Contra naturam: el colapso demográfico es cultural

Compartimos con los animales el instinto de supervivencia, pero a diferencia de ellos, nosotros podemos apelar a un diálogo más profundo en el camino
La mayor amenaza para la supervivencia en lo que llevamos de siglo XXI no son los ataques a la naturaleza, sino la naturaleza humana

Existe una moda actual de preocupación por la naturaleza, hasta extremos un tanto apocalípticos. Sin embargo, la mayor amenaza para la supervivencia en lo que llevamos del siglo XXI no son los ataques a la naturaleza, sino a la naturaleza humana. Las “ampliaciones de derechos” legales van precisamente en esa dirección.

A lo largo del tiempo, la manera de relacionarnos con la naturaleza, también con la naturaleza humana, suele verse condicionada por el mayor o menor establecimiento de eso que vagamente llamamos civilización. “Uno de los errores más peligrosos es que la civilización está destinada a crecer y extenderse automáticamente”, denunció C. S. Lewis en 1939. “La lección de la historia es la contraria; la civilización es una rareza, se alcanza con dificultad y se pierde fácilmente. El estado normal de la humanidad es la barbarie, al igual que la superficie normal del planeta es el agua salada”. Y la barbarie es una forma de aniquilación, mucho más dañina y amenazante que las que acostumbra a alertarnos la prensa de hoy.
Resumido de una forma un tanto épica, los profetas del apocalipsis climático centran buena parte de sus argumentos en el modo en que la acción del hombre incide en la naturaleza, y el peligro de que ésta decida vengarse es el contador que exhiben como un reloj de arena para una suerte de aniquilación global.
En general, el ecologismo contemporáneo lo apostó todo a una reverencia hacia la naturaleza, enfrentando su salud a la manera de vivir de los hombres, y a menudo degenerando en confusa diatriba anticapitalista. Pero si en algo no se equivocan es en el planteamiento subyacente: como reza una canción de Los Limones sobre la naturaleza, “lo que hacemos con ella / más tarde o más temprano siempre nos viene de vuelta”.
Lástima que quienes defienden estos postulados verdes suelen pasar por alto un punto esencial en el debate: la naturaleza nos incluye a nosotros también. Por eso, sobre los atentados contra la naturaleza humana podríamos decir lo mismo: más tarde o más temprano siempre nos vienen de vuelta. La mayor amenaza para la supervivencia en lo que llevamos del siglo XXI no son los ataques a la naturaleza, sino a la naturaleza humana.

El hombre contra el hombre

Desde la promoción exagerada del homosexualismo hasta la sangría constante del aborto, el hombre está culturalmente entregado a la batalla por su extinción. La crisis demográfica de Occidente ya no es un asunto económico, o incluso moral, sino esencialmente cultural. La gran mayoría de las novedades que ha traído el progreso consensuado caminan en la misma dirección, la de minar la reproducción humana: aborto y anticonceptivos, matrimonio homosexual, feminismo y guerra de sexos, demolición de la institución familiar, pansexualidad y cambio de sexo, tecnología para el amor sin compromiso, idealización de la vida single… la lista sería interminable.
El feminismo también juega un papel decisivo, no tanto por idealizar la figura de la mujer independiente y trabajadora, sino por denigrar con violencia la figura de la mujer-madre, y más aún por tratar de oponer ambos modelos de feminidad, como si fuera posible separarlos. Como consecuencia de la proliferación de leyes promueven la igualdad del hombre y la mujer, pero terminan quebrándola, como las normas de género españolas, el hombre se revuelve y busca cada vez más la posibilidad de relacionarse con una mujer sin compromiso ni ataduras, algo que dificulta más aún las opciones de construir una institución familiar conjunta.
La mayoría de estas políticas nos han llegado bajo la etiqueta de “ampliación de derechos” individuales. Lo explica Scruton cuando recuerda cómo se produjo el debate sobre el matrimonio homosexual en Gran Bretaña, denunciando que para sus impulsores “la esperanza es más importante que la verdad”: “los debates sobre el matrimonio homosexual se han llevado a cabo como si fuera enteramente una cuestión de ampliar los derechos y no de alterar fundamentalmente la institución. Se han ignorado o dejado de lado cuestiones difíciles, como el papel de la diferencia sexual en la reproducción social, la naturaleza de la familia, las necesidades emocionales de los niños y el significado de los ritos de iniciación”. “Cuando la verdad amenaza la esperanza, solemos sacrificar la verdad”, concluye.
“El disparate se ha instalado en el corazón del debate público y también en la academia”, señaló Scruton en otra ocasión. “El sinsentido confisca el significado. De este modo pone en pie de igualdad la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, la luz y las tinieblas”. Se trata, concluye, de abrazar “la libertad de creer cualquier cosa, siempre que uno se sienta mejor por ello”. La víctima de esta manera de pensar es la verdad, es la realidad. Esto explica por qué tantas personas hoy, en su errática manera de buscar la verdad, consideran que las leyes de la biología y la ciencia son menos importantes que lo que ellos sientan a cada momento.

