Isabel Sánchez: “Cuidar a una persona es invertir en misericordia”

La autora aborda en su nuevo libro Cuidarnos el valor de preocuparse por uno mismo y por los demás
Isabel Sánchez, durante la entrevista con Mundo Cristiano.

Isabel Sánchez Serrano (Murcia,1969), es secretaria central de la Asesoría del Opus Dei desde 2010. Licenciada en Derecho, cursó en Roma estudios de Filosofía y Teología. En el año 2020 publicó su primer libro: Mujeres brújula en un bosque de retos, que fue todo un éxito. Ahora se lanza a la publicación de una nueva obra: Cuidarnos. En ella se profundiza en el arte de dedicar la vida al cuidado del que se tiene al lado, y de la humildad y la sencillez que conlleva dejarse cuidar. Ante una sociedad donde atender al prójimo está visto como una pérdida más que una ganancia, Isabel muestra la riqueza de consagrar una vida a la ayuda del necesitado.

Es una mañana fría de cielo despejado, al más estilo madrileño. Los periodistas esperan a Isabel Sánchez en una cafetería del centro de la ciudad. Tras el encuentro, que se inaugura con una enorme sonrisa de Isabel, entran en el local. En una pequeña mesa del final, se inicia la conversación que –debe de ser algo de oficio– ambos periodistas deciden acompañar con un café. Isabel, sin embargo, no toma nada. Bebida en mano y con el bullicio de fondo propio de un lugar en plena hora punta comienza la entrevista.

—¿Por qué el libro y a qué quiere animar?
—Surge como iniciativa de la editorial. Me pidieron escribir sobre tema abierto, lo que yo quisiera. En ese momento, me traía a la memoria a Mujeres brújula, que se quedó como intentando incoar que deberíamos evolucionar hasta una sociedad de los cuidados. Me dirijo, como en ese momento estaba diagnosticada por una enfermedad grave, a todo aquel que es cuidado. Quería decirles: “me solidarizo con vosotros, tenemos mucho que aportar al mundo, no solo nos tienen que cuidar, nosotros también tenemos mucho que dar”.
—¿Le ha cambiado en algo esa enfermedad?
—Espero que sí, espero que me haya cambiado para mejor. Me ha cambiado el reloj interior, el reloj del tiempo, para saborear la vida de otra manera. Para mirar a las personas con mayor atención. Y luego me ha cambiado las prioridades. Creo que eso le pasa a la gente que atraviesa una enfermedad. Y por supuesto, me ha hecho descubrir a Dios como el mejor cuidador.
—¿Por qué descubrir a Dios como el mejor cuidador? ¿Cómo se materializa eso?
—El primer detalle pequeño, no tan pequeño, es que te das cuenta del regalo de la vida. La vida se te va como un torrente a borbotones, y te das cuenta de que hay que saborearla gota a gota. Eres muy consciente de que la vida y la salud son un regalo. Eso no te lo has dado tú. Y alguien te está sosteniendo ahí. Ves que es un buen cuidador porque también compruebas las oportunidades que te dan durante la enfermedad, de hacerte mejor persona y de hacer mejor persona a otros.
—El concepto de cuidado está bastante de moda. ¿Qué aporta este concepto que no existiese antes?
—La novedad está en que nos hemos hecho conscientes. Estamos al borde de un colapso de cuidados. Vamos a estar con dos tercios de la población que va a necesitar ser cuidada, o por ser mayores, o por ser niños. Tenemos un gran índice de soledad. Tenemos una necesidad de cuidado de la salud mental que no hemos tenido antes o que no teníamos en tal grado. Tenemos unos hogares solitarios. ¿De dónde va a salir la fuerza de cuidarnos? ¿Quién nos va a cuidar? ¿Dónde están los lazos?
Nos estamos haciendo muy conscientes de eso, quizás por eso está tan de moda. Y por otra parte, ¿dónde está la novedad que yo quiero aportar? Tenemos un derecho universal a ser cuidados y a cuidarnos. Y eso es un tema de justicia social. El cuidado como valor público, no solo como algo que se reduce al ámbito de cuidado, creo que es la novedad universal.
—¿Hasta qué punto hay un cierto riesgo de considerar que todo depende del Estado?
—No es solo cuestión del Estado. Haciendo números es imposible, va a colapsar. Simplemente ya desde el punto de vista numérico de gente a la que atender, millones, y desde el punto de vista económico, imposible. Desde el punto de vista más profundo, el cuidado pertenece, esencialmente, al ámbito familiar. Ahí es donde uno quiere cuidar con excelencia. Cuando ese cuidado excede, porque ya necesita profesionalización, especialización, entran otros, terceros, a los que derivamos, y entra subsidiariamente el Estado. Esto es un desafío de todos.

