Fray Marcos: “En MasterChef aprendí a comprender el dolor del otro”

El fraile dominico venezolano que participó en el programa de cocina cuenta su experiencia
Fray Marcos, durante su estancia en MasterChef.

Era “el fraile de Masterchef”, Fray Marcos, el religioso dominico que participó en el reality de cocina, dejando huella en participantes y público hasta el punto de hacer llorar al plató el día de su salida del programa. El sacerdote venezolano, de la Orden de Predicadores, cuenta a Mundo Cristiano cómo descubrió su vocación y cómo fue su paso por el programa. Y sus frutos evangelizadores.

El icónico convento de San Pedro Mártir, conocido como los dominicos de Alcobendas (Madrid), construido por Miguel Fisac, acoge hoy a Fray Marcos. El dominico venezolano, todo amabilidad, recibe en su casa a Mundo Cristiano, con una conversación amable, sin prisas, y que culmina, como no podía ser de otro modo, con una degustación de un postre exquisito elaborado por él y que ofrece a los periodistas.
A finales del 2023, Fray Marcos ponía en pie, y a cantar y a bailar, con su guitarra, a los jóvenes participantes en Jaen en el Congreso de san Josemaría. En aquel momento, entre canción y canción, expuso su testimonio vocacional. Ahora lo cuenta pormenorizadamente.

—¿Cuál es la historia de su vocación?
—Entré en el seminario en el año 1995, a los 17 años. Entré al convento de Santo Domingo de Guzmán, en San Cristóbal, Estado Tachirá, Venezuela.
Yo había estudiado con las dominicas de Santa Rosa de Lima desde los 4 años. Pasé allí toda mi etapa escolar, y las veía con su hábito, y me gustaba mucho verlas, porque eran nueve o diez hermanas, y se veía el buen el trato entre ellas, la fraternidad.
Yo tuve una infancia no muy buena con la entrada de mi padrastro a nuestro hogar. Ahora es un hombre que ha ido poco a poco convirtiéndose, pero yo tenía 10 años y no fue para nada positivo. Mi madre era una mujer de casi 30 años y ya con tres hijos, sola, trabajando muchísimo. Era muy echada hacia adelante, y así nos sacó adelante a los cinco hijos, además de los tres de mi padrastro, que los llevó después a mi casa porque había muerto la mamá de ellos.
Ella nos trató a todos por igual: en mi casa siempre se vivió una justicia total. De hecho, me atrevería a decir que ellos quieren mucho más a mi madre que a su papá.
—Pero, ¿cómo descubre su vocación?
—Veía a las hermanas y me decía: “Quiero ser como ellas”.
De pequeñito, cuando rezaba, pedía: a ver si hubiera algo así como las dominicas, pero de hombres, o sea, que vivieran así como ellas, y usaran ese hábito…
Me parece que Dios escuchaba aquellas súplicas de niño, y entonces las hermanas sirvieron como ese puente para presentarme luego a los 11 años, por primera vez a un fraile, un español. Entonces leo además la vida de San Martín de Porres, Fray Escoba, y me quedé enamorado de aquel hombre que era una monja, pero sin velo. Barría, hacía la comida, atendía los frailes. “Esto es lo que yo quiero ser”.

Fray Marcos, con la redactora de Mundo Cristiano Paula Martín.
Fray Marcos, con la redactora de Mundo Cristiano Paula Martín.

Paso por el noviciado

—¿Ese deseo se mantuvo?
—Bueno, al crecer, me empezó a interesar alguna chica, y pensaba no tanto en la vida religiosa sino en ser psicólogo, periodista o abogado. Cuando estaba en los últimos años de bachillerato se me despertó la vocación.
Así, a los 17 entré en el pre-noviciado, y luego nos mandaron a hacer el noviciado en Colombia. Éramos treinta.
—Pero no siguió…
—Me salí a los 21 años, tras pasar cinco en la Orden. Yo quería ser fraile y que me dejaran estudiar comunicación. Me retiré enamoradísimo de la comunicación social. Iba ya para el tercer año de profeso. Así las cosas, el superior me dijo: “Mira, te queremos mucho, sal por la puerta grande, estudia lo que quieres, échate novia si quieres, rumbea, y si algún día quieres volver, te estaremos esperando”.
Muchos frailes estuvieron muy pendientes de mí este tiempo.

