“El afán de superación está bien visto en los gimnasios, pero se pone en duda en la escuela”

Gregorio Luri apuesta por una educación cara a cara, aunque se saque partido de la tecnología
Gregorio Luri, durante la entrevista con Mundo Cristiano en Madrid.

Filósofo. Maestro. Sabio. A sus casi 70 años, Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955) es una de esas personas con quienes da gusto conversar por horas. Es un privilegio. A su experiencia de la vida, suma un largo currículum y un pensamiento agudo que permite mirar más allá. Reside en El Masnou, Barcelona, desde 1979. Está casado y tiene dos hijos. Participó en EncuentroMadrid 2024 y a raíz de su intervención habla con Mundo Cristiano.
A lo largo de su carrera, ha trabajado en todos los niveles educativos: primaria, secundaria y universidad. Ha sido profesor de filosofía en bachillerato y docente universitario. Además, ha ejercido como formador de docentes.
—Hace unos meses, en EncuentroMadrid, habló sobre el “elogio de la transmisión”. ¿Cómo trasmitir hoy en un mundo que cambia tan vertiginosamente? ¿La tecnología ha cambiado todo en la enseñanza?
—La tecnología está cambiando muchas cosas y creo que aún cambiará más. De hecho, me preocupa muchísimo no tanto pensar en los aparatos, sino en la esencia de la tecnología, cuál es el alma, la lógica que guía la tecnología.
Parece ser que para la tecnología todo es provisional, hasta el siguiente descubrimiento. Esta situación en la que todo parece perecedero y fugitivo, que es la esencia de la técnica, nos pone cuesta arriba muchas cosas. Pero me parece que los problemas resultan estimulantes. Si creemos que nuestra historia tiene un valor, o que es interesante saber de dónde venimos. O si, como es mi convicción, el hombre no varía a la misma velocidad que sus máquinas, entonces tenemos mucho que hacer.

Cuidar el cuerpo, cuidar el alma

—La tecnología tiene que ver con los modos de trasmisión del conocimiento, pero, ¿qué es lo que queda de la educación, qué hay que conseguir de los alumnos?
—En lo que tenemos que educar a nuestros alumnos es en la ambición de realizarse a sí mismos como personas.
Vivimos una situación muy paradójica, que consiste en que, por ejemplo, el esfuerzo y la ambición, el afán de superación, está bien visto en los gimnasios y se pone en duda en la escuela. El cuidado del cuerpo se ha apropiado del cuidado del alma. Eso es un hecho.
Pero nos tenemos que plantear si eso significa que debemos abandonar el cuidado del alma. Creo que no. Nuestro papel es convencer a las nuevas generaciones de que está muy bien que cuiden sus músculos. Ojalá hicieran más deporte. Pero que, como no cuiden algo más en ellos mismos, no dejarán de ser estatuas perfectamente modeladas, ambulantes, pero que necesitamos algo más.
Necesitamos herramientas para comunicarnos con los demás, para comunicarnos a nosotros mismos. Necesitamos saber gestionar nuestras expectativas y nuestras frustraciones. Necesitamos establecer alianzas de solidaridad y de cariño con otras personas. Necesitamos ámbitos como el de la familia, donde nos acojan por ser quienes somos, independientemente de cómo vayan las tecnologías. De hecho, creo además que este es el momento de la familia.
—¿Por qué?
—En contra de lo que se suele decir de que la familia está en crisis —creo que hay que dejar a las plañideras del presente de lado, que lloren todo lo que les dé la gana— hoy se ve más claro que nunca que la familia es un ámbito maravilloso en el que eres tratado por ser quién eres, no por lo rápido que te renuevas, o por la versión que tienes de ti mismo.
Precisamente porque el mundo tiene todas esas cosas, no pretendamos anularlo, sino compensarlo. Y en esa compensación del mundo actual, creo que la familia es un instrumento maravilloso.

