Entre pícaros y la pescadilla

Meses de búsqueda y, por fin, encontró un piso. Porque encontrar un piso al menos en Madrid, no es tarea fácil: “los pisos vuelan”, la oferta es menguante y lo que sale, venta o alquiler, es a unos precios disparatados. Que sean precios disparatados tiene su explicación, lo mismo que la oferta sea menguante, pero que vuelen ya tiene más enjundia, al menos para mí. Quizás la respuesta esté en esa economía sumergida, que no se verá pero es más grande de lo que pensamos.
Los que tenemos hijos en edades casaderas solemos afirmar eso de qué difícil lo tienen los chicos de hoy, no ya para casarse sino, simplemente, para independizarse y empezar una vida de persona madura, para saber lo que cuesta la casa, la luz, el gas, hacer la compra, etc.
Jocosamente suele zanjarse el tema invocando la fácil explicación de lo cómodos que están en casa, con todo pagado. Todo un canto a la inmadurez. Acepto que no pocos no quieran soltar amarras, pero quien tiene orgullo quiere soltarlas.
Pero, por fin, ese chico o chica ha conseguido independizarse, tener casa propia. De casarse, uno de los sueldos irá para pagar la vivienda y si lo hace en solitario verá que en ese bien, de primera necesidad y no de lujo, se le esfuma un porcentaje exagerado de su nómina, que le queda lo justito para vivir al día, sin apenas espacio para el ahorro o juntar unos ahorrillos para los muchos “por si acasos” que trae la vida.
Pero bueno, lo importante es que se ha —o se han— independizado, que ha encontrado un piso a un precio que asusta y en zonas, no ya de un standing medio, sino en barrios de gente ya muy mayor, esos que sus padres llamaban “barrios obreros” que son en los que ahora se ofrecen viviendas no precisamente para obreros, sino a toda una variada gama de titulados superiores con sueldos de aquellos antiguos habitantes.
Quizás los sociólogos hablen de la nueva y pobre clase media. Sus abuelos y padres, a base de esfuerzo, subieron en la escala social; ahora sus hijos o nietos vuelven al punto de salida.
A estos chicos o chicas quizás les suene a chino lo que eran señales de ese subir en la escala social como, por ejemplo, tener una segunda vivienda; ahora, les va la vida en tener la primera y será el gasto que presidirá toda una vida.
Y esto lo vive ese chico o chica en un tiempo brutal en el que quienes deberían gobernar para sus ciudadanos ejercen el poder que detentan —se me resiste decir ostentan— en beneficio propio. Y viendo su pelaje me planteo si España no será una enorme pescadilla que se muerde la cola, si la corrupción surge porque llegan al poder personas con un nivel moral ínfimo —o nulo—, o si el pícaro gobernante es el reflejo de un país de pícaros.
Quizás esto explique esa economía sumergida, la que hace que vuelen pisos de precios estratosféricos; quizás la sinvergonzonería del poder sea la metáfora de una sociedad que vive en la trampa o, por dar con atenuantes, que tiene que vivir en la trampa para sobrevivir.
Todo un mejunje de causas y efectos. No sé, pero algo debe significar que la picaresca sea un género literario genuinamente español; en lo literario habrá verdaderas joyas, pero me gustaría que los lazarillos, los rinconetes y cortadillos o el Patio de Monipodio y demás caterva de pillos o pícaros fuesen cosa del Siglo de Oro.
Un país difícil le estamos dejando a ese chico, a esa chica que quieren independizarse. Dificultades aparte, quizás sea el momento de decirles que, con todo, siempre les saldrá a cuenta la honradez personal y del mismo modo que un sólo sinvergüenza causa daño, crea escuela y arma un séquito, la misma capacidad tiene el honrado.

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