Género, jóvenes e Iglesia son tres palabras que suenan explosivas en el titular de un libro. Ese es el reto que Marta Rodríguez Díaz afronta en un ensayo con el mismo título que acaba de publicar Encuentro. Su apuesta: hay un choque intergeneracional que está provocando que se rompan los canales de diálogo. Pero Marta, la quinta de seis hermanos, doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana, profesora en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, y directora académica del curso en «Género, sexo y educación», de la Universidad Francisco de Vitoria, tiene la solución: hay esperanza, sólo tenemos que aprender a escuchar.
—¿Por qué se produce este “diálogo de besugos” tan infecundo con los jóvenes en algunos temas como, por ejemplo, el del “género”?
—Se produce porque estamos en paradigmas totalmente distintos. El Papa Francisco habla de que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Es la dificultad que tenemos de conectar con las categorías de la posmodernidad que hoy están presentes y que permean el mundo de los jóvenes. El diálogo entre generaciones siempre ha sido muy difícil. Pero ahora las categorías con las que fueron educados los padres no tienen muchos puntos en común con las de los hijos, en cuanto a valores, conceptos, sensibilidad… Y eso hace que los temas de tipo ético, político y similares sean muy difíciles de abordar, pero el tema más delicado es el del sexo y el género.
—¿Y cuál es el problema en esa falta de diálogo?
—Lo he contrastado hablando con jóvenes. Les pregunto cuáles son los temas de los que no logran hablar con los adultos y en el top five están siempre sexo, género y política. E incluso religión.
Cuando hablo con adultos y les pregunto cómo los educaron en temas de moral, cuáles eran las frases que repetían sus madres, son “porque lo digo yo”, “porque esto se hace así”, “porque es así”, “porque Dios quiere”… Y los valores eran la verdad, mucho respeto a la autoridad… y estaba bien. Pero hoy en día es todo lo contario. Ese esquema en el que fuimos educados nosotros era bueno y tenía sus límites. Y hoy estamos un poco en abrazar esos límites. Ahora lo importante no es lo que dice la sociedad, o lo que dice la ley. Ahora lo importante es “yo, lo que yo siento, lo que yo percibo”. El hecho es que nos acercamos a las cuestiones con una sensibilidad totalmente distinta. Y eso provoca, no sé si un diálogo de besugos, pero sí un cortocircuito muchas veces.
—Explica en su libro que muchas veces las sociedades son pendulares. ¿En qué momento del movimiento del péndulo nos encontramos? ¿Estamos ya al final o aún estamos subiendo?
—Yo creo que estamos todavía un poco en el péndulo porque lo que nos falta es una capacidad de síntesis. Desde una antropología judeocristiana no hemos sabido ponernos en diálogo con muchas cuestiones, como por ejemplo las teorías de género. Como no las hemos comprendido, no las hemos leído y no las hemos estudiado, nuestra respuesta es poco creíble porque cada parte habla como el que habla desde fuera. Sin esa síntesis es difícil que se dé el movimiento de no extremos.
—¿Y cuál es la consecuencia de esa sociedad pendular?
—No somos capaces de integrar. Algo que me preocupa mucho es el tema de la polarización hoy en día. Habla de la dificultad en el plano filosófico de lograr integrar la complejidad de lo real, que no es encontrar una solución fácil y simplista, de “le damos la razón a todos para que todos se queden contentos”. Es avanzar hacia el camino de la verdad viendo que en todas las posiciones hay algo de verdad. Y que si yo soy capaz de construir sobre ello, va a ser más fácil. No nos hemos dejado interpelar por muchas de las ideas que caracterizan el mundo moderno, para luego criticar aquello que sea necesario y construir.
—Los jóvenes viven atrapados por la emoción con lo cual su vida está marcada por la anécdota. ¿Cómo se gestiona ese emotivismo?
—Volviendo al tema de la sociedad pendular, hemos pasado de un racionalismo a un emotivismo. A nuestra generación nos educaron diciéndonos que no nos dejáramos llevar por el emotivismo, que el comportamiento más adecuado es el que es más racional y no debíamos hacer caso a lo que sentíamos, prácticamente. Y eso estaba mal. Eso no está bien.
Ahora estamos de nuevo en un “pendulazo” en el que creen que la verdad es lo que sienten. Más que tratar de darles golpes a base de razones, creo que tendríamos que lograr partir de eso que sienten, para ofrecerles una gramática que les permita descifrar e interpretar la verdad. Porque las emociones son también una puerta de acceso a la verdad de mí mismo.
