Lo avalan cuarenta años de ejercicio profesional en los que ha ocupado, entre otros cargos, el de Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. En su clínica y en su centro Rec Urra Ginso, acogen a los niños y adolescentes que llegan con problemas y les dan una oportunidad porque creen en ellos. Prolífico divulgador, acaba de publicar Hijos: prevención de riesgos para ayudar a los padres a descubrir qué cosas deben preocuparnos y cuáles son de lo más normales.
—¿Tenemos claro qué es una familia?
—La familia es la entidad básica de la persona. Nacemos humanos, nos hacemos persona en relación con el otro. Y ahí hay una figura esencial que es la madre. También el padre, claro. Pero en el primer momento, la madre es fundamental porque se establece con ella un vínculo del que deriva el apego. Si se consigue un apego positivo, la vida irá muy bien en general. Cuando uno no lo consigue y tiene problemas de vínculo, se dan muchos bandazos en la vida.
—¿Familia es amor?
—Ciertamente la situación de cada familia es peculiar. Pero dentro de todo ese sistema de familias, la sociedad se ha dado cuenta hace muchísimo tiempo de que la familia es la esencia primigenia. Ser padre, ser madre es una relación de amor, de amor profundo. En mis conferencias, a veces pregunto al público: “¿Daríais la vida por vuestros hijos?” Y la respuesta es sí. “¿Daríais la vida por vuestra pareja?” Y el silencio es absoluto. La gente no contesta. Un amor profundo es el de un padre, una madre, a un hijo.
—¿Qué implica vivir en familia?
—La familia constituye ese aprendizaje de cómo vivir las normas, la seguridad, el amor al otro, el respeto intergeneracional. Eso es realmente lo que constituye la familia. A partir de ahí, el ser humano tiene sus amigos, su colegio, su tiempo de ocio, su trabajo, otros lugares. Pero no serán de pertenencia. Serán de elección. Nacer en una familia te cambia. Y si naces en una familia que te quiere, que te da amor, seguridad, te ponen normas, y te sonríen mucho y hay contacto, piel con piel, cariño, serás una persona optimista, feliz, que intentará hacer muchas cosas en positivo para los demás.
—¿Y qué ocurre cuando la familia falla?
—En una familia en la que los padres están mal, por ejemplo, porque están enfermos, porque tienen un trastorno bipolar, o una esquizofrenia, o son depresivos, esa situación va a afectar a los hijos, categóricamente sí. Tendremos que buscar una forma de apoyo a esos niños porque son padres que quieren mucho a sus hijos, pero no tienen criterios educativos sólidos.
El niño que nace en una familia con unos padres que son adictos a la droga o que están enganchados a la ludopatía, tiene problemas severos que le marcan. O el que tiene unos padres maltratadores que ejercen la violencia contra los hijos, contra la pareja o la violencia vicaria. Eso lo aprenden los niños.
Un ente esencial
—La familia marca.
—Sí. Somos lo que quedó del niño que fuimos. Por eso la familia se convierte en el ente esencial, también para dar criterios de creencias, de fe religiosa, de espiritualidad. Y, además, la sociedad no va a encontrar sustitutos a la familia.
—Ahora a veces la familia se excede por el otro lado, con ese hiperprotecccionismo exagerado que convierte al niño en el centro del universo. Usted ha explicado muchas veces que a los niños hay que “descentrarlos”.
—Mi último libro se titula Hijos, prevención de riesgos. Ese título no es para asustar a las madres, todo lo contrario. Que un niño se caiga en la calle es natural, es sano. Que un niño vaya a un campamento y un día se fracture la muñeca está dentro de lo previsible, no pasa nada. Que un niño esté solo y no tenga amigos, eso es un problema. Que un niño un viernes no tenga con quién quedar y entonces se “empantalle” y se genere un personaje distinto a lo que él es, tenemos un problema.
Si empieza a tener problemas de autoestima, si empieza a entrar en páginas pro anorexia, pro bulimia, tenemos un problema. Si, como no tiene con quién jugar, se engancha, como pasó en la pandemia, con la ludopatía, tenemos un problema. Si no tiene amigos y busca una banda, o una secta, tenemos un problema. Eso sí son problemas.
Sin noción del riesgo
—Ahí está el papel de la formación. Es la forma de hacer frente a los riesgos. Por ejemplo, la pornografía.
