No deja de resultar sorprendente que sea una profesora sueca, Inger Enkvist, una de las voces más autorizadas para hablar sobre la educación en España. En 2011 publicó en Encuentro La buena y la mala educación, toda una reflexión sobre lo que significa la calidad educativa. Ahora, actualiza aquellas ideas en una nueva edición con referencias a cuestiones más actuales, La buena y la mala educación o el dominio del lenguaje. Enkvist es catedrática de español en la Universidad de Lund (Suecia), formó parte del consejo sueco de Educación superior y es miembro de la academia argentina de ciencias sociales y políticas. Ha publicado abundantes obras sobre pensamiento, literatura y sistemas educativos. Recibe a Mundo Cristiano de paso por Madrid para presentar su libro.
–Desde que en 2011 publicó su primera versión de La buena y la mala educación, ¿qué cosas han cambiado?
–Me he dado cuenta de que durante los últimos diez años hemos hablado de otra cosa. El público, los políticos, no han visto la importancia de la lengua, de la lectura. Empiezan a darse cuenta de que las tecnologías no aportan, sino más bien distraen.
Así que me puse a pensar en lo que hemos hecho últimamente, y me quedé un poco más triste después de comprobar cómo era la situación hace diez años y la de ahora. No ha mejorado, y por eso me parece oportuno publicar el libro otra vez. He añadido temas que seguramente espera ver el lector, como son la hiperactividad, las tecnologías, la educación de los varones, la dislexia, todo lo que está hoy en la prensa.
–Ha estudiado varios sistemas educativos. ¿Se puede decir que hay alguno que sea el ideal?
–Intento no contestar preguntas como esta, porque si uno da un ejemplo de algo que funciona bien, siempre hay algún aspecto que no es tan bueno, y por eso es una pregunta con trampa.
Diría que un país que va muy bien ahora es Estonia, la pequeña Estonia. Finlandia sigue yendo bastante bien, y lo común en ambos países es que tienen una educación relativamente tradicional y una formación docente relativamente tradicional. Añaden tecnología, pero con prudencia. En eso creo que son buenos ejemplos y podríamos aprender de ellos. Pero no es algo espectacular.
Lo espectacular es quizá, por ejemplo, la gran voluntad de Estonia por salir adelante. He hablado con su ministra de Educación, y presenta la educación como el proyecto nacional. Algo que les da ánimo para el futuro y se enorgullecen de los resultados. Así que la educación puede estar en el centro del debate público, y eso no ocurre en los demás países occidentales, donde lo que discutimos son los problemas de la educación, que son otra cosa.
–Por lo que se lee en su libro, los sistemas educativos que más triunfan son los que siguen el método tradicional.
–Sí, porque cuando uno mira, los alumnos que tienen buenos resultados suelen venir de una familia tranquila, suelen estudiar en un colegio tranquilo, suelen tener profesores bien formados, suelen usar métodos relativamente tradicionales. Así que lo que va bien, lo que da éxito al alumno, es el conjunto de todo esto.
Pero hemos estado jugando con los elementos, con la formación docente, hemos introducido métodos modernos que no dan un resultado tan bueno, y también hay problemas con las familias, porque no son tan estables como solían ser.
–¿Se puede decir que se ha estado jugando a experimentar con el tema educativo sin respaldo científico?
–Así ha sucedido, y los políticos no han tenido vergüenza en hacerlo. Eso empezó en Occidente por los años 60, y el propósito era conseguir más igualdad social. En realidad, nunca se dijo que fuese a elevar el nivel educativo.
Esto no fue aplicar un método científico en Pedagogía, sino que se hizo con intención de disminuir las desigualdades sociales, mezclando a los alumnos, aceptando a todos, evitando reprobar a cualquier estudiante. No es un método pedagógico, es un método sociológico para una finalidad sociológica o política.
–Entonces, ¿usted no considera la igualdad como el principio fundamental en la educación?
–Me atrevo a decir que no. Yo sé que eso es como ponerme fuera de juego. Pero debo aclarar un par de cosas. Primero, la educación debería ser aprender, y aprende cada uno. Cada uno tenemos un cerebro. Eso es personal. Si no aprendemos como personas, no hay aprendizaje. Y las personas somos diferentes y tenemos un interés diferente por aprender, una capacidad diferente, una paciencia, una voluntad…
Y luego, lo que se ha intentado hacer con la escuela única, comprensiva —hay diferentes nombres— es decir que todos son iguales, y si no lo son, deberían serlo, y lo vamos a conseguir organizándolos de tal modo que los que tienen menos interés van a seguir de algún modo y los que tienen más interés se van a tener que aguantar un poco para que todos estén juntos.