—Las emociones en positivo…
—Algo que repito en el libro es que estamos bien hechos y nuestros jóvenes están bien hechos. Si yo les ayudo a conectar con eso que sienten y a dialogar con ello desde una gramática adecuada, puede ser también un camino de verdad porque es ponerles en contacto con lo que el corazón anhela. No lo que les apetece o lo que es más fácil, sino lo que el corazón anhela. Pero nosotros a veces queremos dialogar con el emotivismo desde el racionalismo.
—La adolescencia es complicada y ahora tienen mucha confusión. ¿Qué hacemos cuando llegan a casa y sueltan esa bomba que no sabemos cómo gestionar?
—A un adolescente es muy difícil decirle lo que tiene que hacer y lo que no, porque suelen mandarnos a paseo. Pero lo que sí debemos transmitirles es la idea de “piénsalo y no te precipites. Yo te voy a respetar tomes las decisiones que tomes, aunque me duelan y no esté de acuerdo. Pero yo voy a estar a tu lado y te quiero, porque soy tu madre. Ahora, ten en cuenta que algunas decisiones que tú tomas, si no las ponderas bien, después puede ser difícil echar marcha atrás. Así que espérate”.

El problema es que el discurso de confrontación con los hijos adolescentes no sirve. Lo único que vamos a lograr es alejarlos y perderlos. Por eso quizá mejor, “tú sabes lo que papá y mamá pensamos sobre este tema. Tú eres nuestro hijo y te queremos, y estamos orgullosos de ti y vamos a estar siempre de tu lado. Y por eso, tómatelo con clama. Piénsalo porque podrías arrepentirte. Tú vas a decidir y yo voy a estar a tu lado, hagas lo que hagas”.
Las experiencias son como los tatuajes, tienen un precio. Pero es posible sanar de las experiencias.
—Otra vez, en positivo, mucho mejor.
—Ese mensaje dicho con amor, ese adolescente va a ir con pies de plomo. Pero si cortamos el cordón umbilical, estamos impidiendo el camino de regreso. Si se sienten rechazados, muchas veces eso provoca que quieran afirmarse aún más en su decisión. El rechazo les empuja hacia afuera.
Y yo creo que los padres tienen el legítimo derecho de manifestar su dolor. “Esto no es lo que queríamos, no es lo que esperábamos. No es lo que creemos. Pero queremos vivirlo contigo. Y te queremos, y eres nuestro hijo precioso aquí, ahora y siempre”. Es lo que hace Dios con nosotros. Dios no se retira, está ahí.
—El problema más allá del género es el sexo y su banalización. Que han perdido el sentido de entrega para convertirlo en un mero mecanismo de disfrute.
—Hay un analfabetismo afectivo brutal. Están desconectados. Muchas veces por miedo. Me decía un chico: “en mi clase somos quince y todos nuestros padres están divorciados menos los de uno. ¿Y me pides que crea en la familia?”
No se atreven a creer en el amor para toda la vida. Decía una chica en Insta: “¿Qué ha pasado para que nos parezca más fácil irnos a la cama con un chico que irte a tomar café con él dos horas y hablar cara a cara?”.
Es decir, te requiere mucha más “desnudez” sentarte y hablar con el chico cara a cara que acostarte con él. Eso habla de un gran miedo, de una gran desconexión, de una gran fragilidad. Por eso el camino es hacerles volver a conectar con sus sentimientos, con su experiencia, con su cuerpo. Es el camino para que digan: no me hace ser más yo, no me hace ser más libre, me hace daño porque soy menos auténtico conmigo
—¿Un consejo para padres?
—Que ojalá se entrenen en una escucha sin prejuicio hacia sus hijos. Que no tengan miedo de crear espacios donde los chicos puedan decir sus barbaridades y sus locuras y no los vamos a estar corrigiendo todo el tiempo. Es un espacio para que digan realmente lo que piensan.
Cuando les preguntamos qué les preocupa, son las mismas cuestiones que nos preocupan a nosotros. Cuando les pregunto si lo hablan con sus padres, la respuesta suele ser “no”. ¿Por qué? Porque cuando se atreven a hablar, les cae encima toda “la ley”. Entonces no sacan lo que traen dentro. Y como no lo sacan, no podemos caminar juntos, hemos abortado el diálogo antes de que fuera posible. Los chicos se sienten muy solos y quisieran poder hablar. Y los padres se sienten muy frustrados porque no saben cómo llegar a sus hijos. Por eso tenemos que crear las condiciones del diálogo.