Un bilbaíno, Raimo Goyarrola (1969), es desde hace dos años obispo de Helsinki, en Finlandia. Muy joven para ser obispo, llegó al país nórdico hace casi veinte años para desarrollar la labor del Opus Dei. Licenciado en Medicina, llevaba como vicario de la diócesis de Helsinki ocho años.
Romper el hielo es el acertado título que recoge las historias de un sacerdote católico en Finlandia: él. Cuenta que la editorial Palabra le encargó el proyecto, que avanzaba poco a poco, en pequeños ratos que le dejaba su tarea pastoral. El empujón final vino gracias al fútbol. Se lesionó jugando con unos amigos y el periodo de recuperación le concedió un providencial tiempo adicional para acabar.
Recibe a Mundo Cristiano durante una visita a Madrid. De una simpatía sorprendente, su relato es una sucesión continua de anécdotas y vivencias, de buen humor, de un hombre inasequible al desaliento.
—Usted es de Bilbao, ha vivido en Sevilla y luego se fue a Finlandia para hacer la labor del Opus Dei allí. ¿Cómo evita uno caer en depresión con ese cambio desde el sur al norte?
—La clave es el amor. Yo fui a Finlandia a llevar a Jesús. Me enamoré del Señor y, cuando llegué a allí, me enamoré de Finlandia. Si comen pingüino, o reno, o si hace frío o está oscuro, me da igual, esto es una historia de amor.
Allí tengo cientos de amigos. Es gente muy buena, abierta. Allí la Iglesia es una maravilla, está por hacer casi todo… no tengo tiempo para deprimirme. En mi caso, no veo motivo de depresión, al contrario.
—Pero, ¿no hay demasiadas dificultades?
—Yo lo veo como retos, desafíos. Somos la Iglesia católica más pobre de Europa. El presupuesto cada año empieza en negativo. Pues hay que buscar ayuda, soluciones. La vida no es fácil para nadie.
Si el motivo es alto, cualquier dificultad es pequeña. Procuro dar gracias a Dios y me centro en lo positivo. La vida es una aventura. Mira, ahora tenemos la ilusión de un colegio católico, una casa de retiros. Pues de repente sale que en la casa del obispo (que es grande) hay humedades y cuesta un millón de euros arreglarlo. Pues Señor, qué gracioso. Intento reírme, pero tengo que buscar un millón para la casa del obispo. Me fío del Señor.
—¿Cuál es el mayor reto que tiene ahora la Iglesia?
—La Iglesia allí es un bebé que está creciendo y necesita ropa nueva, comida… El reto es maravilloso, es una Iglesia en crecimiento, a niveles muy grandes. Hay muchos inmigrantes, refugiados, adultos, antiguos luteranos o familias no cristianas que llegan a la Iglesia. Es el mayor reto, muy bonito. Pero necesita una solución, necesita lugares. Capillas, iglesias, colegio, una casa para retiros, ejercicios… El reto de una familia que crece. Y en ese reto está la distancia. El país es grande y los católicos están dispersos. El reto es que hay familias católicas a trecientos kilómetros de una iglesia.
—¿Cómo lo resuelven?
—Estamos logrando que haya una vez al mes una misa católica al menos a 50-100 kilómetros alrededor de cada católico. Vas allí y te reciben con un cariño inmenso. Te dan un abrazo, te piden un selfie y una bendición, te piden una Misa cada domingo… ¡Vamos a ello, pero todavía no podemos!
—¿Cuántos sacerdotes católicos hay?
—En todo el país, 26. No llegamos a todos los fieles.
—¿Tiene seminario?
—Sí. En enero, he ordenado a un diácono, vietnamita; en agosto lo ordenaré presbítero. Y tengo otro seminarista de Sudán. Es una maravilla.

