El agobio

—A mí la Navidad me agobia un montón —confiesa Raquel mientras devora un donuts a media mañana—.
Y tiene razón: es una epidemia.
—¿La Navidad?
—No; el agobio.
Según Cecilia, a su hijo Mateo le agobia mogollón estudiar, y su psicólogo (el de ella) le aconseja que se relaje.
—¿Mateo?
—No; su madre.
Ramón ha dejado de ir a Misa porque le agobia. Paloma rompió con su novio porque la agobiaba día y noche. Y yo, levemente agobiado de tanto desagobiar adolescentes, acudo al Diccionario de la Real Academia en busca de una definición y un remedio.
Según la RAE, «agobiar» significa imponer a alguien actividad o esfuerzo excesivos, preocupar gravemente, causar gran sufrimiento. En consecuencia, el sustantivo «agobio» equivaldría a “angustia, preocupación, ahogo, opresión, desazón, fatiga, sofoco, zozobra, cansancio, agotamiento, fastidio, molestia, abatimiento, pesadumbre, sufrimiento, sofocación”.
Al llegar a este punto, me permito discrepar de nuestros ilustres académicos. No es para tanto, queridos inmortales. Pienso que habría que buscar una definición más moderada.
Según Juan Corominas, insigne etimologista, la palabra agobio deriva de gubbus, que en latín tardío significa joroba, y nos remite a los camellos y dromedarios que lucen dos y una giba respectivamente. Los agobiados, en efecto, soportan una carga permanente sobre sus recias espaldas, y tienden a caminar con los hombros caídos, ladeada la testuz y melancólica la mirada..
Mi amigo Lucas, por ejemplo, desde la atalaya de su estirón veraniego, camina con los brazos caídos, y los balancea como si fueran péndulos de un reloj indolente. Sus quince años merecerían un poco más de energía, pero es que al chico le agobia todo. Él me inspiró esta definición que propongo ahora a la Real Academia de la Lengua;
«Agobio. Cierta moderada angustia que afecta a adolescentes de todas las edades que tienden a vivir en presente los problemas o tragedias que podrían padecer, o no, en un futuro más o menos real o imaginario».
El agobiado catorceañero que me ayuda a escribir estas líneas sabe que aquel examen no tiene por qué salirle mal; pero… ¿y si sí, que diría Mota? Cualquiera puede sufrir una ansiedad semejante; pero el agobiado claudica y se queda en la cama.
En los últimos tiempos, el agobio se ha hecho viral y contagioso. Hay madres de familia que sufren como propios los agobios del niño y tratan de evitarlos como si se tratase de una enfermedad mortal de la que habría que protegerse a toda costa.
—En mayo haremos un crucero por el Báltico —me explicaba una señora hace varios años—. Así evitamos que el polen agobie a Clarita. La pobre tiene alergia a casi todo. Dejaremos los exámenes para después del verano.
Algunos progenitores afrontan el problema psiquiatrizando al paciente..
—He leído en Google que hay unas pastillas superbuenas que te quitan el estrés dos semanas.
No, mis pacientes lectores. El virus del agobio no tiene vacuna. Entró en el mundo el día en que Eva mordió la manzana y tomaron posesión del Planeta los pecados capitales y los provinciales. La pereza, la cobardía, el canguelo ante las dificultades y la blandenguería hacen estragos en la sociedad del bienestar.
Convenceos de que vale la pena agobiarse y agobiar un poco a los que amamos. Sin agobios no hay forma de descubrir América ni de ganar la copa de Europa. Vale la pena vencer los miedos sin hacer aspavientos. Ya lo dijo el Señor en el Evangelio: “no os angustiéis pensando qué vais a comer o cómo os vais a vestir; cada día traerá su propio agobio”.

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