Esto ha dado mal resultado para los chicos con menos interés y menos capacidad, y también para quienes tienen mayor capacidad e interés. Lo vemos ahora, por ejemplo, en Pisa. Los chicos que empiezan con dificultad no se ponen al día, sino que se quedan allí, en general, esperando a que alguna vez termine el periodo escolar.
Y los que tienen capacidad para más no se ponen a trabajar, no adquieren la costumbre de estudiar, y de ponerse una meta. El país pierde, los alumnos pierden, y eso posiblemente es aceptable para algunos estudiantes que están más o menos en el medio, pero es negativo, y es muy caro.
Y añado una conjetura…
–¿A qué se refiere?
–Cuando nos quejamos ahora del nivel mediocre del debate público, de nuestros políticos, de nuestros dirigentes de todo tipo, me pregunto si no es en parte resultado de una educación mediocre. Huyendo de cualquier elitismo no hemos querido educar a una élite, y ahora nos vemos sin una élite de gente preparada para dirigir el país, y pagamos un precio.
–En el fondo, parece que esta pretendida igualdad hace que el nivel general baje y solo los que son muy ricos y tienen un acceso a mejor educación salen ganando.
–Eso es así solo en parte, porque también las escuelas privadas ahora tienen veleidades y no siempre siguen con las metas tradicionales, sino pretenden ser muy modernos. Además, tienen el problema de que los alumnos son también “clientes” y quieren tenerlos de buen humor y también quieren tener a los padres contentos.
No son tan eficaces como podrían ser porque la buena educación exige cierto ascetismo. Uno tiene que aceptar no divertirse tanto para conseguir una meta más lejana. Y eso es difícil aceptar también entre los que pretenden dar una buena educación.
Lo central en la enseñanza
–¿Qué considera lo central de la enseñanza? ¿La lengua y la lectura? ¿Y las matemáticas dónde las dejamos?
–Lo que intento reflejar en el libro es que hasta para las matemáticas es muy importante la lengua y la lectura, porque te organiza el cerebro, te da un vocabulario, te enseña precisión. También en matemáticas necesitas la lengua para decir las cosas, para comunicarte con tu profesor, o con los otros alumnos.
Así que lengua y matemáticas podrían ser el centro de la educación, pero para que funcione la matemática necesitas primero la lengua. Y además, cuando aprendes bien la lengua y la gramática, sepas o no los nombres de sujeto y predicado, empiezas a ordenar un poco tu pensamiento, y esto te sirve también en las matemáticas.
–¿Cómo estimular a los alumnos? El profesor en un aula se encuentra muchas veces que quizá a parte de los alumnos no les interesa nada de lo que dice.
–No hay respuesta, es que es imposible. Si se pone al profesor y a los alumnos en esa situación, ¿qué pueden hacer? Si dicen al profesor que tiene que encontrar tres o cuatro maneras de dar clase para alumnos muy distintos, ¡es imposible!
¿Y qué puede hacer un alumno que está ahí y que quiere aprender y ve que el tiempo pasa y los compañeros no se tranquilizan?
La manera actual de organizar la educación muchas veces es imposible, y yo diría, es hasta inmoral colocar a los profesores y a los alumnos en una situación en la que no tienen ninguna posibilidad de encontrar una buena respuesta. Los adultos no quisiéramos estar en un aula así y pasar hora tras hora en esas condiciones. Es inmoral.
–Con los “desechados” del sistema educativo, ¿qué se puede hacer? No pueden estar repitiendo curso indefinidamente.
–Hay que organizar grupos aparte, y esto no se hace. Eso es lo obvio, pero va en contra de la idea de que todo el mundo es igual, y debería haber algún tipo de magia para convertirlos en iguales. Esto no existe.
Al final, dejamos que esta ilusión nos arruine la educación de los que sí quieren. Y ni siquiera a esos rebeldes o desafectados les conviene. Es muy malo para ellos porque no aprenden a dirigirse a sí mismos, no aprenden a concentrarse, a lograr una meta, a tener unos conocimientos básicos para poder desenvolverse después en la sociedad.
