Orellana recibe a Mundo Cristiano para charlar sobre lo que de verdad importa: cómo el cine y las series configuran nuestra manera de ser, cómo podemos utilizarlas para construir nuestra familia y qué riesgos tenemos delante. Y sí, hay futuro y muchas posibilidades en la gran pantalla y también en la pequeña.
—Hemos perdido ver el cine y las series en familia. ¿La tele en familia era buena para la familia?
—En mi experiencia, absolutamente. Mi mejor recuerdo de los tiempos de pandemia era sentarnos todos juntos viendo una serie. Y de pequeño, en mi casa, el momento de ver juntos algún programa, como el 1,2,3 o Estrenos TV era como un momento mágico de la familia. Se ha perdido porque ahora cada uno está en su habitación con su dispositivo viendo su serie. Creo que la brecha generacional es más grande que hace unas décadas. Lo que quieren ver los más jóvenes.
—Hay un problema si ya no se ve la televisión juntos. Los adultos no pueden ayudar a los niños y adolescentes a comprender lo que ven porque podían explicar determinadas escenas. ¿Ha cambiado mucho el panorama en este sentido?
—Recuerdo una vez que organizamos una sesión de cine en la universidad y un profesor trajo a su hijo menor. Yo le avisé de que había escenas no adecuadas. Y él me dijo: no pasa nada porque se lo explico yo.
Esa dinámica de que el cine fuera un ámbito que pudiera dar lugar a una experiencia educativa ha desaparecido. En general con todo. La relación del individuo con su dispositivo hace que el proceso educativo se limita a que una máquina te transmite determinados contenidos sin ningún tipo de socialización por la aportación de cualquier adulto. Es un problema que va más allá del cine. Cambia el paradigma educativo radicalmente.
—Decías que hay mucha brecha generacional. Por ejemplo, a los jóvenes les aburre el cine.
—Siempre ha habido una brecha generacional. A los jóvenes les gustaban los Beatles y los padres se horrorizaban con ese tipo de música. Eso es parte de la naturaleza humana. Pero ahora hay una brecha más profunda. En el ámbito audiovisual, los más jóvenes han sido ya educados en las redes sociales. Entonces, tienen un concepto de la narración y de los ritmos absolutamente impulsivo. Buscan cosas breves impactantes. No soportan relatos desarrollados en el tiempo que requieren la paciencia de ver cómo van evolucionando los personajes. No pueden. Por eso los grandes relatos cinematográficos y literarios no les gustan porque su mente no está adecuada a esos tempos. Eso es un problema de cara a todo el cine anterior al siglo XXI. Lo rechazan.
Y eso es un problema no sólo de gustos cinematográficos. Es toda una forma de entender la vida y los tiempos de la vida, del ser humano, radicalmente diferentes. Y creo que no sólo se produce la típica brecha generacional, sino que son mucho más vulnerables porque el tiempo real de la vida, de los procesos humanos, no es el tiempo de las redes sociales. Y entonces genera una falta de sintonía entre las dinámicas reales de la vida, de la realidad y las dinámicas que su mente se ha configurado como consecuencia de las redes sociales. No están acompasadas.
—No les gusta el cine, pero a veces se dan atracones de series.
—Es que las series están concebidas, lógicamente, para que cuando acabe un capítulo te entre la necesidad de ver el segundo. En esta dinámica que decíamos de ritmos de ansiedad, son incapaces de decir “bueno, mañana sigo”. No tienen esa paciencia a la que estamos acostumbrados los que hemos vivido otro tipo de relación con el tiempo de las narraciones. Entonces se convierte en un consumo compulsivo. Como si fuera un trastorno alimentario, pero audiovisual. Se pueden estar hasta las cinco de la mañana, aunque tengan clase al día siguiente o no dejar de verlo hasta que terminan.
—Nos decías que son muy importantes los personajes, las tramas… Al final, ¿el cine nos enseña mucho sobre la vida?
—El cine en cierto sentido tiene la misma función que la literatura. Nos pone en contacto con experiencias humanas distintas de la nuestra, épocas, lugares, conflictos. En ese sentido, enriquece. No sustituye la experiencia humana, pero abre la mente. Eso siempre ha sido así. Pero también es verdad que hoy en día hay muchos productos audiovisuales que se circunscriben al mundo que ya viven nuestros jóvenes. Es decir, no les abren a nuevas experiencias, sino que les refuerzan lo ya sabido.
Y hay que tener en cuenta que, si bien el cine tiene esa virtud de abrirnos a nuevas experiencias, también tiene la posibilidad de ser un filtro, es decir, de poner el acento en los aspectos de la realidad que ideológicamente interesan, que están de moda, de plantear problemas que no existen en la realidad y que se van convirtiendo de virtuales en reales. Así que tiene ese doble file del cine como ventana al mundo, pero también como filtro.
—¿Corremos el riesgo de las pantallas normalicen algunos comportamientos?
—Totalmente. Por un lado, el cine refleja la sociedad, pero, por otro lado, induce comportamientos o temas en la sociedad. Siempre ha habido intenciones políticas detrás de determinado cine. En tiempos de guerra, por ejemplo, se favorecía un tipo de cine con un tipo de mensaje, patriótico, nacionalista, lo que decidiera el poder. Ha sido siempre así desde el cine mudo. Los soviéticos usaban el cine para difundir la revolución.
Y hoy en día la agenda cultural está detrás de potencias audiovisuales como algunas de las grandes plataformas. Determinadas batallas de la mentalidad dominante se están jugando a muerte en el cine, como la ideología de género, por ejemplo. Y creo que está teniendo una eficacia absoluta.
