Cuando a mi padre, hace casi veinte años, le contaba que trabajaba como responsable de comunicación de una organización de Comercio Justo, siempre me tomaba el pelo y decía con cierto humor a sus amistadas que yo estaba metida en eso de El Precio Justo. Él hacía referencia al famoso concurso que tuvo un enorme éxito entre finales de los 80 y mediados de los 90 cuando se emitía en Televisión Española. Seguro que quienes leen aún lo recuerdan y pueden hasta imitar a su presentador más célebre, el ya desaparecido Joaquín Prat, cuando decía aquello de “¡A jugar!”.
Pues en realidad, es verdad que el Comercio Justo va de “precio justo”, del valor de cada cosa y lo que cuesta, que no es lo mismo y del precio que pagamos.

El comercio justo no sólo va de lo que cuesta cada cosa, porque para producir cualquiera de las cosas que compramos, utilizamos, vestimos, comemos o bebemos, se requiere de un sistema que implica a muchas personas, recursos, energía, transportes y procesos productivos, comerciales y de mercado. En definitiva, muchos eslabones en una cadena productiva y comercial, que si no se realizan como es debido, pueden producir la riqueza de unos pocos y la pobreza y explotación de muchos, además de un planeta aniquilado.
Es cierto que en los últimos años y, gracias a Dios y a la presión de muchos consumidores, han aumentado los productos respetuosos con el medio ambiente y cada vez es más común encontrar artículos y productos sostenibles, bio, orgánicos o ecológicos. Cuatro conceptos diferentes que indican: que en su producción se han tenido en cuenta aspectos económicos y la renovación del medio ambiente; que no han sido modificados genéticamente; que no se han usado químicos contaminantes; o que ha sido producido en un modo totalmente respetuoso con la naturaleza.
Deslocalización inevitable
Pero la evolución de la sensibilidad de quienes consumimos no es igual en lo que se refiere a los derechos de las personas que producen esos artículos o alimentos o en la reflexión sobre el desarrollo que la producción de esos productos está dejando a los países donde se obtienen.
Y si bien es cierto que el consumo local o de cercanía se está extendiendo mucho y es positivo pues evita transportes y consumo de energías innecesarios además de mejorar la economía de muchas regiones, también es cierto que pocos serían capaces de dejar de comer alimentos fuera de temporada o conformarse con ropa o artículos de su comarca o región. Y si así fuera, tendría inevitablemente que renunciar al café, al té o al cacao, ejemplos éstos de tres productos emblemáticos del Comercio Justo que, como sabemos, es imposible producir en estas latitudes.
Parece claro, por lo tanto, que la deslocalización total es, hoy en día, inevitable. Lo que sí es evitable es el consumismo salvaje e inconsciente o que la deslocalización de nuestras empresas en países más provechosos financieramente sea sinónimo de explotación, maltrato de las personas que allí trabajan o del medio ambiente y naturaleza de esos lugares.
Qué es el Comercio Justo
Tal y como explican desde la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, entidad que en nuestro país engloba a treinta organizaciones, el Comercio Justo es un movimiento internacional regulado por la Organización Mundial del Comercio Justo (creada en 1989; es una asociación global de 324 organizaciones en más de 70 países) que lucha por una mayor justicia global en lo económico, social, humano y medioambiental. Para ello ha desarrollado un modelo comercial que protege los derechos humanos y el medio ambiente.

Ana Carrascón, responsable de comunicación online y redes sociales en SETEM, una de las más antiguas y emblemáticas organizaciones de Comercio Justo de España, afirma que este tipo de comercio “va mucho más allá de garantizar salarios dignos para quienes producen y elaboran lo que consumimos: cuando elegimos productos de Comercio Justo estamos defendiendo los derechos de la infancia y diciendo ‘NO’ a la explotación laboral infantil. Cuando compramos café, té, chocolate, especias… de Comercio Justo estamos contribuyendo a proteger ecosistemas frágiles y estamos luchando contra la deforestación. Cuando regalamos un pañuelo, un pijama, un collar o un artículo de decoración para el hogar de este tipo estamos apoyando a mujeres desfavorecidas que gracias a esta alternativa pueden ser independientes económicamente y garantizar una vida mejor a sus hijas e hijos”.
Carrascón lleva casi veinte años en este sector. Ha tenido la oportunidad de coincidir con trabajadoras de organizaciones de Comercio Justo de muy distintos rincones del mundo: “En un mundo cada vez más deshumanizado y en el que las injustas reglas del comercio internacional pisotean con fuerza los derechos laborales de miles de personas, el Comercio Justo no solo es una alternativa: se ha convertido en una clara necesidad”, asegura.
En España
Marta Guijarro Ruiz, portavoz de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, explica que en los últimos quince años el Comercio Justo en nuestro país ha cambiado mucho. El principal cambio, advierte, ha sido el crecimiento de las ventas y la expansión comercial en diferentes espacios. Por ejemplo, en 2008, las ventas de Comercio Justo en nuestro país eran de algo más de 17 millones de euros, mientras que en el último año han superado los 146 millones de euros.
En 2008, los consumidores y consumidoras podían comprar los productos de Comercio Justo en las tiendas especializadas y en otros establecimientos minoristas. En la actualidad, al pequeño comercio se le han sumado las grandes superficies y supermercados, donde de hecho se produce la parte mayoritaria de las ventas de Comercio Justo.

Pero aún ha habido más cambios, por ejemplo, en lo que al tipo de productos que se venden.
Marta cuenta que ese ha sido otro de los grandes cambios en los últimos años. “En 2008 había un equilibrio entre las ventas de alimentación de Comercio Justo y la del resto de productos, englobados como ‘artesanía’. En la actualidad, la alimentación es la protagonista indudable, y en particular los productos estrella (café, cacao-chocolates, azúcar-dulces) generan más del 90% de las ventas. Los artículos de artesanía han perdido mucho peso económico”.
Pero si después de todo lo que estamos viendo alguien se quiere sumar a este tipo de consumo solidario, ¿cómo se puede hacer? Marta asegura que en estos años, a las organizaciones y tiendas que impulsaron y que introdujeron el Comercio Justo en España en sus inicios, se han sumado otros actores como empresas, grandes superficies, supermercados, cadenas de hostelería, etc.
“Aunque económicamente las tiendas y organizaciones de Comercio Justo no cuentan con el liderazgo comercial y económico, sí que mantienen su actividad, planteamientos y el liderazgo en la gobernanza de este movimiento. Para las tiendas y organizaciones de Comercio Justo, la actividad comercial es importante pero no es la única que realizan.
Las tareas de sensibilización y concienciación, junto con las de denuncia e incidencia política son líneas de acción esenciales, y necesarias para alcanzar nuestros fines. Este es otro de los aspectos que nos diferencian del resto de actores únicamente comerciales “.
También comercio electrónico
Pero el Comercio Justo no es ajeno a los cambios en los hábitos de consumo, por lo que se ha sumado en los últimos años al comercio electrónico. “El comercio online hace tiempo llegó para quedarse. Nuestro objetivo facilitar el acceso a nuestros productos a cualquier persona, aunque no tenga una tienda cerca” cuenta Ana Carrascón.
“Eso sí, para nosotros es importante comercializar de modo unido a la divulgación y sensibilización: por eso en nuestra tienda online (setemmadrid.org) hemos habilitado una sección de blog en la que acceder a más información sobre el movimiento de Comercio Justo, nuestros productos, sus propiedades y los grupos productores que los producen. Es maravilloso cuando se cierra el círculo y puedes ver claramente la conexión entre lo que compras y quienes lo han hecho”.
