Un grupo de sanitarios españoles ha viajado en varias ocasiones al continente africano para operar a más de cinco mil pacientes. “Las situaciones que hemos vivido allí son increíbles y la verdad es que prácticamente casi todos los casos tienen una historia detrás”, asegura uno de ellos, el doctor Jorge Sánchez Cañizal.
El oftalmólogo Sánchez Cañizal ha salvado de la ceguera a decenas de personas desde 2017. Entonces, a sus 27 años, decidió formar parte de la expedición de sanitarios que viajó voluntariamente a Mozambique, a través de la Fundación Elena Barraquer. Desde entonces, ha recorrido Guinea—Bissau, Mozambique, Gabón, Dakar, Missirah (Senegal), Nouadhibou (Mauritania) y El Salvador, con el objetivo devolver la visión a la población más vulnerable.
Mundo Cristiano se acerca a este especialista de la Clínica Ocular León, para conocer el proyecto solidario en el que ha participado.
—¿Por qué un joven oftalmólogo con una vida tranquila en León decide viajar a África a devolver la vista a numerosos pacientes?
—Lo hice porque cuando se formó la Fundación Elena Barraquer estaban buscando oftalmólogos y, en un congreso, nos pidieron ayuda. Entonces, decidí viajar a Mozambique en el año 2017. Desde entonces, hago una expedición al año de unos diez días.
—¿Cómo recuerda esa primera operación?
—Esa primera experiencia, como todo en la vida, es la más bonita, la más romántica y la recuerdo con muchísimo cariño.
—¿Y cuál es tu motivación para emprender estos trabajos?
—Creo que ayudar era algo que siempre había pensado. He sido una persona de intentar hacer todas las cosas que puedo y que creo que se deben hacer, porque así nunca te arrepientes. La verdad es que después aprendes cosas y disfrutas.
—¿Cómo son las operaciones más comunes que llevan a cabo?
—En África la gente puede llevar ciega años, incluso décadas. Son muy jóvenes, porque allí la esperanza de vida es menor. Son personas que con 40 o 50 años tienen una gran limitación para las actividades básicas y muchos de ellos, llegan a perder sus trabajos, teniendo diez hijos o más a los que mantener. Es maravilloso ver que después de una cirugía pueden reincorporarse.
Todas las expediciones son para operar cataratas, aunque realizamos consultas también de todas las patologías. Prácticamente nos centramos en operaciones de cataratas porque los resultados son muy buenos, la seguridad es total y el seguimiento postoperatorio, que lo realiza el equipo local, es prácticamente mínimo.









—¿Cómo es su “modus operandi”?
—Siempre partimos desde Barcelona con todo el material y el equipo humano, que son tanto médicos como enfermeras y el anestesista. Salimos un sábado de madrugada y solemos llegar al destino el domingo que es cuando montamos el quirófano. El lunes empezamos con las cirugías desde las 8 de la mañana hasta 9 de la noche.
—¿Qué situaciones se encuentran?
—Un poco de todo. En África y, sobre todo en las zonas más rurales, hay más necesidad de asistencia y casos mucho más crónicos, con mayor evolución y complejidad. Hay mucha demanda de personas que quieren operarse y, aunque hacemos todo lo posible para operar a todos, es difícil conseguirlo.
Al llegar prácticamente, ya el primer día, a las 7 de la mañana hay una fila de doscientos pacientes. Son jornadas muy intensas y casos mucho más complicados que los que nos encontramos en España.
Miles de pacientes
—Desde que comenzó este proyecto, ¿a cuántos pacientes han operado?
—Hemos llegado a operar a más de cuatrocientas personas en cinco días, entre dos cirujanos, y el año pasado operamos a más de cinco mil pacientes.
—¿Qué es lo mejor que se lleva de estas expediciones?
—Ver la repercusión que tiene tu trabajo, de cómo puedes cambiar la vida de una persona en diez minutos que dura la cirugía. Al día siguiente de la revisión, ya se ve el cambio e las caras.
También el equipo humano. Desde hace unos años me llevo algún amigo que no sea sanitario y ves cómo da el cien por cien, cómo ayuda, cómo se implica, con qué cariño trata a todos los pacientes desde el primer día hasta el último.
—Entonces su labor no sólo es sanitaria, sino también social…
—Obviamente esto tiene una repercusión brutal a nivel social y económico en esa región. De hecho, la fundación está haciendo un estudio para saberlo. Los pacientes, desde que saben que estamos allí, llegan incluso de países aledaños o de distancias muy largas de la manera que puedan, en coche, andando…
—Seguro que tiene más de una historia que nunca va a olvidar…
—Las situaciones que hemos vivido allí son increíbles y la verdad es que prácticamente casi todos los casos tienen una historia detrás. Por ejemplo, padres que no habían conocido a sus hijos, porque cuando nacieron no tenían visión y la primera vez que vieron sus caras fue después de la cirugía de cataratas.
Este año también vimos, por ejemplo, una chica que era sordomuda y que llevaba ciega ya muchos años, había perdido un ojo y en el otro tenía una catarata muy avanzada. La pudimos operar y fue muy bien, pero no sabemos cómo le comunicaron lo que íbamos a hacerle.
Otra historia era la de una mujer que tenía varios hijos y a la que habían violado. Al final están totalmente indefensos. No tiene nada que ver la situación social de allí con la que tenemos aquí, obviamente en sanidad, pero también en seguridad y en educación y en muchos otros aspectos.
Otra cosa que ocurre cuando alguien se queda ciego dentro de la familia, es que suele ser la hija menor la que actúa de lazarillo, y entonces deja de ir a la escuela. Y cuando operas a su familiar, aparte de rehabilitar a esa persona, también estás devolviendo un poco las oportunidades que puede tener esa niña.