En mi último “Me importas”, te hablaba del Papa. Hoy vuelvo a lo mismo. Y, sin embargo, no me repito. Porque en el anterior número me refería a Francisco, con gratitud y amor filial. Y hoy, desde esos mismos sentimientos, te escribo sobre León XIV.
A León, recién estrenado, tengo que agradecerle, sólo para empezar, su generosidad, su amor, su confianza ciega en el Padre. Su “hágase”. Su fiat.
La generosidad de Francisco fue extraordinaria: se dio y se gastó del todo. La de León… no pinta menor. Cuando algunos ya estamos casi pensando en jubilarnos (y tenemos menos años que el pontífice; y no digamos ya menos responsabilidades)… él se hace cargo, con sesenta y muchos, de lo que Dios le ha pedido: que inicie una nueva misión, una enorme labor pastoral.
No hace falta mirar atrás para constatar el desgaste humano que supone ser Sumo Pontífice (construir puentes –me voy a la etimología-, supone cargar con muchas piedras, y hacerlo con una sonrisa. Es verdad que, siempre con la ayuda del Espíritu Santo, y con la de todo aquel que se ofrezca; sin escurrir el bulto).
Hay algo que todos podemos hacer para ayudar, para aliviar la carga del Santo Padre: rezar. ¡Mira que nos lo piden! (“Recen por mí”. ¿Te suena?). Y, cuando toque –que tocará-, defenderlo. Ataques no le van a faltar nunca al Papa, se llame como se llame. Defenderlo como a un Padre.
Te reconozco que venía venir lo mucho que iba a gozar cuando desde la chimenea del Vaticano saliera humo blanco.
Como escribí en redes, días antes de su llegada, “aún no te conocemos… y ya te queremos”. ¡Imagínate cuando le hemos conocido! Me gustaron mucho sus iniciales gestos de humidad (al menos, así los considero yo).
Valoré mucho en su día que Francisco eligiera al Pobre de Asís para adoptar su nombre. San Francisco, el de las florecillas, el del hermano lobo, o la hermana muerte siempre me ha atraído mucho.
Pero llamarse León XIV no es cosa menor. Por todo lo que significa León XIII para la doctrina social de la Iglesia y para el mundo. Y porque con lo de XIV (o XVI, en el caso de Benedicto) no parece que uno pretenda pasar a la historia. Ninguno de nuestros papas recientes lo ha pretendido, más allá de su ordinal. Y mira que… han pasado todos. A la historia. Yo diría que a la Historia con mayúscula.
También me gustó del Papa León (los gustos son una cosa muy de cada cual) que tuviera personalidad propia. No lo dudaba. Pensé que lo fácil hubiera sido no cambiar nada “en el ámbito externo” de lo que ya se había iniciado.
Todo el mundo (es un decir) iba a comparar: que si éste lleva la no se qué, que si el anterior vivía en no sé dónde. Creo (alguna experiencia tengo en ello) que los políticos hubieran practicado, es más, se hubieran arrimado al “seguidismo”.
León XIV ha llegado con ideas claras, con personalidad propia, con mucho amor al Señor, a sus predecesores, y… a su grey. Y está haciendo y diciendo, desde el principio, lo que considera que debe hacer y decir. Lo aplaudo y lo valoro. Cada Papa marca su impronta. Y el Espíritu Santo nos regala en cada época lo que más necesitamos.
En este caso un Papa misionero, estadounidense, peruano, lúcido, con sentido del humor, deportista, emotivo, sabio, sensible, con una gran trayectoria en la que el Señor le ha ido preparando para aquello que le esperaba.
¡Qué alegría tenerle! Él sabe –lo ha dicho- lo cerca que tiene la Cruz. Y cómo le va a tocar cargar con ella. Pero sabe por qué, para qué, para Quién y para quiénes la carga.
Hagamos, en lo posible, de cirineos. Amémosle, de palabra y de obra. Y ayudémosle. Iglesia somos todos, cada uno desde su diferente vocación. Todos con Cristo. Junto a su Vicario en la tierra. ¡Viva siempre el Papa! ¡Viva León XIV!
Todavía
—¿Todavía conduces?No me hizo gracia la pregunta de Andrés, mi viejo cómplice pajarero. Me la soltó así, sin anestesia, hace tres o cuatro veranos en