Además, es muy malo no aprender a seguir las indicaciones de un profesor, y no llegar tampoco a poder colaborar con otros jóvenes en una situación organizada como lo es un aula. Es muy negativo para todos: es pura ideología que hace destruir a nuestro sistema de educación. Por un lado, pagamos y, por otro lado, no hacemos que se logre el resultado por el cual pagamos.
Un debate mal enfocado
–Usted ha estudiado distintos modelos educativos en Europa. En algunos solo existe la enseñanza pública, en otros convive de distinta forma con la privada. ¿Qué es lo que mejor funciona?
–Es una pregunta importante porque está mal formulada, porque viene de la política. Si no hubiera ideología política en el fondo de ese planteamiento, nadie hablaría de esto, porque lo esencial es el tipo de pedagogía, el tipo de ambiente que se crea y la capacidad de atraer a buenos profesores y a mantener un ethos en el aula. Eso es lo importante, de eso deberíamos hablar.
Si convertimos la idea de escuela pública o privada en el centro de nuestro debate es que alguien está intentando desviar nuestra atención de lo esencial. Me parece que esto es una idea fundamentalmente de la izquierda, y de su voluntad de que todo sea igual, que no acepta ningún tipo de diferencia, no desigualdad, sino diferencia. Ya que no quieren cambiar el modelo de escuela única, de currículo único, a mi modo de ver están introduciendo otra idea, que sería una diferencia entre escuela privada y pública, y la idea de que el dinero lo es todo.
–Pero usted sostiene que el dinero no es todo en la educación…
–Claro. Es una idea falsa. Pero así la gente no habla de lo esencial, que es el esfuerzo del joven.
Si hablamos de alumnos, lo que importa es si ese estudiante tiene una familia estable, si ha aprendido lengua cuando era niño, si se esfuerza en el colegio. Si tiene una familia que valora el estudio, no importa si tienen unos buenos ingresos, lo crucial es cómo se ocupan de su hijo. Porque hay familias con altos ingresos que no se preocupan mucho de sus hijos, y a estos no les va muy bien en el colegio.
Muchas familias que valoran mucho la educación tienen también padres con un alto nivel de educación y entonces sí coinciden ambas cosas. Pero hay familias en las que los padres no han tenido una buena educación, pero tienen el cariño hacia los hijos y la voluntad de que salgan adelante. Y les va muy bien.
Los ejemplos que siempre se dan ahora son las familias de Oriente, que emigran por ejemplo, a Europa o Norteamérica, y les suele ir estupendamente a los hijos porque la familia transmite la idea de que la educación es importante.
Todo esto es una explicación para volver a la pregunta anterior: lo esencial no es escuela privada o pública, lo importante es el ambiente en el colegio y la voluntad de aprender.
Soy consciente de que es un mensaje que tiene su dificultad para llegar al lector porque ha oído otras cosas tantas veces que no hay casi resquicio para hacer entrar nuevos datos.
–Se opone al determinismo económico en educación.
–Estoy absolutamente en contra por varias razones. Primero, cuando se daba una educación un poco más tradicional, que ponía metas, ahí, en ese sistema, muchos alumnos de familias sin recursos lograron buenos resultados.
También, si miramos la historia, muchos de los que después han sido famosos científicos o sabios nacieron en familias sin recursos, pero salieron adelante porque tuvieron acceso a una buena educación.
Y además es lógicamente imposible: ¿de dónde saldrían las primeras personas con buenos resultados? Si hace cien años había menos gente con educación superior y menos ingresos, ¿de dónde salieron?
Lo mismo ahora: tenemos familias con ingresos y con educación y sus hijos no llegan al mismo nivel.
Educación diferenciada
—En torno del tema de la igualdad, ¿qué piensa de la educación diferenciada? Los niños y las niñas aprenden de forma distinta. ¿Es conveniente separarles o es perjudicial?
—Cuando había una educación más tradicional, con un profesor que ponía el programa y exigía que los alumnos hicieran un esfuerzo, funcionaba relativamente mejor la coeducación, por llamarlo de algún modo, porque había unas exigencias y eso quería decir que, aunque los niños fueran un poco menos maduros, ese era el programa, y se adaptaban. También había notas y había cierta competición de vez en cuando, también entre los niños de primaria. Y eso de un poco de competición, de metas claras, de orden en el aula, de un líder, en este caso un profesor, eso conviene, es el tipo de enseñanza que va bien con los chicos. Y con las chicas también.