Cuidar, misión de todos

—¿Cómo se puede preparar una persona para que aprenda a cuidar?
—Hay tres caminos, uno es la familia. Si los hijos no ven que sus padres cuidan a sus padres, ellos no los van a cuidar. Esa es una primera parte, la familia es un ámbito donde uno aprende a respetar a la persona en todas las partes de la vida.
Segundo ámbito es la escuela.
Y, por último, mientras cuidamos a otros. Creo que es una muy buena preparación. Haber cuidado a tu padre enfermo, a una persona dependiente de tu familia, te prepara, te conciencia. ¿Qué no quiero hacer como ella? A lo mejor no quiero exigir del modo que se exige, o quiero aprender a autocuidarme antes, a prevenir, a no llegar a esas situaciones. Creo que eso es una muy buena escuela, por eso las personas que son cuidadas nos aportan, nos anticipan lo que va a ser nuestra vida.
—¿Hay alguna experiencia personal que diga: “aquí he experimentado lo que son los cuidados realmente”?
—Lo he aprendido, en el ámbito de cuidados físicos y de acompañamiento, con la enfermedad de mi padre. Estuvimos los cuatro hermanos. Cada uno vivía en un país, y nos turnamos con muchísimo gusto para estar con él, pero claro, hemos tenido que aprender cosas que no sabíamos. Nuestro padre, a quien siempre hemos visto autónomo, desenvuelto, y que viudo ha sacado adelante cuatro hijos pequeños, de repente le hemos visto necesitado de todo, y con una sencillez, se ha dejado cuidar, se ha dejado limpiar, se ha dejado vestir…
—Esto, además de ser muy duro lleva tiempo.
—No es solo tiempo, es vencer la repugnancia de algunas acciones, de algunas tareas, pero es mirarle también a él, que ha hecho mucho más por mí que yo ahora por él.

Cuidar y cuidarse

—¿Cómo se puede evitar el caer en el descuido de uno mismo cuando estamos cuidando a otros?
—No puedo querer bien a los demás si a mí mismo no me estoy queriendo bien o no me estoy dando la atención que también necesito. Nos lo enseñan en los aviones: Cuando cae la mascarilla advierten que primero el adulto; luego los niños. Lo mismo pasa con los cuidados. También es importante cuidar la justa distancia. No puedo estar tan cerca que empatice tanto y me cargue tanto con los problemas de la vida y los dolores del otro, porque al final yo los estoy viviendo conmigo, a destiempo. Los problemas del otro me tienen que afectar para poder aliviar, pero no puedo cargar con ellos, no me pueden rasgar el cuerpo mío ni el alma mía.
Creo que hay que distribuir responsabilidades, no dejar que alguien cargue con todo el cuidado de un familiar dependiente.
—¿Qué se puede hacer en las situaciones en las que la persona no se deja cuidar?
—Se me ocurren dos ideas. Primero, paciencia. Hay que dejar que la gente acepte su situación. Segundo, ternura. Hay que comprender dónde está el dolor de la otra persona. Verse poco autónomo, verse dependiente, eso es un trauma, algo difícil de tragar. Hay que ayudar a digerirlo, ayudando a hacer comprender que el otro no es una carga, no es un peso. Hago con gusto lo que tenga que hacer, te lo debo, lo quiero.

Vivir para otros

—En ocasiones, dejar la carrera profesional y dedicar la vida al cuidado de un familiar puede derivar en sentir que “se está perdiendo el tiempo”.
—Creo que es un riesgo psicológico real. Se puede sentir eso, pero es que estamos muy acostumbrados a medir todo con criterios mercantilistas.
Cuando no producimos, nos parece que no valemos. Pero el tiempo para la persona no es un tiempo de producción, es un tiempo de relación, es un tiempo de encuentro. Y cuidar a otro es como una relación a fuego lento. Invertir en una persona jamás va a ser una pérdida. Eso son inversiones en misericordia, magnanimidad, es darse cuenta de que todo esto a mí me está haciendo grande, y a mi sociedad la está haciendo humana.
—Podría haber gente que ve el dedicarse a tareas de cuidado absorbentes como un obstáculo para el apostolado, por ejemplo.
—El apostolado es acercar a gente a Dios para que le sigan. Ante un enfermo lo que tenemos es a Dios delante. Le estamos sirviendo a Él. Qué mayor acción apostólica, qué mayor amor a Dios. Tenemos que abrir mejor los ojos de la fe. Él nos lo ha dicho: “donde hay un enfermo, donde hay un niño, ahí estoy Yo”. A veces nos pasa, que el apostolado lo medimos en actividades, en producción, en ir y venir. Apostolado es tocar más directamente el corazón de Dios.

