La historia del Opus Dei se ha abordado con frecuencia desde la perspectiva de sus miembros laicos. Sin embargo, su relación con el clero diocesano ha recibido menos atención. En su reciente libro Párrocos, obispos y Opus Dei. Historia y entorno de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz en España, 1928-1965 (Rialp), el historiador de la Universidad de Navarra Santiago Martínez explora los orígenes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Y hace mediante un enfoque riguroso, a través de fuentes de archivo, multitud de testimonios orales y una amplia bibliografía.
Fundada por Josemaría Escrivá en 1943, esta asociación tiene como misión fomentar la santidad de los sacerdotes diocesanos en el ejercicio de su ministerio. Actualmente, cuenta con unos cuatro mil miembros en los cinco continentes. En esta entrevista, Santiago Martínez explica las novedades que saca a la luz su investigación.
—¿Qué es la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz? ¿Qué motivó a san Josemaría a fundarla?
—El Opus Dei lo forman laicos y sacerdotes, pues ambos pueden encontrar a Dios en la vida cotidiana. Esta Sociedad sacerdotal fue aprobada por la Santa Sede en 1943 y desde el año siguiente pudo incardinar sacerdotes numerarios para el servicio pastoral de los miembros y amigos del Opus Dei. En 1950 y a petición de san Josemaría, Pío XII autorizó que el clero diocesano pudiese pertenecer al instituto secular que entonces era la Obra.
En 1943 el interés del fundador de la Obra residió en atender mejor pastoralmente a quienes se acercaban a sus apostolados. En 1950 se trató de llevar al clero secular ese mensaje de santidad en su propio ministerio y en ofrecerles una honda experiencia de fraternidad sacerdotal y de unidad con sus obispos.
—¿En qué contexto eclesiástico se dio su fundación?
—A los pastores de la Iglesia les preocupaba muchísimo en esas décadas encontrar soluciones prácticas que ayudasen al clero secular a ser mejores curas. Era esta una vieja inquietud que se puede rastrear desde el concilio de Trento y aún antes, que no cesó después y que revivió con muchísima fuerza entre papas, obispos y sacerdotes a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX.
En el caso español, estaba recién terminada una guerra civil en la que casi siete mil sacerdotes fueron asesinados. Los curas supervivientes y las nuevas promociones de la posguerra también se planteaban con bastante fuerza el ideal de la santidad.
Dos novedades
—Teniendo en cuenta el contexto histórico de la Iglesia, ¿cuál fue la principal novedad que introdujo la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz?
—Diría que fueron dos. Una, que el clero propio del Opus Dei (los sacerdotes numerarios) eran licenciados o doctores universitarios que habían ejercido previamente su trabajo como ingenieros, médicos, abogados, profesores, etc. Por tanto, conocían de primera mano los problemas, retos y expectativas del mundo en que vivían y estaban así bien capacitados para ayudar a los laicos. Junto a esto, el fundador de la Obra quiso que tuvieran la mejor preparación espiritual, pastoral e intelectual.
La segunda novedad afecta al clero diocesano. San Josemaría tenía muy clara la llamada a la santidad de esos presbíteros, igual que otros pastores que trabajaron en la misma línea, como el cardenal Mercier o Pío XII (por citar a los dos más conocidos). Esto puede parecer de Perogrullo, pero en la primera mitad del siglo XX en el mundo católico se pensaba mayoritariamente que no, que la actividad ministerial en la parroquia era incompatible con la contemplación y la santidad. Y, por eso, que quienes podían de verdad alcanzar la santidad eran los religiosos. Entre los párrocos, quienes aspiraban a más ingresaban en alguna orden contemplativa o clerical. Aquí, la novedad fue subrayar que su camino para ser santo no implicaba –al contrario– abandonar el mundo y que podían serlo a través de un itinerario concreto como era el del Opus Dei.
Los primeros
—¿Cómo describiría el perfil de los primeros sacerdotes diocesanos que se unieron?
—Eran jóvenes sacerdotes de toda España, de unos 24 años de edad de media y un par de años de curas, todos en el inicio de su itinerario ministerial. Atendían parroquias rurales de diócesis prevalentemente rurales, con la ilusión (que se les había grabado en el seminario) por servir a los demás todavía intacta.
Al mismo tiempo, se encontraban aislados, desatendidos, habitualmente solos para ejercer sus funciones sacerdotales. Buscaban un soporte y lo encontraron en el Opus Dei, de la mano de curas numerarios que salieron a su encuentro en ese entorno rural. Con todo, el Opus Dei no fue para ellos sólo una muleta o una herramienta puntual para sortear escollos o problemas. Con el tiempo llegaron también a un descubrimiento más elevado, a percibir una llamada de Dios para vivir su sacerdocio siguiendo ese camino espiritual que la Obra les ofrecía.