Los maestros

—En la educación, ¿qué papel juegan hoy los profesores?
— Hoy a la escuela se le exige de todo, que resuelva incluso todos los problemas sociales. Esa exigencia tampoco me parece mal, porque eso quiere decir que se reconoce su importancia.
Los maestros se enfrentan a nuevos retos, pero lo importante del maestro no es la tecnología que utiliza en el aula, sino cuáles son sus convicciones, porque educamos por impregnación.
Por eso es tan importante que hablemos mucho y bien en el aula con los niños. Y que utilicemos subordinadas y conjunciones y todas estas cosas. Si creamos un clima afectivo adecuado, lo que estamos haciendo está impregnando. No educamos solo cuando decimos “ahora vamos a hacer este problema”. Educamos también por la manera como nos enfrentamos a ese problema.
Cuando comencé a trabajar, yo había estudiado Magisterio, y Pedagogía, y había acabado con unas notas maravillosas. Comencé en una escuela en la que tenía de compañera, en la clase de al lado, a una maestra que estaba a punto de jubilarse. Parecida a la señorita Rottenmeier de Heidi. Era, digamos, la maestra viejuna. Y yo era el nuevo, que me había leído a Piaget, a todos los autores nuevos.
Pues yo en mi vida conseguiré ser tan buen maestro como era aquella mujer. ¿Por qué? Porque ella sabía cargar todo lo que hacía de dignidad. Decía: “Vamos a hacer un dictado”. Y los chavales se ponían a hacer el dictado como si les hubiera dicho “vamos a conquistar Marte”.
Salíamos mucho del centro para estudiar el entorno. “Vamos a estudiar el granito”. Y ella cogía un trozo de granito. Les enseñaba a los niños el cuarzo, el feldespato, la mica. Y allá los tenía todos juntos.
Yo… Tenía a uno subido en un árbol, otro corriendo para allá, otro no sé dónde. Conmigo estaban esos alumnos que no tienen amigos. Me di cuenta de que yo sabía mucha más Pedagogía teórica que ella. Pero aquella mujer era maestra. Yo era un aprendiz de no sé qué.
Tengo que decir que es muy difícil transmitir eso. Ese calor, ese clima afectivo de complicidad y al mismo tiempo de respeto por las cosas no te lo va a enseñar nunca una metodología ultramoderna. Eso forma parte de lo que es la relación cara a cara entre dos personas. Y creo, además, que la relación cara a cara entre dos seres humanos es la relación educativa fundamental, aunque puede y ha de tener complementos. Pero los humanos, para humanizarnos, necesitamos el ejemplo de otros seres humanos. Su proximidad. Mirarnos en su cara. Entender sus entusiasmos y sus decepciones. Leer lo que son sus gestos.
Yo no me imagino hoy por hoy un aula con las mejores tecnologías que sea capaz de suplir a ese maestro que serenamente se sitúa delante de un alumno y es capaz de crear ese clima de afecto y de rigor.

El bullying

—¿Cuál es la receta para combatir problemas actuales como el bullying o los abusos? ¿Antes no existían esos problemas?
—¡Claro que existían! Lo que pasa es que si yo aparecía en casa diciendo que alguien me había pegado, lo primero que me contestaban es: ¿y tú por qué te has dejado?
Hoy creo que hay que tomarse muy en serio la reducción del bullying, porque ese niño que va a la escuela no va para sentirse desgraciado. Nuestro primer compromiso es eliminar ese sufrimiento.
Dicho esto, vayamos a las causas. Son múltiples, pero una de ellas —la que más me preocupa— es la sobreprotección de los niños. No me canso de repetir que la sobreprotección es una forma de maltrato.
—¿Por qué?
—Porque significa rodear a tu hijo de corazas afectivas para alejarlo de los peligros del mundo. Pero si lo alejas del mundo, le impides que obtenga por sí mismo experiencias de trato con la realidad.
Y en esas experiencias de trato con la realidad está algo que no es bullying y que a veces hacemos pasar por bullying, que es el compañero impertinente, o al que no le caes bien. El chaval debe tener recursos para superarlo, dejando bien claro que hay que hacer todo lo posible por combatir el sufrimiento y la crueldad.

Educación en España

—¿Cuál ve como principal problema de la educación en España?
—Una cuestión previa. No sé si en España podemos seguir hablando de un sistema educativo. Porque cada comunidad ha ido generando su propia normativa. Tienen poco que ver, por ejemplo, Asturias, Canarias y Cataluña. Cada una va desarrollando trayectorias distintas.
—Y volviendo a los problemas comunes…
—Hay varios. El primero, que no parecemos dispuestos a aprender de quien lo hace bien. Te encuentras experiencias, por ejemplo, del País Vasco con la FP, que es excelente. Sin embargo, viajamos a Baviera para ver cómo lo hacen los bávaros.
A lo largo de todos estos años, en el Informe Pisa se decía ¡Finlandia! Pues Soria obtenía resultados superiores a Finlandia. Pero nadie viajaba a Soria. Quizás lo primero es aprender de las experiencias de éxito que tenemos próximas. En Valladolid tienes institutos con mejores resultados que Singapur. ¿Por qué no aprendemos de los que están cerca?
—¿Y luego?
—Hay otros dos problemas que en el fondo se dan la mano. Por un lado, la profesión docente está dejando de ser atractiva para los jóvenes. De hecho, ya es difícil encontrarse profesores de Matemáticas o de Ciencias. Por razones que sería muy largo desarrollar, pero el hecho es este. No solo en España. En Inglaterra o en Finlandia, que decían que tenían unos profesores tan maravillosos, se ha producido también este corte. Alguna cosa está pasando que la profesión docente ya no tiene aquel atractivo que tenía cuando yo estudiaba. Ser maestro, ser profesor de instituto era una cosa que te permitía sacar pecho.
Junto a esa falta de atractivo de la profesión docente, me preocupa mucho ver que los padres dedican cada año más recursos a completar la formación escolar de sus hijos. ¿Por qué? Me preocupa mucho porque parece como si las familias viesen que la escuela sigue siendo muy importante, pero ya no es suficiente. Y ese fenómeno es nuevo.
—¿Algún otro?
—Sí. Añadiría otro elemento. En muchas comunidades, por ejemplo, en Cataluña de una manera clara, está creciendo el número de profesores que no se reconocen en lo que están haciendo. Porque la burocracia se ha incrementado de manera exagerada, porque las metodologías que tienen que aplicar o los métodos de evaluación, etcétera. El otro día me contaba una madre que había venido de la reunión de la escuela de sus hijos y que la directora decía: “Hacemos esto porque nos obligan la LOMLOE”. Cuando haces eso, alguna cosa falla. No estás implicado con lo que estás haciendo.

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