—Si el niño no está formado, no ya en la sexualidad fisiológica, sino en lo que es el amor, que no tiene mucho que ver con el querer, y no tiene nada que ver con lo que es el poseer, y a los 9 años está consumiendo una pornografía violenta, es posible que el día de mañana cometa hechos desde una conducta muy instintiva, muy poco empática con la otra persona.
—¿Han perdido la noción del riesgo?
—Hoy en día, le preguntas a un adolescente si fuma y te dice que no. Le preguntas si fuma cannabis, y te dice que cannabis sí. Los chicos han perdido toda preocupación por la droga. También pasa con el alcohol. Creen que no beben mucho porque beben sólo los fines de semana, a veces por atracón. Pero su conclusión es que si sólo beben el viernes y el sábado, no son adictos. Pero a partir de ahí vienen hechos violentos, conductas sexuales agresivas…
—Muchos padres dicen que quieren que sus hijos sean felices, pero eso no está en su mano…
—Vivimos en una sociedad hiperprotectora en la que los padres se preocupan por que su hijo sea feliz. Bueno, su hijo va a ser feliz a ratos, va a haber momentos de infelicidad, va a haber momentos de aburrimiento, va a haber momentos de deslealtad, momentos en que quiera a una persona y esa persona no lo quiera, o deje de quererle, va a haber momentos en que muere el abuelo o un hermano. La vida, que la vida no es justa.
—¿Y cómo aprendemos los padres a educar?
—Dicen que los niños vienen sin manual de instrucciones. Pero no es cierto, hay mucho escrito. Después, cada familia adapta lo que lee igual que adaptamos la receta de un cocinero famoso. Cuando sabemos los ingredientes y los pasos, vamos añadiendo.
Los padres tienen que hablar entre ellos, con los abuelos, con los profesores, tienen que disfrutar de los hijos, aprender de ellos, que quede claro quiénes son los adultos para que maduren, que tengan otros amigos, no sólo los del colegio, para que si las cosas van mal en un lugar, tenga otro grupo que le apoye.
—En esta época de adicciones, no sólo con sustancias, sino también comportamentales, ¿qué deberíamos saber los padres?
—Entre la droga comportamental y la física, la física es peor, entre otras cosas porque te modifica el organismo, el cerebro y por lo tanto tu voluntad y tu capacidad. Pero, en cualquier caso, las adicciones se pueden controlar. Te pongo un ejemplo: en nuestra clínica y nuestro centro nadie puede usar el móvil. Ni los profesionales que trabajan con los chicos. Llevamos catorce años trabajando y no hay móviles. Si alguien necesita algo, llama a secretaría. No pasa nada. Yo doy clases. Los alumnos tienen lápiz y papel. Atienden y no tienen problemas.
—Así que se puede educar de otra manera.
—Esto de las adicciones tiene mucho de social. Lo que nosotros intentamos hacer es que los educamos para que sean sanos, para que no se comporten distinto a como son, para que sean asertivos y digan “no”—“no” a fumar, “no” a robar, “no” a abusar de una niña, “no” a reírse de una persona que tiene discapacidad—. Eso les puede generar problemas, pero aprenden a ser coherentes.
—Es muy bueno que se rompa el tabú de la salud mental, pero no es tan bueno que nos excedamos al psicologizar cualquier problema.
—No creo que haya que psicologizar ni medicalizar a la sociedad. España es uno de los países con más consumo de hipnóticos, antidepresivos, ansiolíticos. El país del mundo con menos natalidad, junto con Italia. Con más longevidad, junto con Japón. Además, se acorta mucho el tiempo de la infancia, y sin embargo se alarga el de la adolescencia. Ya hay más perros que niños. Dice mucho de nuestra sociedad.
—En la sociedad no se tiene fe en la juventud. Ha perdido la fe en nuestros niños y adolescentes. Cree que todos son malos. ¿Es un error grave de concepto?
—Es un error grave. He atendido a miles de entrevistas. Jamás me han dicho “dígame cosas positivas de los jóvenes”. De hecho, nuestros jóvenes nos están educando en muchas cosas: por ejemplo, son más cuidadosos con el medio ambiente, más respetuosos con la diferencia. Si nosotros respetamos a los adolescentes, ellos también nos respetan porque creemos en ellos.