En busca de dinero
—Pero necesita dinero…
—La Iglesia católica en Finlandia es la más pobre de Europa, necesitamos dinero para el día a día, para la calefacción, electricidad…
La guerra en Ucrania nos está machacando como país: no vendes productos, no hay turismo, y eso nos afecta también, porque la electricidad y la gasolina han afectado muchísimo. Cada viaje a una Misa supone un dineral. La colecta no cubre el gasto del trayecto que haces en coche.
Es un reto económico para una Iglesia en un lugar con climatología muy dura que exige calefacción once meses al año. Estoy pidiendo ayuda económica a muchos obispos.
—Nadie espera que los finlandeses necesiten dinero…
—Así es. Pero explicas y entienden. Incluso en el Vaticano tenían esa idea.
Los suicidios
—Cambiando de tema, Finlandia es un país con una alta tasa de suicidios, ¿por qué? ¿Qué se puede hacer?
—Hay varios factores. Uno de ellos es que la familia está destruida. Y eso no es una cuestión católica, es una necesidad de la especie humana. Allí hay gente que tiene cinco hijos, quizá, pero de varias mujeres o parejas…
La pandemia fue además un desastre psicológico para los jóvenes: miedo, inseguridad por qué va a pasar, falta de comunidad… En la pandemia, me reafirmé en lo que ya sabía: que hay que defender el matrimonio y la familia. Si no, no hay presente ni futuro.
—Pero los suicidios deben tener otra explicación.
—Finlandia es el país más feliz del mundo durante tres años consecutivos. ¿Qué es la felicidad? El país más feliz del mundo y con mucho suicidio. Mucho abandono, angustia…
He conocido a varios que se han suicidado. Una vez recibí una llamada a las 12 de la noche de una joven. Claro, siempre tengo el móvil encendido porque soy padre de familia: soy el obispo.
Sonó y lo cogí. Una joven que se quiere suicidar. ¿Quedamos, hablamos…? “Sí, pero ¿por qué me llamas?”, le pregunto. “Porque eres sacerdote católico. Yo no soy católica, estoy bautizada y soy luterana”. “¿Por qué no vas al pastor luterano?”, le digo. “Porque tú eres católico”. Le dije: “Eso es super interesante. Pues dame la oportunidad de hablar…”. Y casi una hora hablando.
Ahí aprendí que la Iglesia tiene su atractivo porque el sacerdote está 24 horas al día disponible y porque ofrecemos esperanza.
Le expliqué que estaba en ese momento a quinientos kilómetros del Helsinki. No sé cómo acabó. Rezo por ella.
Ecumenismo
—¡Cómo se vive el ecumenismo?
—Hya 25 iglesias cristianas no católicas. Este año hemos hecho dos días de formación conjunta para sacerdotes católicos y ortodoxos.
El día 8 de septiembre, cumpleaños de la Virgen, propuse al obispo ortodoxo una procesión conjunta. Se emocionó y, al final marchamos desde la iglesia ortodoxa, con una oración común de la que yo formaba parte, con tres kilómetros caminando con una imagen de la Virgen de Fátima y un icono bizantino al frente. El obispo ortodoxo y el católico y cuatrocientos fieles.
—Parecen muchos.
—Las manifestaciones en Helsinki son de veinte personas, para que te hagas una idea. Y entonces fuimos cuatrocientos. Llegamos a la catedral, hubo otra oración conjunta, los ortodoxos abrazándome… Para este año hemos fijado que será de la catedral católica a la ortodoxa.
Pero me contactó después un pastor protestante y me preguntó por qué no le habíamos invitado. Le respondí que porque es luterano. “Sí, pero la Virgen es mi madre”, me dice. Seguramente este año tendremos un obispo luterano en la procesión. Es una pasada.
—¿Un campo del ecumenismo allí es la bioética?
—En Finlandia, con los luteranos, es un ecumenismo doctrinal dogmático, más que ético. En el Vaticano están alucinados, es un milagro. En internet puede encontrarse que los luteranos han traducido al castellano un documento de 160 páginas que elaboraron sobre la Iglesia, el ministerio sacerdotal y la Eucaristía. En estas páginas la iglesia luterana finlandesa acepta casi todo: la presencia real sustancial de Cristo en la Eucaristía; la conservación de la presencia real después de la Misa, por ejemplo. Los luteranos alemanes han dicho que es un texto católico y se niegan a firmarlo.