Locutor, profesor de spinning…

—Y acabó en la comunicación social.
—Salí a estudiar comunicación social, me hice locutor, me estaba yendo muy bien, empecé a ganar muy buen dinero. Luego comencé a cantar boleros y rancheras en el bar para pagar los estudios. Tuve varios programas, fui narrador de noticias de varias emisoras y tuve varios programas.
Me encanta bailar y fui también profesor de spinning en un gimnasio en Venezuela certificado y luego hacía zumba. Tuve un restaurantito, fui recepcionista de un hotel, daba clase a niños de religión y de canto, vendía pan integral, comencé a hacer ropa, vendía ropa por catálogo, productos de cocina.
También monté una escuelita en el garaje de mi casa, para alguien para reforzarlo, y vendía la comida y la cena a los obreros que estaban haciendo la capilla en el colegio donde yo había estudiado.
—Y volvió.
—A los siete años fuera, los frailes nombraron promotor vocacional a un compañero mío desde los 12 años (es el actual vicario de los dominicos en Venezuela). Me planteó: “Marquitos ya te vas a graduar, y ahora qué”.
Regresé a la Orden cuando tenía casi 29 años. Al poco tiempo me enviaron a Colombia a estudiar Filosofía y Teología, aunque no me veía como sacerdote.
—¿Qué hizo después, como dominico?
—Regresé a Venezuela en 2014. Pasaron unos años y me enfermé (tengo cuatro hernias, y eso me produce a veces dolores articulares en las rodillas). En 2017 decidí pedir un permiso porque como en Venezuela la situación estaba mal, el convento estaba en números rojos y tampoco era que en ese momento la comunidad me prestase mucha atención. Yo estaba de rector del colegio, en un programa de radio, con las confirmaciones…
Me dieron permiso y salí un tiempo a mi casa, y pedí que me dejaran ir a Colombia. Allí trabajé en un canal de televisión, y comencé a ganar muy buen dinero. No quería que supieran que era fraile, porque la gente empieza a preguntar y no quería dar explicaciones. Pero, con el tiempo, todo el canal supo que yo era fray, que estaba de permiso. Antes de vencer mi contrato en televisión fui a ver al provincial en Venezuela. Estando sentado con él, mientras hablaba, le interrumpí: “Padre, ya quiero volver, aunque me falten unos meses”. Era el día de la Inmaculada.

En Madrid

—¿Cómo acaba en Madrid?
—El superior en Venezuela decidió enviarme, para mi sorpresa, a España: por mi salud, para que me hiciese un tratamiento bueno; para ayudar en la promoción vocacional; y porque se habían enterado de que yo había recibido amenazas por grupos del gobierno de Venezuela (yo iba con hábito, en las marchas con la gente, y escribía a veces una columna o para un Twitter).
Primero estuve en el convento de Nuestra Señora del Rosario en Conde Peñalver, en el barrio de Salamanca, en Madrid, primero. Luego, en Ávila. Me encuentro unos veintitantos frailes, la mayoría de 80 años, muy enfermitos. Me costó, pero aquí se cumple que el que obedece no se equivoca. Llegué el 1 de marzo y a los diez días se desató la pandemia. En este monasterio no se murió ningún fraile de COVID. Creo además que si me hubiera quedado en Madrid me hubiera vuelto loco porque uno abre las ventanas y no hay esas montañas que vemos en Ávila; no tiene los claustros que tiene el Real Monasterio. Le dije al Señor: “Gracias, gracias por que obedecí”.
—Se ordenó en esas circunstancias.
—Estuve viendo la famosa serie de televisión sobre Santa Teresa, y recuerdo eso de que Dios también está entre pucheros y decido ordenarme, en medio de una pandemia, en un escenario que jamás imaginé. Intenté retrasarlo, a ver si la situación mejoraba. No había ni vacunas. Quería que mi madre pudiera asistir.
El prior me contestó: “Dios ha esperado mucho por usted, y ha tenido un amor increíble y una paciencia. No se demore más”.
Me fui a llorar frente al Santísimo y me di cuenta de que el Señor me animaba: “no te voy a hacer sacerdote para una ceremonia de hora y media. Es para que vivas en pleno la vida y hagas bien todo el bien posible en mi nombre”.
Me ordené en la capilla del monasterio de Santo Tomás, y sentí que ahí estaba la Santísima Virgen, que estaba conmigo aunque mi madre no podía estar presente. Luego sentí que Dios, me decía: “Siempre te he dejado hacer las cosas a tu manera, y las has hecho así; déjame hacer las cosas a la mía, aunque de momento vaya a doler, pero ya verás el fruto que va a dar esto”.