El valor del cuidado

—¿Qué diferencia hay entre las mujeres y los hombres en cuanto a cuidados se refiere?
—Hay 600 millones de mujeres y 40 millones de hombres que se ocupan de atender a sus familiares. Es verdad que la mujer tiene aquí una ventaja humana, tiene más desarrollada la inteligencia emocional. Por otra parte, hemos diseñado una sociedad que hasta ahora admitía en el mercado laboral solo a hombres. Estamos en una encrucijada donde el trabajo es de todos, hombres y mujeres. El cuidado es de todos, mujeres y hombres. Y yo creo que ese es el trasvase más bonito y crucial que puede darse hoy.
El hombre tiene muchos deseos también de cuidar. En el libro intento mostrar ejemplos de hombres que han decidido apostar por el cuidado de sus familias dependientes con mucha alegría, con muchas ganas, con muchos sacrificios.
Lo importante no es de quién es la mirada, de la mujer o del hombre, lo importante es universalizar el cuidado con una necesidad, con un derecho universal.
—Los cuidados, ¿son una de las claves para enfrentarse a una sociedad que tiende a cierta deshumanización?
—Esa es la cuestión esencial de este libro. Estamos en una encrucijada cierta, verdadera y comprobable entre descartar a las personas o cuidarlas. Tenemos que pensar qué clase de Estado queremos formar. Uno que se arrogue el derecho de categorizar las vidas y pasar su valor, o uno que diga la vida humana es indisponible y yo la voy a proteger sí o sí, con la ayuda de todos.
—Si se defiende la vida, el tema del cuidado es la clave, más que la lucha política.
—Sí, creo que la clave es cuidar a todos integralmente. También a la persona que está en la difícil tesitura de decidir si aborta o no, por ejemplo. No son mujeres que lo hagan por placer, a veces tienen muchos miedos y eso hay que cuidarlo, pero hay que cuidarlo de modo integral, la mujer tiene muchos más miedos que solo perder una carrera, que solo encontrarse con la vida truncada…Y ¿qué pasa? Que no le damos más opción que la de matar a su hijo. Es la opción más fácil.
Otro ejemplo es la persona que está al lado de la muerte, es difícil llevar esto si todo alrededor te grita: “tu vida no vale, estás siendo un peso, vas a arruinar a tu familia…”
No es ir contra nadie, cuidar es cuidar a todos, cuidar también a los que están ahí a punto de tomar esa decisión. Lo que vemos es que quien legisla esos momentos, lo que hace es en situaciones de máxima vulnerabilidad, exigir máxima autonomía, máxima soledad.
—Cuidar a los demás nos lleva al primer mandamiento que da Dios, amar al prójimo. ¿El cristiano está más preparado?
—El primer mandamiento sería amarnos a nosotros mismos como regalos de Dios para el mundo. Si queremos aprender el arte del cuidar, acudamos a los expertos. El cristianismo lleva veintiún siglos con actos de solidaridad extrema. ¿Quién ha ido a las leproserías? ¿De dónde ha surgido? La Iglesia tiene a mucha gente a veces escondida, que da su vida por cuidar a los que nadie mira, a los que nadie le da ni nombre.
Pues ahí ha estado el cristianismo. No tiene que ir presumiendo, pero sí puede compartir toda su experiencia, todo su valor. Me parece que aquí los cristianos tenemos que estar más orgullosos de la historia que tenemos.

—En el libro habla de la película La Boda de Rosa que refleja que hay millones de mujeres que han dejado su empleo para ser responsables de los cuidados familiares. ¿Cómo abordar este tema sin caer en demagogias o en estereotipos humanos?
—A mí esa película me servía como punto de partida para un buen diálogo. La vida que le ha pasado a Rosa es la vida de muchas mujeres.
Otros familiares han descargado en ellas la responsabilidad de cuidar. Ellas no han cuidado a la justa medida y se han convertido en mujeres aspirinas, que quieren resolver todos los problemas, todos los cuidados. No han integrado el cuidado de otros en su propio desarrollo personal, es algo que les roba la vida. Es un patrón que se repite mucho. Por eso frente a Rosa yo pongo a Juan.
Juan se ha encontrado de repente con sus dos padres enfermos, pero ha decidido cuidarlos. Sí, ha dejado parte de su desarrollo personal, ha dejado su dinero, pero es que ha visto siempre como ganancia vivir con sus padres los últimos días de su vida, que fueron largos, hasta años.
Lo que le pasa a Rosa es una llamada a todos a diseñar esta sociedad de otra manera. Y lo que le pasa a Juan es una llamada a todos a aprender a descubrir la belleza y la oportunidad de cuidar.

