La manzana

Siempre he visto condensado el devenir de los tiempos, la historia del hombre, en el diálogo entre la serpiente y Eva. Parco en palabras, pero magistral. Dios crea al hombre, lo coloca en el Edén para que lo trabaje y cuide, con un mandato: “de todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que comas de él, morirás”. Y al hombre, al que llama Adán, le da una compañera, Eva, y en estas aparece la serpiente, que “era el más astuto de todos los animales”.
Vaya si lo era. En un alarde de astucia enreda a Eva en un diálogo sibilino y de entrada allana el terreno con una buena dosis de recelo: “¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?”. Es fácil imaginarse un tono ladino de su siseo.
Eva lo confirma y, sembrado el recelo, la serpiente presenta a Dios como el enemigo: “No moriréis; es que sabe Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal”. Malvada, pero magistral.
Y Eva mordió. Lo ha conseguido: Adán y Eva creen que serán “como Dios”, pero no, no lo serán. ¿Qué pasó después? Pues ya sabemos de lo ocurrido en los siguientes miles de años.
Me ha venido este pasaje a la cabeza tras leer la intervención de Emmanuel Macron en la Gran Logia masónica de Francia. Está empeñado con los masones y hace un par de años a quien visitó fue a los “hermanos” del Gran Oriente. En la de ahora vuelve a darle una buena dentellada a la manzana, esa que no parece acabarse, la misma que mordió Eva. La de Macron fue a conciencia y le llevó a decir cosas muy elocuentes sobre el aborto y la eutanasia: ha comprado el discurso a la serpiente y quiere ser como Dios, dueño de la vida y de la muerte.
Francia está ahora trabajando en legalizar la eutanasia. Con el aborto —constitucionalizado por Macron— suplantó a Dios y permite decidir quién nacerá; con la eutanasia, el hombre decidirá sobre la muerte, sobre el fin de la vida. “Que la masonería tenga esta ambición de hacer del hombre la medida del mundo, el libre actor de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte, ¿a quién le sorprendería? Por mi parte, lo celebro”. Nada ha cambiado y el siseo de la serpiente se oye una vez más: seréis como Dios, señores de la vida y de la muerte.
Para Macron no se trata de estar favor o en contra de la vida, tampoco de qué está bien y qué mal, sino de neutralizar cualquier tentación para que Francia vuelva su mirada a sus raíces culturales a esa Francia que ostenta el título de “Hija Predilecta de la Iglesia”. Macron reafirmó los valores republicanos frente a un tejido social que no va precisamente por sendas recristianizadoras, sino islamizadoras. Lejos de volver a descubrir y reafirmar las verdaderas raíces, las que marcan su identidad, acaba saboreando esa manzana prohibida.
Al final reconoció un problema —el creciente peso de los musulmanes en Francia—, y tiene el mérito de no mirar para otro lado, pero yerra en el análisis y en la solución. Y yerra porque debería reflexionar sobre qué pasa cuando Adán y Eva creyeron que serían como Dios. A partir de ese día su vida no fue de rosas, ni la de sus hijos, y así hasta hoy.
Macron una vez más confunde confesionalismo con volver a las raíces, esas que, como toda raíz, alimentan, transmiten vida y arraigan al árbol frente a ventiscas y tormentas. Busca la solución en otro confesionalismo, el republicano, olvidando que es una fruta podrida.

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