En MasterChef

—¿Cómo entró en MasterChef?
—Cuando estaba en Ávila iba mucho a cocinar a casa de unos amigos, ella dominicana y él abulense. Ellos me decían: “fray, esto huele que alimenta. Usted debería inscribirse en MasterChef”.
A través de un contacto, y de una amiga de la familia, escribieron al programa, y me respondieron de la producción de MasterChef. Yo ya estaba en Madrid, en Alcobendas. Me llamaron para un casting y, al decirles dónde vivo, se enteran que es donde está la iglesia de los dominicos. Como España está tan anticlerical, pensé que en cuanto dijese que soy cura me dejarían. Pero respondí: “¿Sabes qué pasa? Que soy sacerdote”. Me responde: “¡No puede ser! ¡Flipo en colores!”.
Insistieron por teléfono para que les grabase un vídeo diciendo en dos minutos por qué quería participar. Por mi parte, le pregunté si ella era creyente. Me responde: “Claro, mi jefa y yo nosotros somos ex—alumnas de los Marianistas, y tenemos mucha devoción a la Virgen del Pilar. Nos encantaría conocerte”.
Vinieron, les ofrecí una comida venezolana, y la directora de casting, me confesó: “Esto no lo hacemos con cualquier participante, pero queremos que este año entre usted. Solo le voy a pedir una cosa: que sea buen sacerdote”.
Eso a mí me pareció como que venía de Dios, porque, decía, “como católica estoy cansada de que siempre nos saquen mal y que los medios trabajen en función de denigrar a la Iglesia”. Pensé que aquello era una respuesta de Dios.
—¿Un fraile en medio del casting?
—Le propuse ir al casting, pero sin hábito, de paisano, porque quería entrar a Masterchef no por ser cura, sino porque sé por lo menos hacer arroz con huevo.
Me quedaba informar a los frailes. Durante una semana, comienzo a hacer más oración y a pedirle al Señor: “Yo quiero morir siendo sacerdote. Con mis días de bajón, con mis cansancios. Si esto va a ser para darte gloria a ti, para ayudar a la Iglesia, para hablar del Evangelio, para darme lo que yo soy… pues úsame; si va a ser para vanagloriarme yo y poner en duda mi vocación, no”.
—Y se presentó al casting.
—Sí, y me gané la cuchara de madera, que es el paso previo al otro casting: la preselección. Fueron mil y pico de personas ese día, y seleccionaron a 70 de aquí de Madrid.
—¿Qué dijo a los frailes?
—Un día hablé con el prior, un hombre muy abierto, y le expliqué, y me respondió: “Bueno, vamos a ver”.
El caso es que yo tenía que responder a los de Masterchef y me presenté al otro casting, me dieron el delantal de haber sido seleccionado, y me citaron con la maletita. Ahí te dejan traer una maleta con cosas para una semana. Y entonces, antes de quitarte el móvil, te preguntan a quién vas a llamar.
—¡Es como un retiro!
—No, no, es más duro que el noviciado.
Yo llamé a mi madre y a mi prior. Le dije: “Padre, esta noche no llego al convento, he ganado el casting y me gané el delantal. Ah, y va a ser en unos días·”. Y le expliqué que a él le iban a llamar de la producción.
Así hicieron, hablaron con mi superior y el prior les dijo: “Yo lo único que les digo es que lo cuiden”…