Lo que pasa ahora es que hemos introducido formas de trabajo muy libres en las que hay que decidir qué es lo que vamos a hacer, cómo lo vamos a hacer, dónde vamos a buscar información, y estas formas un poco menos claras las manejan mejor las chicas, que tienen algo más de madurez intelectual ya desde los 10 años. Así que la educación tradicional no es una desventaja para las chicas y sí es una gran ventaja para los chicos.
Entonces, si queremos el bien de todos, ¿por qué no aceptamos una educación un poco más tradicional?
Ya llegará el momento de trabajar de manera un poco más libre al final del bachillerato o en la universidad. Nuestro problema es que hemos cambiado la forma de trabajar sin tener en cuenta lo que conviene a todos.
–En España, me da la impresión de que el trabajo del profesor cada vez se ve más ahogado por tareas burocráticas. No sé si ocurre en otros lugares. ¿Esto es así?
–Es, a mi modo de ver, una consecuencia de lo anterior. Con esa idea de que todo el mundo es igual, que en las clases en la enseñanza obligatoria hay alumnos muy, muy diferentes y algunos con problemas de adaptación.
Se piensa que todos los alumnos deben poder estar en cualquier grupo. A eso se une que hemos aceptado dar empleo a maestros que entran con méritos un poco más mediocres, no hay confianza ya en el profesor y los alumnos tienen toda una serie de derechos (adaptaciones y ayudas). ¿Cómo vamos a saber si los alumnos reciben o pueden disfrutar de todos sus derechos? Pues decimos al profesor que haga una lista de lo que hace, de sus gestiones. Así que esta burocracia es una manera de controlar al docente y tiene que ver con que ya no es suficiente dar clase, que es lo que debe hacer, sino también tiene que asegurarse de que Carlos, y María, y Rafael, todos han recibido aquellos a lo que tienen derecho: un libro especial, una tarea especial, una atención especial, etc.
Es una situación imposible, creada por tener una idea equivocada de cómo debería ser la educación. No hay solución si mantenemos esta organización. Y además directamente aleja a las personas que podrían ser profesores inteligentes, porque, ¿quién quiere estar ahí para rellenar columnas? Nadie.
Más materias
–En los centros escolares cada vez se intentan introducir más materias: educación vial, programación, economía, hasta habilidades del hogar… ¿No es un riesgo? Porque las horas son limitadas.
–No es bueno y tiene que ver en parte con lo mismo. Por ejemplo, con eso de la educación vial, que la tenemos por todas partes, podría tener quizá un espacio un poco más amplio entre los alumnos de aprendizaje menos rápido, que les podría aprovechar más, mientras que los alumnos más avanzados podrían aprender todo eso quizá en media hora. Se introduce para todos lo que algunos saben.
En la materia de hogar, por ejemplo, se enseñan cosas muy útiles, a chicas y a chicos. No estoy en contra para nada. Es muy útil, pero claro, en algunos hogares esto se enseña en la familia y entonces lo del colegio es una pérdida de tiempo. Así que es muy bueno, pero quizás no para todos lo mismo.
Estoy muy a favor de que haya deporte en la escuela, cómo no. Pero algunos hacen deporte cada tarde después del colegio. Entonces tener tres horas de deporte más quizá no sea lo mejor. Doy esos ejemplos para decir que la idea de que todo el mundo debe hacer lo mismo hace perder mucho tiempo.
–¿Y entonces?
–Es hora de decir que necesitamos por lo menos dos itinerarios. Ya sé que es una palabra que no gusta. Pero por lo menos en la ESO debería haber dos itinerarios: los que son un poco más rápidos y los que son menos rápidos, porque sus necesidades no son exactamente iguales.
–Pero, lo que planteaba también es que parece que las asignaturas potentes se las quita horas para otras…
–Las materias principales, como la lengua y las matemáticas, necesitan muchas horas porque no solo hay que aprender, sino automatizar. Para que esto funcione después, el alumno necesita muchas horas de entrenamiento. Lo mismo con las lenguas. No es solamente haberlo oído una vez, sino haberlo practicado. Por eso, las materias principales necesitan bastantes horas. Y cuando se introducen muchas materias nuevas, se quitan de alguna parte, por ejemplo, de la lengua.
Si comparamos con hace cincuenta años, una de las materias que más horas ha perdido es precisamente la lengua. Entonces, ¿por qué nos sorprendemos de que no manejen la lengua como antes?