En Roma, en el Dicasterio para Unidad de los Cristianos, soy el finlandés. Parecemos la referencia mundial, es una pasada. Ahora estamos preparando el 2030 aniversario de la confesión augusta… En Roma, tienen ilusión de que elaboremos un texto y que acabe siendo como una locomotora: un texto al que se vayan uniendo las iglesias, sean católicas o luteranas. Puede ser histórico.

Freno a la ley de eutanasia
—¿En bioética hay puntos comunes con los otros cristianos?
—Junto a los luteranos hemos parado una ley de eutanasia tres veces. Les comenté en cierta ocasión: “¿Por qué no escribís algo? Tenéis peso social importante”. En realidad, no suelen decir nada, porque si dicen A, los que piensan B se van de la iglesia y pierden fieles (cada año se les dan de baja cincuenta mil fieles). Entonces prefieren estar callados. Pero a mí me dicen: “Tú sigue hablando”.
Así, redacté una carta conjunta, en positivo. Lo orientamos hacia los cuidados paliativos. De repente, se paró esa propuesta de eutanasia en sede parlamentaria. Y otras dos veces más.
Pero hay otros temas éticos.
—¿Cuáles?
—Del aborto nunca han hablado, los luteranos no se atreven y es un tema asumido socialmente. Pero nosotros empezamos la Marcha por la Vida hace tres años. Uno de los organizadores era católico y otro, luterano. Este me dijo: “si llegamos a veinte personas será un éxito”. Yo le contesté que en Misa esa mañana había pedido al Señor un mínimo de doscientos. Y llegamos a cuatrocientos. Esa marcha fue un hito maravilloso. Y ahora hay una cada año.
—En el libro habla de iniciativas evangelizadoras… ¿Cómo se evangeliza en Finlandia?
—El libro Romper el hielo recoge anécdotas que me han pasado. La evangelización se realiza a varios niveles. En el fondo es la teología del pueblo, del bautismo. Tienes que activar el corazón de los católicos. Eres Cristo. Hablaba con una niña y le pregunté cuántos católicos había en su colegio. “Solo yo”. “Qué maravilla —le respondí—. Tienes todo el cole para ti”.
Es que hay dos opciones: o camuflaje, o hacer lío… Pero la primera no es la opción finlandesa. La nuestra es la opción B: soy el católico de la escuela. Entonces la niña de 5 años, al llegar la comida se santigua, hace la señal de la cruz, lo explica a su amigo y todo el comedor del colegio hace la señal. Eso es la evangelización.
—Una evangelización en positivo, ¿no?
—A mí no me gusta la queja. Lo suyo es preguntarse: ¿qué voy a hacer? ¿Ser mejor padre de familia? ¿Mejor hijo, mejor estudiante? Eso es la evangelización. Es más eficaz que planes pastorales de la diócesis (que también hay que hacerlos). A mí me ayuda pensar en los primeros cristianos. Había mucha persecución, no había internet, ni papel. Solo había familias, y el testimonio. Me encanta. Y este nuevo imperio, que es Europa, como el romano, tiene cosas buenas, pero a la vez ideologías…
Se echa de menos a Jesús en la Eucaristía. El pueblo de Dios tiene hambre de Eucaristía. El presente de la nueva evangelización pasa por lograr que el pueblo tenga esta hambre de Eucaristía, porque si no, lo buscas en otras cosas. La Eucaristía es la que te va a dar vida.
—A lo largo de este tiempo también habrá vivido situaciones peculiares. Cuente alguna.
—Una que me gusta mucha fue un bautizo. En todos los sacramentos que celebro allí negocio el idioma. Con gente de 120 países tienes que hacerlo. En este caso, la madre era hispana y el padre finlandés. La ceremonia, entonces, en finés y en castellano.