Magnanimidad

—Hay personas que se sienten inútiles y que realmente están ayudando a que otras personas desarrollen otras muchas virtudes.
—Sí y una virtud tan bonita como es la magnanimidad. Hacer personas magnánimas. De esto se habla mucho en el ámbito empresarial, organizacional. Del líder magnánimo y a la vez humilde. Con un liderazgo virtuoso y cuidador.

la Fundación Cuidativos

—Los beneficios del libro van a ir a la Fundación Cuidativos. ¿Por qué esta fundación? ¿A qué se dedica?
— Es una fundación que pretende desarrollar un ámbito de cuidados paliativos en Murcia. ¿Por qué esta fundación? Estamos ante un tema de justicia social. Creo que todos tenemos el derecho a ser cuidados hasta el final. No toda enfermedad se puede curar. Toda se puede cuidar, pero no tenemos dónde se nos cuide. Y creo que hay que apostar por estos terceros que ayudan a las familias a cuidar a nuestras personas con el máximo cariño, con la máxima excelencia. Al mismo tiempo ellos se comprometen a formar a estos cuidadores, para que tengan reconocimiento, para que tengan buenas condiciones salariales, laborales. Eso me parece fundamental. Y además apoyan a las familias. Una fundación así creo que vale mucho la pena y que nos beneficia a todos
Y es en Murcia porque mi padre fue cuidado y falleció en Murcia. Y qué menos que devolverle a esta ciudad el cariño y el cuidado que él recibió allí.

En el ADN del Opus Dei y de la Iglesia

—¿Qué mensaje transmites a las mujeres del Opus Dei, como secretaria general de la Asesoría, en estos momentos inciertos? ¿Cómo vencer la comprensible inquietud que puedan tener?
—Lo primero es que, en el ADN del Opus Dei, como en cualquier cristiano, está que somos hijos de Dios. Acordémonos de esto, que da muchísima seguridad. Aquí, venga lo que venga, pase lo que pase, todo, está en sus manos, vamos a ir donde Él nos quiera llevar. Se trata de dar seguridad, paz, esperanza.
Lo segundo cosa que intento hacerles es ver que tienen una llamada del Papa Francisco muy concreta, que es, que nos ha dicho que hay que sacar a brillar el carisma. A cada uno: saca a brillar el carisma que tienes. ¿Ese carisma cuál es? Santifica tu vida ordinaria, haz que otros encuentren a Dios. Dignifica el trabajo, ayuda a transformar este mundo para el bien. Eso no lo puede cambiar nadie. Ese es el carisma de Dios.
Creo que es un momento de gran autenticidad de todos, de gran sinceridad, de una vida interior espiritual muy intensa y de una alegría por la misión que tenemos que nos salga por los poros.
Y tercero, no te mires a ti ni solo al Opus Dei. Mira al mundo. El mundo nos necesita. Tenemos un mensaje cristiano maravilloso. Estamos en una encrucijada humana, social y de la Iglesia apasionante.
—Muchas mujeres y los hombres del Opus Dei se han dedicado durante mucho tiempo al cuidado de los otros; se ha hecho una gran labor social. ¿Qué ha pasado para que muchas veces esto no se perciba en la opinión pública?
—Yo no hablaría de culpables. Me parece que tenemos que empezar a comunicar mucho mejor. Hay muchos ámbitos de la sociedad a los que no hemos llegado, simplemente. Francamente, a veces nos hemos concentrado en unas facetas asistenciales, que son unas, pero hay otros campos donde, aunque se han hecho cosas, tenemos mucho más que hacer. Inmigración, salud pública, salud mental… Muchos temas de ayuda verdadera, de cuidado, donde la sociedad nos espera.
San Josemaría en los primeros tiempos gritaba: “Dios y audacia”, y yo digo ahora, “Dios y audacia”. El mundo es nuestro. Hay que tender puentes, creo que eso a veces nos falta.

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