—Pero también vemos el inicio del movimiento pendular. Algunas compañías se empiezan a dar cuenta de que se han pasado de frenada con la cultura woke y están perdiendo clientes. El CEO de Disney reconoció este cambio y dijo que se iban a dedicar más al entretenimiento y menos al adoctrinamiento.
—Disney ha sido la bandera. Hay que ver si este cambio se convierte en tendencia o es una declaración puntual. Porque Disney ha sido la proa de la cultura woke cuando era una compañía orientada a la familia. Hay que darle tiempo, pero si se cumple, sería increíble, maravilloso.
Es cierto que este tipo de movimientos tiene lugar siempre con todas las políticas ideológicas. Se mueven de espaldas a la realidad y, tarde o temprano, la realidad se impone. A veces tarda mucho.
—Y eso tiene consecuencias.
—El problema es que, aunque haya un proceso pendular, los cadáveres se quedan en el camino. Y nuestra generación joven va a pagar unas facturas muy importantes porque se les ha transmitido una imagen de la realidad tan distinta de la realidad que los batacazos van a ser fuertes. Así están los psicólogos.
—En el cine, hubo un tiempo en el que idealizamos en exceso el amor romántico pero, ¿nos hemos pasado de vuelta y hemos banalizado las relaciones sentimentales convirtiéndolas sólo en sexo?
—Sí, pero aquí sí que yo veo la ley del péndulo. Empieza a haber películas y series que reivindican lo que hace diez años se denostaba. La entrega, el sacrificio, la fidelidad, la figura del padre… Es decir, aquellas experiencias humanas que se ha demostrado con creces que han llevado al fracaso hacen que se vuelva a buscar un referente sólido y fiable en muchos temas.
—¿Eres partidario de que se va todo tipo de cine, que no condenemos una película porque trata un tema que es complejo?
—Partiendo de la base de que cada uno puede ver lo que le dé la gana, yo lo que le exijo a una película no es que esté de acuerdo con lo que yo pienso, sino que sea auténtica. Es decir, que no parta de una mirada ideológica, sino que parta de una actitud auténtica del director y del guionista, que no quiera vender nada. Porque si es así, siempre vas a encontrar huellas de la verdad humana si hay autenticidad. Eso es lo que hay que exigir a una película. Porque cuando hay autenticidad es posible reconocer tu experiencia humana en algunos aspectos de la película. El problema es cuando se nota desde el minuto uno que la película la han hecho para transmitirte unas ideas. Y que todo lo que les pasa a los personajes está al servicio de una intención ideológica. Yo ese cine no lo soporto. Ves desde el minuto uno a dónde te quiere llevar. Pueden ser películas que están muy bien hechas, pero no son auténticas.
—Ahora tienes un programa con Jerónimo José Martín en TreceTV en el que recuperáis y comentáis películas clásicas. ¿Qué nos puede contar el cine clásico hoy?
—El programa se llama Cine Classics, pero ponemos películas desde finales de los 50 a principios de los 70, que es una época muy interesante porque es cuando el cine cambia. Cuando empieza a afrontar todos los temas modernos: cambio cultural, político, revoluciones, marxismo… Por eso es una época interesantísima en el cine, porque es el mundo de la guerra fría, es el mundo de la contestación en sentido positivo. Es decir, detrás de mayo del 68 había un deseo de autenticidad por parte de los jóvenes, luego utilizado ideológicamente por el marxismo. Pero ese deseo es real. A la gente ya no le valían los formalismos, la gente quería vivir las cosas en primera persona y eso era bueno. Todo ese cine refleja ese mundo en cambio. Es muy interesante en el momento actual que vivimos.
—¿Qué crees que nos va a aportar esta selección de películas?
—Las tradiciones hay que revisarlas, pero necesitamos una tradición. Es decir, la persona no es una seta que sale espontáneamente en el campo. Hay que revisar nuestra tradición para elaborar nuestro camino. Pero no podemos partir de cero. En aquellos años muy ideológicos era muy evidente que venías de un sitio.
Y es un cine en el que todavía está muy claro el concepto del bien y del mal, el valor de la amistad, del sentimiento de pertenencia, de la lealtad… Los valores tradicionales se reciclaban, pero seguían siendo valores.
—Recomendación a las familias sobre cómo conseguir ver otra vez el cine en familia.
—Hay que institucionalizarlo. Hay momentos de ver algo juntos. Y que sea un buen plan: cenamos en el salón, comidas especialmente apetecibles. Y luego hay que buscar un consenso. Por ejemplo, que el adulto haga una selección y que los hijos elijan. Participar en la decisión es la manera de lograrlo.
—¿Hay relevo generacional en el cine? ¿El cine no va a morir?
—Hay un relevo generacional brutal. Nunca se han hecho tantas películas en España como se están haciendo ahora. Porque es mucho más barato. Los costes han bajado mucho, se ha democratizado mucho…
En España, favorecido por la ley, ha habido un relevo generacional femenino. Hay muy buenas directoras que están ahora en los 40. El reto que tienen nuestros jóvenes no es tecnológico sino de ideas. Es decir, que hagan cosas que no sea la enésima copia de lo que ya se ha visto mil veces.
Hay un escritor, Javier Peña, que dice que la clave del escritor es la observación, la memoria y la imaginación. Pero si no hay observación, si te dedicas todo el día a las redes sociales, pero no ves la realidad, lo que pasa en una parada de autobús, el primer elemento no funciona. Luego, con la realidad y la memoria, entra en juego la imaginación y haces una historia. Pero si no entra en juego la realidad, no sale.
Tienen que leer mucho y tienen que aprender a mirar la realidad porque ahí están todas las historias posibles.