Pero estaba en la sacristía revistiéndome, pensando en la homilía… Generalmente estas ceremonias —bautizos o matrimonios— son catequéticas, explico todo. Quedaban dos minutos y aparece la madre: había venido un amigo de su esposo y preguntaba si yo podría decir algo en inglés. ¡Claro! Y activé el “chip” inglés.
A continuación, entra el marido: “han venido mis padres, suecos parlantes, ¿Puede hablar en sueco?” ¡Claro!
Vuelve la madre: “han venido los primos de mi marido, que solo hablan ruso”. “Qué alegría, claro que puedo hablar en ruso…” Yo le pedí al Espíritu Santo: “haz Tú todo”. Le tengo mucho cariño y me saca de todo. Sé de ruso cuatro palabras (vodka y alguna más), y en sueco una frase. Y lo dije. Pues los suecos, encantados. Y acabó el bautizo, viene la madre y me dice: “gracias, los hijos de los rusos están emocionados”.
—Creo que con el idioma tiene alguna otra.
—Me lancé con mi primera predicación en finés a los tres meses de estar aquí. Me limité a leer mucho de la Biblia y alguna frase. El finés se pronuncia casi como se escribe, lo que facilita las cosas. Estaba en una residencia universitaria, del Opus Dei. Los católicos en el país son un 2%, así que yo no sabía qué gente iba a venir. Vino primero un católico recién convertido. El siguiente, un luterano. El siguiente, un pentecostal. Luego, un ateo, amigo mío que quería escuchar una oración; el siguiente, agnóstico. Yo pedía que se cerrase la puerta y no entrase nadie más… Pero el último, un budista. Parecía un chiste.
Como en Finlandia la primera causa de muerte es el alcoholismo, y casi todos los afectados, jóvenes. Pensé hablar de eso y me vino a la cabeza las bodas de Caná. Mi idea era que nuestro Dios es bueno, humano, que convierte agua en vino y disfruta. Nuestra religión es positiva, invita a disfrutar, porque todo es don de Dios si lo haces con Él.
Pero en finés, si no pronuncias bien, hay terminaciones donde una letra se duplica, cambia o desaparece y cambia el significado. “Kaana” es Caná, muy parecido a “Kana” (pollo o gallina). Y, al pronunciar mal, empecé a decir: “hoy vamos a hablar de las bodas del pollo… las gallinas se bebieron setecientos litros de vino…”. Los asistentes, partiéndose de risa y yo sin entender nada. Bueno, el resultado fue que hoy todos los que acudieron a aquella meditación son católicos y dos de ellos, vocaciones al Opus Dei. Se convirtieron todos. Por “el pollo”. Dios no quiere la perfección, quiere que hagas las cosas por amor y gloria, lo que puedas.
Católicos en Finlandia
—¿Cuáles son las cifras de católicos en el país?
—Oficialmente, 17.500. Estoy convencido de que en realidad seremos unos 30.000. Hay un registro, y si no figuras, no te cuentan. Pero el embajador de Filipinas nos dijo hace unas semanas que había 15.000 filipinos en el país. Y la mayoría son católicos. Sólo con esos… Ucranianos, han llegado 7.000, muchos grecocatólicos.
—En comparación con la iglesia en otros países nórdicos, ¿cómo está?
—Tenemos la Iglesia católica más pobre de todas, pero como sociedad es la mejor de los países nórdicos. Es la más tradicional. Y también es la única Iglesia que crece. Dicen los otros cristianos que somos la única que aumenta. Tenemos registrado un incremento de unos 500 al año, pero podrían ser tres veces más. De esos nuevos 500 católicos, calculo que la mitad son bautizos (unos 250), después —quizá el 35 o 40%—, inmigrantes; y un 5%, adultos finlandeses que se incorporan. La conversión es en torno al 5 o 10% de esos nuevos católicos.
Monseñor Goyarrola ha emprendido una campaña de donaciones para la Iglesia en Finlandia.
Pueden aportarse donaciones en: www.katolinen.fi/en/donations