Un retiro muy particular

—Empezó su “retiro”.
—Sí. Pero al cabo de tres semanas me vi mal: había habido algún conflicto, me trataron mal algunos participantes y pensé irme. Pero Pepe Rodríguez, que es uno de los jueces, y es un hombre sabio, no solo sabe de cocina, y muy creyente, me advirtió: “Fray, recuerda lo que nos pide el Señor, cargar la cruz. Usted tiene una misión especial aquí”. Eso me quedó resonando.
—¿Cómo se llevó con los participantes?
—Cuenta mucho la disposición personal. Ahí está la libertad de los hijos de Dios. Pepe me dijo una vez: “Fray, eres astuto, porque sin ningún tipo de imposición, estás ahí haciendo tu trabajo”. Yo le dije: “Leí hace mucho tiempo que uno puede evangelizar sin pretender conquistar obligatoriamente a nadie. Y cada uno tiene una dimensión espiritual que escudriñar, pero también tiene una predisposición o una muy buena disposición”.
Algunos de allí después se fueron acercando, no solamente participantes. Masterchef es un todo un mundo. Cada uno a su medida tenía un acercamiento conmigo diferente. Hubo roces, pero se fueron bajando poco a poco. Algunos decían que “se pasa hablando de Dios” y Jordi Cruz respondía: “a ver, de qué quieren que hable fray Marcos si no es de Dios”.
Jordi decía: “Me encanta la figura de Fray Marcos aquí entre nosotros”. Él no es el más practicante, pero ha prometido que les voy a casar a él y a su esposa, y voy a bautizar al hijo que acaban de tener.
Tengo muy buena comunicación con los tres (Pepe, Jordi, Samantha), y con la directiva Masterchef.
Algunos han venido a confirmarse, uno o dos han venido a bautizar a sus hijos. De hecho Laura, la que ha ganado MasterChef Celebrity me escribió: “Fray, quiero que usted bautice a mi hija”. Y ahí te das cuenta que Dios sigue obrando y que la semilla ha quedado.
—¿Cómo fue su salida?
—Así como oré para entrar también oré para salir: “Señor, creo que aunque humanamente quiera estar aquí, el corazón tiene razones que la razón no entiende”.
Cuando mi esposa, que es la Iglesia, está en peligro, y cuando mi vocación, que es lo que más amo, también está, porque ya pasé por caminos de dolor, yo huyo. Huyo no por cobarde, sino porque la prudencia nunca es mucha. Por eso, cuando comencé a sentir que ya no debía estar ahí, dije al Señor: “Si tú quieres que siga aquí, aguanto. Pero están sucediendo cosas, y por mi vocación, no quiero estar aquí. Siento que ya tú no me necesitas aquí, entonces sácame”. Y así fue.
Tenía el pin de la inmunidad, pero decidí no usarlo. Al despedirnos, todos lloraban. Me dio un profundo dolor, pero sabía que estaba haciendo lo que debía.
—¿Cuánto tiempo estuvo en Masterchef?
—La grabación duró tres meses, pero yo estuve dos.
—¿Qué aprendió?
—Una de las cosas que me dejó MasterChef, además de 15 kilos de más, es que aprendí a entender al otro desde su dolor y desde su historia. Aprendí a callar. Hay momentos en los que te provoca casi hasta físicamente darle un tortazo a alguien o abrazarlo hasta dejarlo sin respiración. Pepe decía: “Padre, bueno, ya nos está diciendo mucho con el silencio”.
Estamos hechos todos de barro y ese barro a veces se puede quebrar. Eso me ha dejado MasterChef.
—¿Cómo lleva este tiempo tras el programa, la fama y todo?
—Me han ofertado muchas cosas, pero no va con lo que es mi vocación.
Ahora hay un proyecto que se llama Predicocinando, que es para unir predicación y cocina.
Entonces por ejemplo voy al Mercado de las Maravillas y no hay día en que no me pidan fotos, vídeos. El otro día estaba muy apurado de tiempo. Y un señor mayor me dice: “Mi nieta lo admira mucho y quería un vídeo”. Y yo le respondí: “Claro, claro”. Bueno, primero que mi tiempo está el tiempo de este señor que me lo está pidiendo con tanta humildad.
—Tanto ajetreo, ¿no dificulta un tanto la vida de oración?
—Sí, pero ahí es donde recuerdo una hermana dominicana, una santa, y siempre me decía: “Marquitos, barriendo, haciendo oración; limpiando una patata, haciendo oración”. Entonces, ¿qué hago yo cuando siento que es verdad que nos podemos volver muy Marta y menos María? Digo: “Señor, quiero ser Marta para trabajar para ti, pero también quiero ser María para que tú trabajes en mí, que María es lo que estaba permitiendo, que Jesús trabajara en ella”.

Una conexión con la Virgen

—Siempre ha tenido una conexión con la Virgen, ¿no?
—Estuve cerca de morir tres veces de pequeño, por tosferina. Mi madre me dijo: “Cuando usted nació, cuando yo lo veía ya muerto, fui corriendo y le dije a la Santísima Virgen: ‘Si él se salva, él va a ser para ti’”. Entonces en mi vida siempre y sobre todo cuando estoy en dificultad, la Virgen es como ese bálsamo hermoso que siento que me muestra a su Hijo, como le dijo a Juan Diego: ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”

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