El abrazo de Chema

A estas alturas de mi vida es difícil que no tenga un sinnúmero de recuerdos, por eso, en clave de humor, se suele decir “las historias del abuelito”. Puedo resultar muy peligroso a la hora de enrollarme con mis historias; porque además el problema es que nos repetimos mucho.
Pero ahora me he acordado de una historia que creo que no he contado nunca. Hace cuarenta años vivíamos con mis nueve hijos, más el servicio doméstico, al que mi mujer era muy aficionada, en la calle de Juan Vigón, que ahora se llama de Melquiades Álvarez, pero llegó un momento en que no nos quedó más remedio que buscar una casa más grande, a las afueras de Madrid. La encontramos en Boadilla del Monte, en una urbanización que se llamaba Las Lomas, que acababa de empezar y las parcelas eran muy baratas, por eso nos pudimos comprar una muy grande con piscina, jardín, y perro. El perro se llamaba Caos y yo me llevaba muy bien con él. Cuando me ponía a escribir se tumbaba a mis pies y no se levantaba hasta que yo terminaba. Si terminaba antes de lo previsto, me ladraba para que siguiera. Un encanto de perro.
La urbanización era como un descampado, pero tenía sus encantos, un club deportivo muy bueno y, sobre todo, una iglesia soberbia, picuda, que parecía tocar el cielo y para colmo tenía un párroco encantador, José María Sáez, que nos proporcionaba tanta simpatía que todos le llamábamos Chema. Entonces yo ya tenía la costumbre de ir a misa con frecuencia, casi a diario, o sea que estuve durante cuarenta años asistiendo a la misa de Chema, que la celebraba a las ocho de la noche. En números redondos habré asistido cerca de mil quinientos días a esas misas.
Como empezaba a tener fama de escritor, me pidió Chema que colaborase en la hoja parroquial dominical; como es lógico no me atreví a negarme y habré escrito cientos de colaboraciones. Chema y yo acabamos siendo uña y carne.
A tal extremo que terminé escribiendo una misa que titulé “Misa del Tercer Milenio” y que llegó a retrasmitirse en Televisión Española. Eso, gracias a que Chema me autorizó a estrenarla por primera vez en su parroquia. Fueron los años más felices de mi vida, y llegué a pensar en hacerme cantautor, pero mi mujer me convenció de que me hiciera escritor, ya que tenía miedo que de ser cantante acabara como Julio Iglesias y José Luis Perales. Mi mujer acertó ,ya que mi hijo mayor dice que llevo vendidos cuatro millones de ejemplares de mis libros y he ganado el premio Planeta con La guerra del General Escobar.
Pero llegó un momento en que me quedé viudo y no me quedó más remedio que vender mi chalé y venir a vivir a este pequeño apartamento de Las Rozas. Mas no perdí del todo mi relación con Chema ya que, entre sus funciones, estaba la de ser capellán del Colegio Virgen de Europa, del que es profesora Marta, la novia de mi nieto Álvaro, la cual me trae noticias de Chema.
De todos modos mi vida artística es un desastre. Marta es cantante y guitarrista. Hace unos días intenté tocar la guitarra con ella y la pobre sufrió porque no es normal que un hombre de 98 años toque la guitarra como cuando era joven.
Pero sigo teniendo satisfacciones. Hace unos días tuve que ir a un funeral a la parroquia de Las Lomas, y Chema me dio tal abrazo que por poco me ahoga. Yo interpreto ese abrazo como la muestra del cariño que no hemos podido tener estos años.

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