Hoy el perfil sociológico del clero ha cambiado por completo. Pero se mantiene, me parece, el sentido vocacional necesario para vincularse con la Sociedad sacerdotal, así como la ayuda y la fraternidad que aquellos primeros experimentaron.
—¿Cómo es la relación de los sacerdotes diocesanos de esta Sociedad sacerdotal con el Opus Dei? ¿A quién obedecen?
—Obedecen a su obispo, que es el Ordinario de la diócesis donde están incardinados y donde han descubierto y recibido su llamada al sacerdocio, sirviendo a Dios, a su diócesis y a su obispo, donde este les indica. La Sociedad sacerdotal alimenta el motor de esa obediencia, que es la dimensión sobrenatural imprescindible para que un sacerdote quiera y pueda vivir su ministerio en medio de las muchas pruebas a que está sometido, hoy como ayer.
El Opus Dei es un amigo que fortalece la unidad con el propio obispo y la fraternidad con los demás sacerdotes, y no un amante que rompe el matrimonio que forman una diócesis y su obispo de una parte, y el sacerdote de otra.
Como amigo que ha sido y que es, la Obra ha organizado esa atención mediante reuniones, convivencias, retiros o sacerdotes que ejercen ese acompañamiento espiritual con el clero interesado.
Todo esto se ha podido interpretar por algunos como una intromisión ilegítima o improcedente, como si la Obra quisiera “apropiarse” de sacerdotes que no son suyos. Y nada más lejos de la realidad, aunque haya podido haber errores puntuales que han alimentado a veces esta percepción. En realidad, es la Iglesia quien aconseja a obispos y sacerdotes tener canales (como la Sociedad sacerdotal) para robustecer esos deseos de santidad.
—¿Algunos de esos primeros sacerdotes diocesanos llegaron a ser obispos? ¿Se puede decir esta sociedad les sirvió para “hacer carrera” eclesiástica?
—Fueron siete. Es decir, algo más del 1% de los seis centenares de sacerdotes diocesanos que pidieron la admisión en el Opus Dei entre 1952 y 1965, el periodo que he estudiado. Fueron consagrados obispos en Perú los catalanes Enrique Pélach (1968) y Mario Busquets Jordá (2001). Obispo de Tortosa, y luego arzobispo y cardenal de Barcelona, fue el valenciano Ricardo María Carles, en 1969, que algo antes había dejado el Opus Dei; y Jaume Camprodon (en la Obra entre 1952 y 1962) fue nombrado obispo de Gerona en 1973. José Antonio Infantes Florido (perteneció entre 1954 y 1958) fue nombrado obispo de Canarias en 1967.
Y hubo dos que apenas estuvieron unas semanas o meses: en 1955-56, Jesús Domínguez Gómez, que fue obispo de Coria-Cáceres en 1977, y Joan Martí Alanís (muy poco tiempo en 1952), obispo de Urgel en 1971.
En cualquier caso, el objetivo del Opus Dei con el clero secular no ha sido conseguir que esos curas lleguen a ser obispos o altos cargos en una diócesis. De ser esta la finalidad, el Opus Dei habría fracasado rotundamente. A mi juicio, ha logrado algo mucho más importante, que es ayudar a la Iglesia para que finalicen su vida como sacerdotes (y sacerdotes que amen su identidad) muchos cientos de curas, que han procurado ser fieles a Dios y a la Iglesia.
—En su libro, menciona que san Josemaría tenía una particular predilección por esta Sociedad. ¿Cómo se reflejaba en su visión pastoral?
—Por su propia experiencia, Escrivá de Balaguer conocía muy bien la realidad del clero diocesano: su grandeza y su miseria. Era consciente de la importancia que en la Iglesia tiene un clero que sirva de veras a la gente y del mal que se produce cuando no es así. Por eso, pensó incluso en fundar algo específico para sacerdotes, aunque la aprobación de 1950 resolvió su inquietud. Se encargó de formar a los sacerdotes numerarios para que tuviesen un talante acogedor y comprensivo con todos, y también con los sacerdotes diocesanos.
De hecho, esta Sociedad sacerdotal ha hecho un bien al clero secular, fortaleciendo su identidad sacerdotal, fomentando su obediencia a los obispos y alentando a la unidad de los presbiterios diocesanos.