregrinos. No me gusta usar la palabra turista, aunque algunos vienen también. Pero en general son peregrinos que buscan esta especie de certificación de que han peregrinado a Jerusalén.
También vienen a tatuarse sacerdotes, sobre todo etíopes y coptos, pero por un motivo diferente. Allí es tradición besar las manos de los sacerdotes, y ellos se tatúan la cruz en las manos para que sea a Jesús a quien besen, y no a ellos. Para otros sacerdotes es una buena manera de romper el hielo y hablar de Jesús y de la fe.
Muchos de nuestros clientes no han estado nunca en Jerusalén, y la gran mayoría son personas mayores, de más de 60 o 70 años. Prácticamente ninguno de ellos pensó en su vida tatuarse, pero al escuchar esta historia y tradición deciden formar parte de ella.
El hecho de que nuestra familia haya estado haciendo esto durante setecientos años, quinientos años en Tierra Santa, ayuda a que la decisión sea fácil. Pero también es la tradición de Tierra Santa. Es una tradición de los peregrinos. Así que no es solo la historia de mi familia.

Hace pocas semanas tatué a una señora de 91 años, y además no era su primer tatuaje. Ella ya había venido a Jerusalén hacía 21 años, y en esa ocasión se tatuó, y volvió a hacerlo por segunda vez.
Pero la persona más mayor de la que tenemos constancia fue una persona de 101 años. Otro hombre, este es un caso más extremo, vino por primera vez en 1965 y le tatuó mi abuelo. Luego volvió en el 2000 y lo tatuó mi padre. Más tarde, en 2007 lo tatuó mi tía y luego, a partir del 2011 fui yo casi cada año hasta 2017. No sé si
siguió viniendo.
—¿Y la persona más joven?
—Creo que el más joven fue un niño de tres años. Pero mi abuelo tatuó a un bebé de tan solo 20 días de vida. Anteriormente la gente venía de peregrinación y se quedaba mucho tiempo aquí, sobre todo porque había que ahorrar para el viaje de vuelta. En este caso fue una familia egipcia. El bebé nació a los dos meses de llegar a Jerusalén y, antes de partir, decidieron tatuarlo, porque era muy posible que no pudiera volver aquí.
Pasaron los años y vino un peregrino para saludarme de parte de un vecino suyo que ya era muy viejo y no podía viajar, pero que le contó que nació en Jerusalén y que sus padres le tatuaron aquí nada más nacer.
Otro hombre vino con sus tres hijos pequeños, de 5, 6 y 7 años. Quería tatuarlos a los tres, y le pregunté por qué él no. Me enseñó su cruz y me contó que a él le tatuaron aquí cuando tenía un año. Dijo que era lo más hermoso que tenía, y que quería eso para sus hijos.
Un tatuaje religioso
—¿Cree que este tatuaje es algo sagrado? Tal vez otros no tienen este significado.
—Son tatuajes religiosos, reflejo de la fe de una persona. No son por belleza, porque si no, ¿por qué una persona de 91 años iba a tatuarse nada?
De alguna manera, siento que es una especie de bautismo. Después de tatuarse, muchas personas lo miran y piensan que realmente han hecho su peregrinación. Por lo general vienen aquí hacia el final del viaje, como que “se han ganado” el tatuaje. De alguna manera sí es sagrado o, al menos, muy especial.
—¿El tatuaje es una profesión de hombres?
—En absoluto. (Enseña un libro de fotografías). Aquí puedes ver a mi tía tatuando. Yo tengo tres hijos, dos varones y una mujer, y si ella quiere, aprenderá a tatuar y continuará el legado.

—¿Sus hijos tatúan?
—Los dos chicos sí. El mayor tiene ahora 19 años y empezó con 13. La pequeña todavía no, porque es muy joven y tiene que ir al colegio.
—Todos tus tatuajes, ¿te los has hecho tú?
—Por supuesto, sí. Soy ambidiestro. Todos son míos, excepto la cruz de la muñeca.
—La tinta utilizada, ¿tiene algo especial?
—Mi abuelo solía hacer su propia tinta. En realidad, mi abuela hacía la tinta para mi abuelo. En esa época tenían lámparas de aceite encendidas todo el tiempo, con una pieza de cerámica en la parte superior, donde se recogía el humo y el carboncillo de la mecha. Eso lo mezclaban con aceite de oliva y algún ingrediente secreto que
desconozco, y esa era la tinta que utilizaban.
Hoy no. Suelo comprarla por Internet y viene de Estados Unidos, sobre todo. La tinta china es también muy buena.
—Siempre vemos la cruz la cruz en negro, pero ¿alguien se hace el tatuaje en otro color?
—Sí, yo tengo una cruz roja aquí (en el antebrazo izquierdo). Es la cruz de Jerusalén (la cruz de la Custodia de los franciscanos), que generalmente es roja, por la sangre de Jesús.
También solemos hacer el tatuaje de la cruz en blanco, sobre todo para personas que trabajan de cara al público y quieren tener la cruz, pero no que sea obvio.
El blanco es muy sutil, así que no todos pueden verlo a menos que realmente lo muestres o te acerques a esta persona.
—¿Cuál es tu tatuaje favorito?
—Muy fácil…
—¿La cruz de la muñeca?
No. Este, el de mi hija pequeña.