Crear el problema y la solución

En medio de esta inmensa confusión, y de esta lluvia cultural de corrientes antinatalistas, para sorpresa de nadie, nuestras sociedades occidentales están cayendo a un páramo demográfico de difícil solución. Todos los modelos y previsiones señalan que la crisis solo va a empeorar en los próximos años. Podemos analizar la amenaza desde numerosos ángulos. A fin de cuentas, desde el punto de vista económico, esto supone un peligro real para nuestros modernos estados del bienestar: ¿quién va a pagarlos cuando seamos tan pocos? Desde el punto de vista moral, somos partícipes por acción u omisión de una suerte de suicidio colectivo ralentizado.
Pero el debate más interesante se produce en el ámbito ideológico. Los mismos gobiernos occidentales que han promovido por ley el gran cambio cultural desde hace un siglo, comienzan a inquietarse por la crisis demográfica, al tiempo que siguen impulsando leyes y programas que contribuyen a agravarla. No tardarán en declarar una emergencia demográfica buscando de nuevo soluciones equivocadas para los problemas que ellos mismos han creado.
En cierto modo, hemos llegado hasta aquí como consecuencia de la extraña reubicación del marxismo cultural, y su triunfo tácito en el mundo de las ideas. “Marx llamó plagiario a Darwin y fraudulento a Malthus”, denunció el historiador A. E. Samaan: “ahora todos los marxistas son darwinistas malthusianos”.

Para atajar la baja natalidad

Si algún gobierno quisiera atajar la baja natalidad con medidas eficaces y sin la habitual verborrea vacía posmoderna, debería regresar a lo más básico, sin necesidad alguna de inmiscuirse en moralidades: empeñarse en recuperar culturalmente la institución de la familia y el matrimonio como el entorno más seguro, civilizado y eficaz para la cría de los niños; desviar sus ayudas sociales de la promoción de la diversidad sexual a la promoción de la heterogeneidad sexual y sus beneficios para la sociedad; facilitar la conciliación laboral, promover ayudas y exenciones por hijo; devolver a la escuela su formación sexual orientada tanto a la conservación de la especie como a la configuración del emparejamiento tradicional; fomentar que en la cultura y en los medios de comunicación se promueva, no la diversidad, sino la unión del hombre y la mujer y la natalidad. En definitiva, debería hacer exactamente lo contrario de lo que están haciendo.
La lección más importante que podemos extraer de la presente crisis es que, en la lucha del hombre contra la naturaleza de las cosas, siempre se impondrá nuestra derrota. Solo aceptando la realidad, la verdad, y asumiendo los errores del pensamiento posmoderno es posible hacer un buen diagnóstico; y solo a partir de un diagnóstico honrado es posible encontrar una salida real al colapso demográfico de Occidente, empezando por el cese de hostilidades contra la propia naturaleza humana.

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