El pedrusco

Me llamo Jerónimo y soy un asteroide. Los chicos de la NASA me han puesto otro nombre, “2024 YR4”, y estoy indignado. A una borrasca que duró seis días la apellidaron Filomena, que es como los griegos llamaban al ruiseñor, y a mí, que navego desde hace millones de años, me castigan con una combinación incomprensible de letras y números.
Soy un asteroide pedregoso tipo S con un periodo de rotación de 19 minutos y cuatro años de traslación.
Soy esbelto y de color variable. Orbito alrededor del sol en forma elíptica. Ahora mismo me alejo de la Tierra para rondar al Sol por su espalda y calentar un poco mis cráteres, que están congelados. No volveréis a verme hasta 2028. Una vuelta más y en el año 32 me acercaré a vuestro planeta para comprobar si ya está terminada la Sagrada Familia y si el Real Madrid ha ganado la Copa de Europa.
Dicen que me tenéis miedo porque me arrimo demasiado. Supongo que, como siempre, la culpa es de la NASA y también de mi bisabuelo, un pedrusco voluminoso y rudo que hace mogollón de milenios acabó con los dinosaurios. No fue un accidente. Dios lo dispuso así para que los mamíferos tomaran el mando y nacieran millones de aves como herederas volátiles de aquellos feos dragones. El Creador las enseñó a cantar y las colgó del cielo como decorado multicolor.
O sea, que no tenéis que preocuparos. Es cierto que doy tumbos por el espacio, pero mi ruta y mi destino definitivo están bien diseñados por Dios. Estamos en sus manos. En la Tierra corréis un peligro mucho más grave y no viene del espacio, sino de vuestras pequeñas seseras. Hablo del canguelo que os entra de un tiempo a esta parte cada vez que los “expertos’ profetizan una catástrofe cósmica, real o imaginaria.
Vuestro siglo XXI se siente más amenazado que nunca. Un día os dijeron que las vacas se habían vuelto locas y que había que renunciar al chuletón y volver a la dieta de la alcachofa. Poco antes os habían advertido del enorme peligro que supone para la capa de ozono el uso de desodorantes o cremas de afeitar en espray. La moda de los extraterrestres ya había pasado, pero no fue una broma el pánico que desencadenó un tal Orson Welles en Estados Unidos hace ochenta años al anunciar por radio que los alienígenas estaban invadiendo la Tierra.
Yo nunca los he visto por este rincón de la galaxia, y sospecho que los terrícolas os bastáis para meteros miedo los unos a los otros. ¿Cuántos artefactos nucleares conserváis almacenados en vuestros graneros? ¿Y tenéis miedo de un asteroide como yo?
No hablaré de los virus, ni del cambio climático, que yo no entiendo de eso. Pero aquí en el cielo abro Internet y leo que a solo mil años luz de nuestra galaxia hay un agujero negro que, si se acercase un poco, podría engullir todo el sistema solar. Otro renombrado científico asegura que el peligro viene de la basura espacial. Se avecina un invierno sideral, chavales; preparad los paraguas.
—Pero entonces, ¿viene el fin del mundo o no?
No, mis pequeños dinosaurios. Llegará a su tiempo, pero no por este pedrusco. No será una catástrofe sino una fiesta. Vendrá el Hijo del Hombre sobre las nubes, y la Orquesta Sinfónica de los ángeles interpretará la sinfonía más solemne y feliz de la historia.
Hasta entonces, reciclad la basura en la tierra y mirad al Cielo. Esta roca también canta la gloria de Dios cada día y cada noche.

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