El mes heroico

“El minuto heroico. —Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza“. Camino 206.
San Josemaría Escrivá redactó este punto de Camino hace casi 90 años, pero desde mucho antes, la expresión “minuto heroico“ era ya popular entre los chicos que participaban de los medios de formación que dirigía el Fundador de la Obra.
Como es sabido, Camino es el cuarto libro español más traducido a otras lenguas. De ahí que, en poco tiempo, se empezara a hablar en Inglaterra y en Norteamérica del heroic minute. En Italia le quitaron la hache y se quedó en del minuto eroico. Los alemanes lo llamaron heroische minute, y así sucesivamente.
En esos idiomas, y en muchos más, significa lo mismo: el salto de la cama cuando suena el despertador, sin hacer concesiones a la pereza.
Marcos tiene 14 años y estudia cuarto curso de la ESO. Su nombre y su historia son relativamente imaginarios, pero, como las malas películas, se basan en hechos reales. Marcos me habla siempre del minuto heroico, y asegura que todas las mañanas a las ocho, cuando suena la alarma del móvil, se dispone a salir de la cama: mira el reloj, se despereza un poquito y comienza a lucha. La batalla es dura, porque el edredón se resiste a abandonarle.
—¿Y vence?
Naturalmente. Hacia las nueve y media salta de la cama como una pantera y logra su trabajosa victoria, gracias, casi siempre, a la amenaza materna. En su caso el “heroísmo” no es de un minuto sino de hora y media.
—Me pasa lo mismo en la piscina —reconoce—. Tendría que tirarme al agua de golpe, pero me cuesta un montón. Meto un dedo del pie, luego otro…, hasta que llega mi hermana y me da un empujón.
Lo sé, Marcos tiene un morro que se lo pisa, pero el chaval es sincero a su manera. En el fondo se parece a muchos de nosotros cuando nos toca empezar el año de un salto, sin poner cara de héroes.
Hicimos muchas promesas en Nochebuena. Seis días después, en el brindis de la Nochevieja proclamamos nuestra absoluta convicción de que el año 25 sería diferente. ¡Vida nueva, sí señor!
Luego, a solas, contemplando la última copa de cava, pasamos lista de los propósitos pendientes. Al fin emprenderíamos aquel proyecto ambicioso que nunca nos atrevimos a comenzar. Y perderíamos los kilos que nos sobran; iríamos al gimnasio, dejaríamos de fumar; volveríamos a las viejas devociones que nunca debimos abandonar: la Misa, el Rosario, la Confesión… ¡Qué bien nos vino aquella Confesión, cuando abrimos de par en par nuestra conciencia ente un cura que parecía comprenderlo todo y no escandalizarse de nada!
“Año nuevo, lucha nueva”, solía decir San Josemaría con el cambio de calendario. Y estábamos dispuestos a poner en práctica esa consigna.
Pero llegó el rito pagano de las uvas, y luego los Reyes Magos, las facturas, las deudas acumuladas en la tarjeta, la ola de frío polar con la que siempre amenazan los meteorólogos, la primera gripe…, y nos abrigamos con un edredón virtual, apagamos el despertador y comprendimos que era mejor esperar a que llegase la primavera.
San Juan Pablo II, muy cerca del fin de su vida, desde una silla de ruedas escribió un libro titulado “Levantaos, vamos”. Tal vez nos lo repita ahora desde el Cielo. ¡Levantaos; es la hora; el Señor nos espera hoy!
Este es tu verdadero minuto heroico, y no puede durar un mes.

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