Hay quien cree que lo del acompañamiento es pura y simplemente “juntarse con otro”. O “hacer compañía”. No digo que no. Pero el término puede –debe– ir mucho más allá.
Me refiero a lo que algunos llaman coaching. No es mi palabra favorita. Me gusta más hablar en español puro y duro. Pero es lo que hay.
El acompañamiento lo entiendo desde mi constatación de que el ser humano es “desde otros, con otros y para otros”.
Y, siendo así, lo cierto es que uno –o dos, cuando hablamos de matrimonio, o más, cuando hablamos de familia–, a veces se siente perdido, confuso, herido, agobiado, o rumiando en una soledad en la que, aun rodeado de muchos, necesita a alguien que le acoja; que le pregunte por sus necesidades; que le escuche de forma activa y empática (con los oídos y… con los ojos, con el corazón). Alguien que le o les formule preguntas abiertas que le ayuden a descubrir o redescubrir el sentido de su vida, sus valores; y a irse marcando objetivos SMART para acercarse a esa situación ideal o “10” con la que sueña.
Lo de SMART es un acrónimo, para describir que los objetivos que han de plantearse de cara a avanzar hacia ese ideal han de ser eSpecíficos, Medibles, Ambiciosos pero Realistas y Temporalizados.
Te pongo un ejemplo de objetivo SMART: si tu situación ideal es gozar de una buena salud, un objetivo que te puedes comenzar por plantear es: “Cada día, antes de desayunar haré 20 sentadillas y 20 flexiones durante las próximas dos semanas”. Alguno me dirá que eso está chupado. Otros que es imposible. Por ello, los objetivos SMART se han de ajustar a cada persona.
Creo que te puede ser de utilidad: ¿En qué quieres mejorar? ¿Qué objetivos concretos te marcas? Ten en cuenta lo comentado. Y que no se hizo Roma en un día… Y que lo que no se evalúa se devalúa.
Vuelvo a lo que iba: ¿a quién no le hace falta, en alguna ocasión, un amigo, o un matrimonio “veterano” y de acreditada solvencia, alguien que pueda acompañarle, escucharle, facilitarle salir de esa situación de soledad, agobio o preocupación?
La sociedad del yoyó y del yayá, la de las conexiones y contactos virtuales, pero la de la soledad, a veces aprieta, y no poco. Y necesitas apoyarte en algo, en alguien y –siempre- en Alguien.
Lo recuerdo con frecuencia a los matrimonios a los que acompaño: él viene con su mochila, sus heridas, su cultura, a veces incluso su propia lengua, sus genes…; y a ella le sucede lo mismo. “Si hasta los hermanos, que comparten todo ello, a veces se disputan o discrepan, ¿cómo no vais a hacerlo vosotros dos, que –les digo mientras guiño un ojo y sonrío- no sois ni familia?”.
El acompañamiento que hago a menudo se centra en la pareja, y, especialmente en su comunicación.
Para que un sacerdote se ordene se le exige, además de vocación, mucha formación. Y es lógico. Sin embargo, al matrimonio, a veces se va con una preparación “manifiestamente mejorable” o incluso sin ella. De ahí la importancia de formarse, de esforzarse en crecer, individual y conjuntamente; de apoyarse; y de pedir un acompañamiento cuando se vea que puede venir bien la ayuda. Vamos, que no hace falta tener los dientes partidos, o unas muelas que te duelen a rabiar, para pedir una revisión en el dentista.
Es verdad que más de una vez, las personas que acuden a nosotros vienen ya “con el brazo roto”. Pero –os hablo con conocimiento de causa–, más vale tarde que nunca, y nunca es tarde si la dicha es buena: la restauración y rehabilitación son posibles.
En lo matrimonial y en lo familiar, la formación y el acompañamiento pueden venir muy bien. Siempre recuerdo a Michael Levine con su famosa –y a veces polémica- frase: “Tener un hijo no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista”. ¿Te suena?
Todavía
—¿Todavía conduces?No me hizo gracia la pregunta de Andrés, mi viejo cómplice pajarero. Me la soltó así, sin anestesia, hace tres o cuatro veranos en